López recoge en su pintura el exotismo y la historia verdadera de los pueblos que se escribe con minúscula y nos habla en clave de chamanismo visual de intersecciones temporales, fusiones espacio–temporales y desdoblamientos que provocan distintos niveles de lectura.
Miguel Ángel López (Guadalajara, 1951) con su obra y trayectoria escribe desde México un nuevo capítulo en el libro de la pintura universal. Eslabón imprescindible en esta cadena de relevos y testigos, el pintor abreva en los movimientos modernistas y de vanguardia y, trascendiéndolos con el desarrollo de una iconografía plenamente reconocida, ha influido en notables artistas tapatíos de generaciones posteriores.
El punto de origen de esta herencia estética, una trayectoria de más de cuarenta años, se ubica en el universo interior del artista, en su subconsciente, y en el momento del descubrimiento gozoso de la naturaleza y sus paisajes en la infancia.
El artista realiza un trasvase emocional de esa vivencia mágica en El Salto de Juanacatlán, Jalisco, a un universo pictórico personal que recrea su narrativa en todos los registros posibles de la plástica, óleos, acrílicos, acuarelas, dibujos y una extensa obra gráfica, innumerables grabados y serigrafías y un reseñable trabajo experimental en el Taller de Investigación Visual (TIV),muy ligado al activismo político en la década de los ochenta.
De niño Miguel Ángel vivió inmerso en el paisaje mucho antes de saber lo que significaba el concepto de horizonte. Artista innato, la academia y la formación vendrían después. En su pintura, el paisaje se convierte en contenedor y sujeto principal en el que se alteran la perspectiva formal y la profundidad de campo a base de planos superpuestos.
Con pinceladas ágiles y vigorosas, explosivas y sin boceto previo, los elementos característicos de su obra aparecen en el cuadro como manchas fantasmagóricas que en ocasiones se superponen en entrecruzadas veladuras de color, subvirtiendo la lógica relación espacio–temporal en la que todos los elementos gozan de una jerarquía similar, como sucede en los sueños.
La importancia de la presencia de la figura del nahual y el pensamiento mágico en la vida cotidiana en el ámbito rural impregna la realidad de complejidad y hace que ésta se desdoble y multiplique en distintos planos. Por eso en la obra de López aparecen portales, en ocasiones como un personaje animado más, de acceso que conducen de un plano de realidad a otro. Atravesar esos portales y traerlos de regreso hechos pintura es un ritual chamánico de develación de lo que pervive oculto e inasible, el devenir de realidades paralelas apenas perceptibles para la intuición, germen del misticismo y lo esotérico.
Los cuadros se incendian con colores explosivos y en un mismo plano contenidos por el paisaje habitan campesinos fantasmales, perros levitantes y bicicletas voladoras, quimeras, faunos, autos también voladores, aviones, diablos nahualizados y diablesas, espectros del mundo de los muertos y árboles con tacones que nos remiten a una cosmogonía de tintes mágicos y surreales.
López recoge en su pintura el exotismo y la historia verdadera de los pueblos que se escribe con minúscula y nos habla en clave de chamanismo visual de intersecciones temporales, fusiones espacio–temporales y desdoblamientos que provocan distintos niveles de lectura. Los cuadros se incendian con colores explosivos y en un mismo plano contenidos por el paisaje habitan campesinos fantasmales, perros levitantes y bicicletas voladoras, quimeras, faunos, autos también voladores, aviones, diablos nahualizados y diablesas, espectros del mundo de los muertos y árboles con tacones que nos remiten a una cosmogonía de tintes mágicos y surreales.
El corpus de obra de Miguel Ángel López se caracteriza por las combinaciones de color arriesgadas, guerras a primera vista imposibles de primarios y secundarios, que alternan la osadía infantil con los hallazgos del genio. A estas explosiones de color, con violentos y rápidos trazos en acuarela se aúna una suerte de neoimpresionismo o fauvismo salvaje y veloz en óleos y acrílicos.
La figuración es ambigua y sugerida y los personajes se revelan como espectros u hologramas, a veces superponiéndose, dando lugar a entes de cuerpo múltiple, que remiten a la formación caprichosa de las nubes, que se forman y desaparecen a la misma velocidad como las manchas de tinta que arrastra el agua para estrellarse en muros de pigmentos de color.
Y precisamente la velocidad, la sensación de movimiento constante, de cambio y mutación, en que los personajes de la escena parecen tomados por sorpresa antes de que comiencen la mutación a otro estado fantasmal, permea el trabajo de López, sobre todo en acuarela, cuando las manchas aparecen como un conjuro con el tiempo y cristalizan en el trazo del pincel un instante antes de que la figura mute a otros contornos espectrales.
Su nomadismo, Miguel Ángel López es un viajero pertinaz, ha impulsado en gran medida la obra de pequeño formato, deliciosas acuarelas que profundizan en ese concepto del paisaje interior, íntimo, que siempre acompaña al pintor en París o en Córcega, en Londres o en Berlín. En los momentos de quietud, estancias en su estudio en el centro de Guadalajara, a lo largo de los años, casi cinco décadas, ha llevado su imaginario a otro tipo de formatos, grandes óleos y acrílicos, soportes que definen su prolífica producción actual y hacia donde encamina sus esfuerzos y proyección de artista consolidado en plena efervescencia creativa.
Miguel Ángel López lleva más de cuatro décadas recreando las evoluciones emocionales y psicogeográficas de un paisaje mental que es una representación simbólica y contemporánea del universo y pensamiento ancestral del pueblo mexicano, y que absorbido por la mancha urbana ya solo pervive en su mente y en su pintura.
De este modo, su obra se convierte en legado y libro abierto del imaginario colectivo del paisaje jalisciense fantástico del último medio siglo. Su sombra sobre el futuro de la plástica tapatía, como la de los árboles con vestido que apenas dibuja con una pincelada de color, ya empezó a extenderse. [Curaduría: Álvaro González Nieto] ®