Miradas al cine en Guadalajara

¿Hay un festival de cine en Guadalajara?

Vine a Guadalajara porque me dijeron que acá había un festival, un festival de cine, parece decir el cronista. Aquí narra la presentación de un libro y el estreno de una película tapatía.

Más de treinta miradas al cine mexicano.

Es lunes al mediodía y en el Paraninfo, lugar donde se reúne la industria, la prensa y la extravagante exposición Traslúcidas del fotoperiodista italiano Paolo Titolo por el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (edición 32), se presenta el libro Miradas al cine mexicano. Afuera un numeroso grupo de jóvenes celebran su graduación de la preparatoria de la Universidad de Guadalajara tomándose selfies y fotos de grupo. A ellos tal vez no les interesa demasiado saber qué sucede ahí dentro, a menos, quizá, que llegaran Diego Luna o Guillermo del Toro.

Hace unas horas me bajé de un destartalado camión sin baño —en el que viajé durante la noche por 300 pesos, con un frío terrible y una película insufrible llamada La Quija—, y que abordé en la avenida Constituyentes de la Ciudad de México la noche del domingo. El autobús fue rentado por un grupo de músicos y artistas tapatíos encabezados por Augusto Shigus.

“Trabajar las miradas, no la historia”, advierte la investigadora Patricia Torres San Martín con respecto a los dos voluminosos títulos coordinados por el académico Aurelio de los Reyes, quien está presente en esa conferencia de prensa para explicar que le encargaron una historia del cine mexicano y que ninguno de los colaboradores se hizo del rogar para entregar un texto sobre cine mexicano en un plazo de dos años. Recuerdo que el crítico de cine Jorge Ayala Blanco dijo en su ponencia “Escribir la historia del cine”, en la recién terminada séptima edición del FICUNAM, que la Hemeroteca Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México es una zona de desastre porque “todos los periódicos de las primeras décadas del siglo están mutilados, antes de nosotros pasó un investigador al que a falta de mejor nombre le llamamos Gillette”, quien “recortó todas las noticias de cine de los principales periódicos, por lo menos de la década de los diez y los veinte. Por extrañísimas razones pudimos consultar eso en los libros de Aurelio de los Reyes, por arte de magia aparecieron por ahí”.

Estos nuevos libros de Aurelio de los Reyes, editados por la Secretaría de Cultura y el Imcine, contienen ensayos que van del cine mudo al sonoro, pasando por la revolución mexicana, la música, las mujeres, la comedia ranchera, la familia, los cristeros, el cineclubismo, lo queer en el cine clásico mexicano de Arturo de Córdova o Mauricio Garcés, el cine ¿femenino?, entre otros, y que se gestaron a raíz de un ciclo de conferencias impartidas en la Academia Mexicana de la Historia —de julio a noviembre de 2013—; aunque en la introducción De los Reyes apunta que quedan para el futuro muchos temas como la lucha libre, el albur, los indígenas, el documental y la crítica, aclara en la conferencia —flanqueado por Iván Trujillo, director del festival de cine tapatío, y Elisa Gómez, autora del ensayo sobre el cine fantástico en México— que no se compromete a realizar un tercer volumen.

Aurelio de los Reyes se nota un poco malhumorado, suelta risas agrias y luego dice que fue una labor complicada y que tuvo que “regañar” a Patricia Torres, que está a su lado, porque su ensayo sobre mujeres estaba muy rebuscado, por lo que le pidió que escribiera como si estuviera platicando con el lector. Cierra su intervención diciendo: “Cosa rara, no me peleé con nadie”, pues los libros están integrados por 35 ensayos de diversos autores.

Aurelio de los Reyes se nota un poco malhumorado, suelta risas agrias y luego dice que fue una labor complicada y que tuvo que “regañar” a Patricia Torres, que está a su lado, porque su ensayo sobre mujeres estaba muy rebuscado…

Tengo en las manos estos libros; leo rápidamente el texto de Ángel Miquel, profesor en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y de quien recuerdo una recopilación de textos de poetas sobre cine. Aquí su ensayo trata de los orígenes y la consolidación del periodismo cinematográfico en las cinco primeras décadas del siglo XX en tan sólo once páginas. Encuentro que en esa época hay una mezcla de periodistas, críticos y publicistas —nada diferente a estos tiempos, pues— y que el cine, en sus primeros años, no era visto como un arte sino como un espectáculo. Hay una imagen de El Universal Ilustrado de la periodista Cube Bonifant del 13 de junio de 1924, una joven crítica de cine nacida en Sinaloa que fue la periodista más prolífica del México posrevolucionario (véase “Cube Bonifant, una vida en la prensa”, Letras Libres, 18 de junio de 2014, de Viviane Mahieux). Esa foto ilustra la portada de este libro editado por la UNAM.

