Mis yaquis, de Edouard Cumenge

Un relato verdadero

¿Quién de nosotros no ha soñado con ver salvajes verdaderos y comprender en vivo sus gestos y costumbres? ¡Pues bien! Yo he visto algunos, y porque soy narrador de verdades, que nunca miente, les diré cómo.

El vapor Korrigan, principios del siglo XX.

Este relato puede considerarse fundacional de Santa Rosalía, Baja California Sur, por simbolizar la emotiva alianza entre los franceses de la Compañía del Boleo y los indios yaquis. Los hechos relatados (en verso en el original francés) ocurrieron en noviembre de 1886 y contradicen la versión de que los yaquis eran “deportados” al Boleo para trabajar como “esclavos”. El autor del relato, Edouard Cumenge, fue el jefe de la comisión exploradora francesa de esta región minera en la segunda mitad de 1884, y primer director de la compañía en 1885. Permaneció ahí algunos años más como director administrativo. Presentación, traducción y notas de Ramón Cota Meza.

Mis Yaquis. Relato verdadero

Edouard Cumenge

¿Quién de nosotros no ha soñado con ver salvajes verdaderos y comprender en vivo sus gestos y costumbres? ¡Pues bien! Yo he visto algunos, y porque soy narrador de verdades, que nunca miente, les diré cómo:

Escapando de los horrores de una guerra cruel,1 doscientos indios yaquis habíanse refugiado en una isla desierta.2 Esta hermosa raza nos sirve como mineros en un país muy lejano;3 en cuanto nuestro barco apareció en la rada, todos los jóvenes se arrojaron al mar para huir de su nuevo enemigo.

El “Korrigan” confundido con un barco de guerra es el colmo. ¿No es así? Pero cuando uno es rastreado, perseguido, maltratado, fusilado en el suelo y acosado por mar, los santos del Paraíso son rápidamente invocados, y si uno es cristiano, como esos indios, reza el padre nuestro y luego se arroja al agua, abandonando a los otros, niños y ancianos: somos cristianos pero salvamos el pellejo, aun si no tenemos nada más.

El “Korrigan” confundido con un barco de guerra es el colmo. ¿No es así? Pero cuando uno es rastreado, perseguido, maltratado, fusilado en el suelo y acosado por mar, los santos del Paraíso son rápidamente invocados, y si uno es cristiano, como esos indios, reza el padre nuestro y luego se arroja al agua…

Había quedado una bandada de mujeres con niños de pecho y ancianos que estaban muriendo de hambre, listos para entregar su alma, ya que durante seis meses no habían comido más que raíces secas y moluscos con guijarros. ¡En qué estado, oh, grandes dioses! Pueden adivinarlo: casi desnudos mostrando sus flacas espaldas, sin pantorrillas, los huesos perforándoles la piel.

Y sin embargo, se veían hermosos en su indiferencia al abordar nuestra cubierta, como los mártires de antaño subían a la hoguera. Su única esperanza (creían que serían arrojados al mar) era morir juntos, como rebaño sobre el puente azotado por la furia de las olas; las mujeres exprimían sus senos vacíos para alimentar a sus críos, y los ancianos, los niños y las niñas con sus piernas flacas del color del bronce antiguo.

Así tuvimos que transportarlos durante todo un día y toda una noche de tempestad, tristes pero resignados, sin hablar, sin llorar, sólo chorreando las salpicaduras de agua que empapaban sus cabezas. Al llegar al puerto y avistar tierra, con el sol reflejándose sobre las laderas pedregosas, un destello brilló en los ojos de estos mártires de la guerra, sintieron la libertad venir hacia ellos y se incorporaron… excepto un anciano centenario que la muerte se llevó al llegar. Sólo necesitaba una mortaja, un sudario para su pobre cuerpo desnudo.

Unos días después, montado en mi mula blanca, fui a ver a mis yaquis en su campamento. Jirones de ropa blanca cubrían el enjuto cuerpo de las niñas,4 los niños aún no la tenían, y los viejos estaban frente al fuego mirando las tortillas humeantes y los restos de carne que habíamos matado la tarde anterior para calmar su hambre, los cuales se rostizaban en las brasas.

Un viejo minero me sirvió de intérprete, y para esas buenas personas dije: “Los trataremos bien, tendrán trabajo, tendrán pesos y serán mis hijos”. Entendieron bien mis escuetas palabras porque susurraron algunas expresiones guturales, un och! och!5 en honor del jefe. Todas las madres me abrazaron en nombre de sus pequeños morenitos, y como ese día, el primero del año, este viejo, siempre galante, no tenía regalos ni dulces para darles, obsequié rebozos a todas las mujeres, los que, de hecho, me costaron veinte pesos.

Luego un viejo yaqui, de ciento veinte años de edad (entre ellos esto no es cosa rara), sacó una guitarra debajo de su sarape y rasgó una tonadilla alegre. No habría imaginado que el instrumento pudiera sobrevivir a la guerra, a todos sus horrores, a todas sus miserias.

¡Canta, mi viejo yaqui! ¡El jefe barba blanca6 recita muchos versos cuando va en su mula blanca por el desierto!

Iré a buscar a tus hijos en la otra costa, me acompañarás con tu alegre tonadilla, dirás a todos que la inhumana guerra no existe en casa, que allí no morimos de hambre, que cuento con verlos desnudos como bronces antiguos, golpeando con sus bíceps musculosos la barreta del minero, o remando en nuestro golfo, como dice nuestro alegre estribillo: “En el yuyú7 el almirante eres tú, con el minero ¡a horcajadas!”

—Santa Rosalía, 4 de enero de 1887. ®

Notas
1. Guerra del Yaqui, entre las décadas de 1870 y 1880.
2. Frente a la costa de Guaymas, Sonora.
3. Cuando la Compañía del Boleo se estableció en 1885 había ahí 250 yaquis que trabajaban como mineros de varias empresas pequeñas que explotaban el mineral desde 1872. Al absorberlas, el Boleo siguió empleando a los yaquis.
4. La ropa para los yaquis fue confeccionada por francesas esposas de los directivos. “He estado muy ocupada toda la semana confeccionando camisas para los pequeños indios […] tu padre [Pierre Escalle, director recién nombrado], que los visita casi todos los días, me ha suplicado hacerles camisas rápidamente. Las he cortado junto con Madame Lehman y las llevamos a Mademoiselle Balland, que nos ha ayudado mucho con su máquina” (Carta de Hélene Escalle a su hija Suzanne en Londres, 12 de abril de 1887).
5. Interjección de aprobación en lengua yaqui.
6. Autorreferencia del autor. Madame Escalle relata que Cumenge gustaba recitar versos en sobremesa.
7. Bote pequeño de origen filipino.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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