¿Cuál es el interés de Aristegui en regresar a un medio intolerante y que la “censura”, y que supuestamente ha sido cooptado por las fuerzas del gobierno? Ahí es donde está la incongruencia.
El que se alaba a sí mismo siempre encuentra quien se ría de él, lo cual no es cómico sino trágico.
—John Milton
Aunque no sigo a la periodista Carmen Aristegui, ella merece todo mi respeto. esta aclaración no pedida viene a cuento debido a que en días anteriores hice en medios sociales un comentario que levantó ámpula y no pocos enconados insultos, donde consigno que “el caso Aristegui/MVS me es indiferente pues prefiero leer Areopagítica de John Milton para contar con argumentos”. El chiste se cuenta solo, pues el libro consiste en una defensa del ilustre pensador y escritor inglés ante el Parlamento para rebatir la orden del 14 de junio de 1643, donde se exigía tener licencias y permisos para imprimir cualquier cosa de la índole que fuere.
Mi comentario satírico no era en contra de Aristegui pues sólo pretendía mofarme de los fanáticos de la periodista y del espíritu acrítico de sus seguidores, cuestión que logré fácilmente, pues basta con darles con la puntilla para que sus pasiones se trastoquen; considero que el conflicto no tiene mucho que ver con la libertad de expresión pues no se trata de un caso de censura, sino de un pleito mediático donde cada quién ha expuesto públicamente sus razones, con argumentos lógicos de ambas partes.
Aristegui, inteligentemente, abraza la bandera de las garantías individuales y de la libertad de expresión, recurso socorrido y que a mi entender es una falacia argumentativa llamada petición de principio: “Yo siempre digo la verdad. Por lo tanto, yo nunca miento”. El caso no trata de eso, pues ella y su equipo contravinieron disposiciones y acuerdos con su empresa, lo que resultó en el despido de dos reporteros y el consecuente ultimátum que ella puso como condición, que era la de reinstalarlos —aunque a ella nadie nunca la despidió, sino que renunció ante el nulo efecto de sus exigencias a la familia Vargas, propietaria de la empresa.
Aristegui, inteligentemente, abraza la bandera de las garantías individuales y de la libertad de expresión, recurso socorrido y que a mi entender es una falacia argumentativa llamada petición de principio: “Yo siempre digo la verdad. Por lo tanto, yo nunca miento”.
A grandes rasgos, y sin afán de entrar en polémica, eso fue lo que sucedió en concreto, o al menos lo que sabemos a ciencia cierta, ya que hasta ahora la opinión pública no cuenta con todos los elementos, lo cual hace parecer esto cada vez más como una pugna de poder, donde se miden fuerzas para saber quién puede más, magnificando un conflicto de intereses que se originó por una cuestión interna, a saber, el uso indebido de recursos de la empresa —estos tampoco han sido aclarados a cabalidad— para colaborar en la plataforma Méxicoleaks, de reciente creación; faltas administrativas que, de existir, pudieron haberse subsanado en casa.
El porqué esto no ocurrió sólo lo saben los protagonistas. Pero lo que sí está claro es que no se trata de un asunto que atañe a la manida libertad de expresión ni sobre los espacios ganados como tanto se empeñan en decir —no dudo que otro valiente le dará foro, y en pleno siglo XXI ningún periodista independiente necesita de los medios corporativos para expresarse—. Lo anterior lo digo porque hasta ahora lo único que tenemos es la suspicacia y el ser malpensados, para creer en todas las teorías conspiracionistas que se han lanzado al aire pero que, a la postre, son meras especulaciones y polémicas sin sustento (no hay que soslayar que su anterior conflicto con Noticias MVS concerniente al alcoholismo del expresidente Calderón nunca fue comprobado, pero bastó la mera insinuación para que ardiera Troya). En el periodismo, como Aristegui debe saber, no existe verdad sin datos comprobables. Hasta ahora lo único que tenemos es la factibilidad y verosimilitud de sus afirmaciones. Lo que sí podría comprobarse es que 6% de la publicidad en MVS proviene del gobierno federal —tal y como ellos lo declararon en un comunicado—, cantidad poco significativa y que no demuestra que existan presiones de más arriba como se ha insinuado una vez más. Eso dice Aristegui, pero no lo sustenta, no lo demuestra, y ahí van todos tras ella a apoyar su teoría.
Ahora bien, suponiendo que sea verdad, ¿cuál es su interés en regresar a un medio que supuestamente ha sido cooptado por las fuerzas del gobierno? Ahí es donde está la incongruencia, y podemos atisbar intereses de índole personal que ninguna de las partes ha aclarado: su contrato exclusivo con MVS —el cual se renovó en diciembre, después de revelar el escabroso reportaje sobre las casas de EPN y Cía.—, el automóvil de lujo que esta empresa le proporciona, el aumento salarial de todo su equipo al comenzar el 2015, etc. En su discurso del 19 de marzo hecho público vía web Aristegui habló de autoritarismo, misteriosos desplegados, de un “poder superior” que hizo cambiar a la familia Vargas, de su cerrazón y, al mismo tiempo, de recurrir a las vías del diálogo —pues su objetivo es regresar a MVS con ni más ni menos derechos editoriales que los que tenía antes—. Al escucharla pensaba que tal vez tenía razón en sus peticiones, pero que estaban mal encaminadas al insistir en retornar al lugar que ella misma dice que está contaminado por la sombra detrás del poder.
¿No es eso incongruente, por no decir absurdo? Lo siento por todos sus admiradores, pero escarbando un poco en su discurso vemos que tenía un ánimo incendiario pero poco sustentado: ella, como la gran periodista que es, especula, levanta sospechas, pero ¿aporta algún dato duro para respaldar su teoría de la conspiración? ¿Hizo público el contrato que tenía ante la MVS? No, porque tiene la esperanza de regresar. ¿Por qué? No lo sé, sólo ella y sus acríticos seguidores lo saben, pero ésas son la clase de preguntas que deberíamos hacernos en lugar de enfrascarnos en discusiones bizantinas que sólo logran distanciarnos de nuestros semejantes, pues donde tiene cabida la sátira y la ridiculización, también tiene cabida la comprensión y la tolerancia. Ésa es la clase de libertad de expresión que defendían Milton, Locke y los que le siguieron. Algo que todos ejercemos desde nuestra trinchera y donde disentir, dudar y cuestionar está permitido, siempre y cuando no nos ceguemos por nuestras bajas pasiones y afinidades electivas. Por esa razón es preferible leer la Areopagítica de Milton, pues discutir con fanáticos sin apertura es como arrojarle rosas a los cerdos. ®