Miquel menciona que la crítica formal de cine se comenzó a cultivar de manera continua, aunque tardía, a partir de 1916 en diarios como El Universal o El Excélsior, a diferencia de Francia, Alemania y Estados Unidos, debido a la sangrienta Revolución de 1910. Además, los nuevos críticos y periodista que antecedieron a los cronistas Luis G. Urbina y José Juan Tablada, como Jean Humboldt, Francisco Zamora (Zeta) y Rafael Pérez Taylor (Hipólito Seijas), “estaban convencidos de que el medio sobre el que escribían era un arte”. Ahora también el cine es un buen pretexto para viajar a una ciudad y mirarla a través de sus películas —también de sus cantinas.

Los años azules en Guadalajara

“¿Se puede ser todo sin ser siempre protagonista?”, se escucha en uno de los diálogos de Los años azules, de la nacida en Aguascalientes y tapatía por elección Sofía Gómez Córdova. Líneas que hablan un poco del humor no sólo de la película sino de los mismos tapatíos, porque el espíritu de la historia de los cinco jóvenes inquilinos de una vieja casa en esa ciudad es de búsqueda, de saber quiénes son.

Schrödinger en el pasillo…

Aquí la pregunta no sólo es por la misma juventud, que se cura con el tiempo, sino porque el cine en Guadalajara que apenas se empieza a retratar en sus películas como Los años azules (2017) es un cine de reconocimiento y por ende de cierto extravío. Su referente más cercano, no sólo generacional, sino de estilo y humor es Somos Mari Pepa, ópera prima de Samuel Kishi, con guión de Sofía Gómez, que también es una película de bajo presupuesto rodada en Guadalajara y en la que de nuevo hay una confrontación/reconciliación de los muy jóvenes con las viejas generaciones de aquella ciudad. En esta película “los hermanos Kishi” colaboran en edición y música.

La casa en la que habitan estos jóvenes que provienen de varias zonas del país para realizar sus “sueños” es añeja y nostálgica. Quienes vemos lo que sucede en esa casa experimentamos la sensación de estar mirando un Big Brother decadente en la capital jalisciense, pues la cámara de Ernesto Trujillo es la del inoportuno que deambula por las habitaciones de un chico gay que está esperando la visita de su novio; de un chico de cabello largo que gusta de la ópera; de otra chica que se enamora del chico al que le gusta la ópera; de la chica bailarina de ballet que intenta ser la jefa de la tribu, y de otra chica que llega a la casa a trastocar —como suele suceder en esta vida con los “roomies”— la dinámica normal de los jóvenes.

El mérito de este filme laberíntico y adolescente es el momento en que se cuenta, el de una Guadalajara que cada vez más forma parte del imaginario fílmico del cine mexicano (recuérdese por ejemplo Fecha de caducidad de Kenya Márquez, de 2011, o Los insólitos peces gato de Claudia Sainte–Luce, de 2014), aunque divague demasiado en las vida de estos jóvenes. En este filme pasa algo que le escuché recientemente al documentalista chileno Ignacio Agüero, que si pronuncias la palabra jamón cincuenta veces, esa palabra adquiere otro sentido y se convierte en un absurdo, en un cuerpo sin identidad; se transforma en otra cosa. El punto está en saber llevar ese absurdo al extremo y rendir un homenaje extraordinario al tedio.

En la historia aparece un gato que se llama Schrödinger. Schrödinger es precisamente ese bello homenaje al tedio. El gato es el alma de la fiesta de estos jóvenes de vidas azules —casi grises— en una Guadalajara que ya quiere ser otra porque si no se pudre. ®

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Publicado en: Cine

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