Las multitudes cantan las canciones en una manera que me dice que es posible que estas canciones son lo único que tienen. Los padres levantan a sus hijos pequeños hacia el escenario, como si esos niños hubieran nacido como resultado de algo que yo dije.
A Mexican on a mission cannot be stopped.
—Morrissey
There’s a a place in the sun/ for anyone who has the will to chase one.
—Morrissey, “Let me kiss you” (2004)
Mientras los inestables meses del 2011 llegan a sus suspiros finales estamos en México para dar seis conciertos.
Despierto en Monterrey en pánico absoluto, pero no tengo nada que temer, ya que la bienvenida que me espera en el concierto de esa noche hace desaparecer cualquier duda. Al parecer soy mejor conocido en México que incluso en Suecia, Perú o Chile. Nada en el mundo se puede comparar con el amor que me espera en la Ciudad de México —dos conciertos agotados donde mi misma voz desaparece ante el canto del público en el auditorio.
* * *
“Let me kiss you” tiene un significado ondea-banderas en México, y en cada concierto todo el público la canta a todo volumen y yo me quedo como un pastor incapaz de controlar a su rebaño. Brazos y brazos y pechos y manos con mensajes de Morrissey en tinta permanente —tatuados sobre la desnudez, cada uno un ensayo, y todo lo que puedo hacer es respirar hondo. Un tatuaje significa que yo estoy siempre ahí —incluso cuando la gente se baña, mis palabras o mi pálida cara aparecerán desde los cuerpos enjabonados. Los boletos de Puebla se agotaron más rápido que en cualquier otro concierto en la historia de la ciudad. Los jóvenes de Puebla arrojan sus cuerpos hacia el escenario en un acto de amor. Me dan el derecho a la vida.
“I know it’s over” prueba ser demasiado para la sangre y el cuerpo —mi propia carne. “Scandinavia” es un jadeo con el que doy un paso atrás, la nueva vida salvando a la vieja. La Ciudad de México me ha dejado sin poder respirar, pidiendo oxígeno. La contaminación atrapada en la ciudad no tiene a dónde ir más que a mis pulmones. Me quedo en la cama con dos agujas de esteroides inyectadas en el trasero para poder sobrevivir los días que siguen. Dos noches en Guadalajara donde todo mundo parece estar esperando, y todo mundo parece estar buscándome, y las multitudes cantan las canciones en una manera que me dice que es posible que estas canciones son lo único que tienen. Los padres levantan a sus hijos pequeños hacia el escenario, como si esos niños hubieran nacido como resultado de algo que yo dije. Un hombre jamás había recibido un amor así. Me atrapan. Un terremoto nos ve huyendo del auditorio de Puebla. Mientras salgo corriendo miro hacia abajo y me doy cuenta de que estoy descalzo. Nos reunimos en el estacionamiento, como refugiados polacos esperando a que alguien nos diga dónde vamos a morir. Puebla retumba una de sus advertencias: nunca le des la espalda a la madre tierra. Muchas de las víctimas del mundo viven en México, su pobreza creada por los gobiernos miserablemente ricos del mundo civilizado; una pobreza deliberadamente estructurada para mantener a los pobres pobres, y para mantener a México incapaz de alcanzar los vitales intereses de sus vecinos del norte. Fríamente, fríamente, la raza humana se desliza —incluso ahora, en una era en que los presidentes y primeros ministros son generalmente vistos como una amenaza para su propia gente o, si se es de lo más tolerante, como sólo una pérdida de tiempo. Una burbuja se ha roto en todo el mundo. En México a la gente no se le permite vivir, y sin embargo sonríen todo el camino mientras hacen el peregrinaje de ocho días para Nuestra Señora de Guadalupe; la gente reducida a contar guijarros, atrapada en el miedo a no creer. Hay un cierto movimiento mexicano de la cabeza que nos dice a nosotros que somos de otro lado que ellos saben muy bien que se les piensa sin importancia. Por eso, los mexicanos tienen una fuerza y un amor anormales, con corazones anclados más allá de las imaginaciones de las dictaduras reales. Hay más tesoros robados en el palacio de Buckingham o en el Museo Británico que los que todos los pobres de México podrán tocar alguna vez. Y aun así, la gente de México es en su mayoría incapaz de moverse o progresar, y aunque su trabajo y mano de obra han construido casi todos los Estados Unidos, los Estados Unidos de hoy hacen todo lo que pueden para no dejarlos entrar. ®
Fragmentos de la Autobiografía de Morrissey (pp. 450 y 453-455), Penguin Books, 2013. Traducción de Ernesto Priego.