A estas alturas del calendario tapatío es casi obligado hablar de la Feria Internacional del Libro, en torno a la cual se han ido tejiendo numerosos mitos y fantasías que, de tanto repetirse —¡oh, herr Joseph Goebbels!— algunos de ellos han acabado siendo aceptados como verdades.
Entre los mitos que fácilmente se pueden poner en evidencia están aquellos que tienen que ver con los números. Ese sería el caso de la antigüedad de la feria, de la que hasta sus propios organizadores ahora dicen que está cumpliendo 25 años, cuando apenas está llegando a los 24 —es decir, cumple 24 y entra al 25.
Es muy fácil advertirlo con una simple suma. Si la feria nació en 1987 y ahora estamos en 2011, entonces la muestra editorial organizada por la Universidad de Guadalajara estaría cumpliendo 24 años y no habrá de llegar a los 25 sino hasta 2012.
Otro caso es el del número de visitantes. A la tripulación de la FIL le ha dado por asegurar que, en desde hace dos años, esa cifra supera las 600 mil personas.
Pero los directivos de la Feria Internacional del Libro no han dicho en qué se basan para dar ese dato: si en la venta de boletos de ingreso o en algún tipo de sensores que pudieran llevar la contabilidad de personas que entran al recinto de Expo Guadalajara o si el cálculo lo hacen a ojo de buen cubero.
Si es a partir de la venta de boletos entonces habría que pensar que por ese concepto la FIL tendría un ingreso no inferior a los 10 millones de pesos, pues 630 mil boletos, a 20 pesos cada uno, sumarían más de 12.5 millones de pesos. Y, sin embargo, por concepto de taquilla se suele reportar una cantidad drásticamente inferior.
630 mil personas, reportadas como visitantes el año pasado, equivalen a once veces el aforo total del estadio Jalisco. Y si la FIL dura solamente nueve días, entonces eso significaría que a Expo Guadalajara acuden diariamente más de 70 mil personas diferentes, a las cuales habría que sumar aquellas que suelen ir varias veces a la feria. Lo que, por supuesto, es prácticamente imposible.
En otra escala, en términos poblacionales, 630 mil personas equivalen a poco menos de la sexta parte de los habitantes de toda el área metropolitana de Guadalajara, incluidas las criaturas de brazos. Esto significaría que uno de cada seis tapatíos, zapopanos, tlaquepaquenses, tonaltecas, tlajomulcas, saltenses… asisten a la FIL, lo cual no se corresponde con los resultados de algunos sondeos estadísticos realizados por algunos medios.
Tales muestras estadísticas dicen algo muy distinto: que sólo la décima parte de los habitantes de nuestra ciudad sabe de la existencia de la Feria Internacional del Libro y que sólo un tercio de esa décima parte (es decir, 3 por ciento) ha ido en alguna ocasión a la FIL.
En cuanto a las exageradas bondades de la muestra editorial, no hay nada que haga pensar, por ejemplo, que tapatíos y jaliscienses en general se hayan vuelto más y mejores lectores por obra y gracia de la FIL.
Y por lo que hace al aporte cultural de ésta, no se puede negar lo que es evidente: hectáreas de libros (de calidad muy desigual, hay que decirlo) que se reúnen durante nueve días en Expo Guadalajara; la participación de escritores e intelectuales, aunque también de varias figuras y figurines de la farándula, a quienes les da por escribir y hasta publicar sus “piensos”.
Aparte, la FIL comprende un programa más o menos disparejo de actividades complementarias, en el que se incluyen exposiciones de artes plásticas, conciertos musicales, escenificaciones teatrales, algún eventual espectáculo de danza, muestras gastronómicas, entre otras cosas.
Con los países que hasta ahora han figurado como “invitados de honor” de la FIL sucede una cosa curiosa, por no decir irónica. La nación invitada debe de pagar el costo de traslado, viáticos y honorarios de toda su delegación de escritores, artistas y anexas.
O para decir coloquialmente, el país “invitado de honor” de la FIL tiene que venir “de traje”: traje una orquesta, traje tantos conferenciantes, traje un grupo de teatro, etcétera.
En lo que hace a la derrama económica de la feria, debe ser negocio para no pocas personas y empresas. Pero lo que no es muy evidente, por la sencilla razón de que no se ofrecen datos confiables de ello, son los “cientos de millones de dólares” que, según la dirigencia de la FIL, presuntamente irrigan de forma masiva la economía regional.
Por último, y no obstante su dimensiones y su rebote social, la FIL no se podría hacer sin dinero público: sin las aportaciones económicas que salen de instituciones y dependencias oficiales como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el gobierno de Jalisco, el Fondo de Cultura Económica, los ayuntamientos de Guadalajara y Zapopan, la Universidad Nacional Autónoma de México y, por supuesto, la propia Universidad de Guadalajara. Alguien podría decir que ese gasto público se justifica, aun cuando haya otras personas que piensan de manera distinta.
Pero lo que no se pude afirmar es que la FIL sea “autofinanciable” y “no gravite” en el presupuesto de la Universidad de Guadalajara, sobre todo después de que la Auditoria Superior de la Federación auditó la cuenta pública 1998 de la casa de estudios y descubrió que se desviaba una parte del presupuesto de la institución tanto para el sostenimiento de la FIL como de otras empresas parauniversitarias.
Y los anteriores son sólo algunos ejemplos de los mitos y fantasías que se han ido tejiendo en torno de la Feria Internacional del Libro, a lo largo de 24 y no de 25 años. ®