Hace más de seis años que el yucateco vive en Argentina y lo comprueba día a día: existe un crisol de razas que hace que las féminas puedan ser morenas de ojos claros, rubias de ojos negrísimos; altas, flaquísimas y con un culo grande; gordas hermosas y con cintura de avispa…
El seductor
Bayote sirve dos Gancias. Les agrega un toque de Sprite y unas gotitas de limón. Después empieza a tararear una canción de los ochenta y su cuerpo, casi sin querer, se contorsiona al ritmo de la música.
Cuando los drinks están listos se acerca sigiloso a su mujer sudaca, quien ya viste piyama y se queja de la baja temperatura, mientras se calienta el culo en la estufa. El mexicano le acerca uno de los vasos de Gancia, le guiña un ojo, aclara la garganta y le pregunta, en su mejor estilo seudoseductor-sudaca: “¿Venís siempre aquí? ¿De qué signo sos?”
Pero Bayote sabe que no es argentino y que no le sale el rollo sudaca para seducir porque los códigos que aprendió toda su vida para “arrastrarle el ala” a una dama son distintos, distantes, con otras formas de comunicación. Porque aunque las mujeres son mujeres en todas partes del mundo, también pueden existir muchas diferencias de un punto a otro del mismo continente.
Dicen que las sudacas son lindas, de eso no hay duda. Hace más de seis años que el yucateco vive en Argentina y la comprueba día a día: existe un crisol de razas que hace que las féminas puedan ser morenas de ojos claros, rubias de ojos negrísimos; altas, flaquísimas y con un culo grande; gordas hermosas y con cintura de avispa; tetonas de pelo lacio u ondulado que exhiben sin pudor sus escotes, algunas de cuellos largos a lo Modigliani y otras ojonas de carnes abundantes y blancas, al mejor estilo Rubens. Hay para todos los gustos.
Además de la apariencia física y como extranjero que todo lo ve desde su panóptico, a Bayote le encanta ver cómo las argentinas se mueven en su entorno, en su hábitat. Lo que más disfruta Bayote es ser voyeur y —desde una ventana indiscreta— observarlas moverse con soltura en el subte, en el súper, en sus trabajos, en la puerta de la escuela o en la cola del banco. A las que son madres, solteras, feministas, culpógenas, jóvenes y ancianas, víctimas y victimarias. Las conjunciones que forman son inagotables.
Además de la apariencia física y como extranjero que todo lo ve desde su panóptico, a Bayote le encanta ver cómo las argentinas se mueven en su entorno, en su hábitat. Lo que más disfruta Bayote es ser voyeur y —desde una ventana indiscreta— observarlas moverse con soltura en el subte, en el súper, en sus trabajos…
Muchas, como su mujer, tienen un disco rígido que Bayote denomina “sin filtro”. Piensan algo, lo procesan en el cerebro durante mínimos segundos y ¡zas! Lo expulsan por la boca. Carecen de modos y formas, paciencia y solemnidades. Son anárquicas de pensamientos y sólo con los años, cuando se vuelven viejas, pueden ceder —un poquito nomás— a sus impulsos verbales. En la mayoría de los casos ya es demasiado tarde.
La revolucionaria del sushi
Están también las amargadas por naturaleza, las histéricas en todo sentido, las “gauchitas” y las que nunca se dejan sorprender porque se las saben todas.
Pero desde hace unos años Bayote es testigo del crecimiento y empoderamiento de otra raza femenina argenta que él mismo define: “La revolucionaria del sushi”.
Surgió de la mano del kirchnerismo y encuentran en la presidenta Cristina Fernández de Kirchner un modelo de mujer a seguir, según ellas, por luchona, confrontadora, profesional exitosa, defensora de los derechos humanos, antiimperialista, madre y, sobre todo, aRRRgentina.
“La revolucionaria del sushi” está entre los veinte y los treinta, aunque hay algunas que se sumaron a la movida pero son más viejas. Nunca se manifestó interesada —ni a favor ni en contra— por el gobierno de turno, sin embargo y de golpe y porrazo, vive sorprendida de sí misma al descubrir en la figura de CFK el gusto por la política, mezclado con militancia y empowerment femenino.
Estas “revolucionarias” provienen de la clase media (media-alta también), así que acceden a estudiar carreras terciarias o universitarias. Aunque no tienen demasiado bagaje cultural global, les falta mucha calle, así que opinan como con un librito militante. Y algunas, mientras postean en Facebook y Twitter sobre la revolución, la inclusión social, la asignación universal por hijo, los desaparecidos de la dictadura y la Unasur, entre otros temas, marcan en sus smarthphones el *SUSHI más cercano a su domicilio.
Algunas, mientras postean en Facebook y Twitter sobre la revolución, la inclusión social, la asignación universal por hijo, los desaparecidos de la dictadura y la Unasur, entre otros temas, marcan en sus smarthphones el *SUSHI más cercano a su domicilio.
Aunque “entienden” cómo viven los pobres, ellas no comen lo que comen ellos. Y muchas de ellas, aunque no lo manifiesten, tienen pesadillas en las que compran la ropa Nacional y Popular (NYP) que vende Moreno en el supermercado más cercano a su domicilio.
Desde un escritorio público
De este grupo, Bayote distingue a otro que deviene del primero y que podría llamarse “La revolucionaria burócrata”.
Ésta es distinta. Se embelesa con CFK no sólo desde el rollo político, sino también desde el GLAM, con fuertes toques de militancia peroncha. Dos cosas que no pegan ni con moco.
La revolucionaria burócrata aprovechó la movida política del kirchnerismo para prenderse de la teta del Estado y desde allí se atrinchera. Trabaja en algún ministerio contratada por el gobierno, cobra dos mangos con cincuenta, atiende y maltrata largas colas de argentinos que van a hacer engorrosos trámites al lugar donde ella trabaja. Entonces, desde su atalaya, la revolucionaria burócrata toma mate, traga todo el día bizcochitos de grasa y, por supuesto, postea revolución antigorila desde Facebook. No conoce Twitter.
Desde su atalaya, la revolucionaria burócrata toma mate, traga todo el día bizcochitos de grasa y, por supuesto, postea revolución antigorila desde Facebook. No conoce Twitter.
Las revolucionarias burócratas padecen un sentimiento encontrado de admiración-envidia por las revolucionarias del sushi.
“Pero están buenas igual”, dice Bayote con ternura. Y hasta algunas veces le gusta meterles el dedito en la llaga peronista para ver cómo saltan y se retuercen a la menor confrontación. A las dos seudos-revolucionarias, personajes como Bayote les dan repulsión, aunque siempre hay una excepción a la regla…
Como cuando se enteran de que el mexicano, en algún momento de su vida, simpatizó con Andrés Manuel López Obrador o con el Subcomandante Marcos. Entonces él se pavonea con sus camisas jipitecas de Chiapas, les cuenta sus experiencias con hongos en Oaxaca y les dice, lleno de seguridad: “No me gustan los gorilas, prefiero los Monos Blancos”.
A ellas inevitablemente se les llena el estómago de mariposas y ceden a los encantos de Bayote.
Y ni hablar si el yucateco se hace “el maya”, les recita algún párrafo del Popul Vuh o les dice algún piropo en su lengua madre. Ahí caen rendidas y hasta la mujer sudaca del mexicano se pone celosa. ®