La invitada
grita, avisa que se va,
azota la puerta, no quiere
saber nada, enfurecida
cierra uno a uno los botones;
como poseída por nadie, como
el cuervo que grazna de noche
a la noche, se calza apresurada
las sandalias de fuego;
grita de nuevo, salpica los
espejos, arroja vaho
a las paredes, la garganta
estremecida se le irrita;
baja los escalones de 2 en 2,
como urgida de precipicio
exige le abran la puerta
principal; sale corriendo,
corre a la esquina, sin bolso,
sin abrigo, sin paraguas,
la niebla asciende del asfalto,
se pierde en la distancia.
La anfitriona
con los pasos breves y discretos
propios de la derrota, baja
24 escalones tomada del barandal
de la alta noche;
como en una escena en blanco
y negro, lentamente arrastra
la gabardina como quien espera
lluvia o viento;
abre el coche, mete la llave
para encenderlo y observa
en la luna del retrovisor
el cigarrillo tembloroso, anhelante;
por fin el coche arranca
en dirección al tumulto
de aquella que olvidó llaves,
cepillo y pashmina en el baño;
si la alcanzo le digo que vuelva
que la perdono que no se agite
que llore en mi hombro que beba
de mi cáliz que acomode los espejos.
La otra
la otra, la que no quiere
volver a casa, dilata la noche
del sábado en el apeadero
para el empleado pobre;
sujeto el pelo en chongo
lleva consigo los secretos
de la noche, viste para ello
unos jeans entallados;
nunca se sube a la báscula
ni se toma la estatura 1.60,
prefiere chicles de menta
y anteojos en el tupé;
gira en un tacón cuando
desde un coche le gritan
su precio, aunque ha de
conseguir el gasto semanal;
si se le hace más tarde
sin enganchar al pez
de los billetes, sabe
a lo que se expone:
a que la encuentre el sereno
ya con el chicle derrotado
y la cama a solas.
La peluquera
Mientras Magda pasa la podadora
rasante sobre las canas en sienes,
mollera y orejas, evoca el cuerpo
de su madre en el piso.
Enumera luego los cuidados
que hubo de prodigarle
al cuerpo temporalmente inválido
con agua y esponja, pañales y caldos.
Dice que no sabe quién
le limpiará a ella la mierda llegado
el momento de invalidez
y la dependencia de horarios medicinales.
Niega que su último refugio
sea el asilo o el santuario
lleno de pacientes mentales
pues nadie cubrirá interminables estancias.
No sabe si en un futuro lejano
haya nietos que vean por ella
pues sus descendientes andan
entre los seis y ocho años.
Con todo y eso en sus dudas
subyace un arma de fuego
en el paladar terso o el veneno
procurado a tientas al fondo de sus años.
La perra
la perra del segundo piso
llegó a la hora del angelus,
por quinto mes consecutivo
portó entra una y otra oreja
un moño rosa desleido;
me pidió un gesto de buena
vecindad y le acerqué
un hueso salvado del basurero;
la perra y yo somos amigos
a partir un piñón desde
aquel entonces que compartimos
galletas Emperador de chocolate;
era una tarde soleada
de junio, cuando empiezan
las amistades duraderas
y fincadas en la honestidad;
ella sabe que somos
semejantes de pocas pulgas:
que se beba o no la leche
que le alcanzo, el hueso duro
de roer que soy o la galleta
integral, seremos amigos
aquí y ahora, allá y después. ®
uriel martinez
Querida Kyra: no tengo voz para replicarte, no para tu generosidad. Un fuerte abrazo y un apretón de manos.
Kyra Galván Haro
Conocí a Uriel desde que andábamos con los infrarealistas, hace ya algunos años… perdí contacto y ahora que lo reencuentro, descubro que sigue siendo el genial poeta de siempre… felicidades y saludos.
Jael A.
Deliciosos.
(¿Con qué clase de mujeres te estás juntando, Uriel?)
Sergio Ortiz
Si la rabia inspira poemas como estos, bienvenida. Felicidades al autor.
Javier
Quizá el comentario anterior fue hecho con la pierna izquierda y comprendido con el tedio de la mañana. Un mucho zonzo, poema provocadoramente agresiva, de eso se trataba. Espero que el mar continúe ronroneando y la luz nos deje ver la escarcha de los cristales de nuestars antiparras.
Un saludo poeta.
francisco
Estimulante, relajante y provocadoramente agrsiva. Espero que algún día te rescates de tí mismo.
Nada, es broma Uriel.