La realidad histórica no es la historia patriotera oficial, como la que el presidente actual escribe sobre sí mismo, con ayuda de sus fanáticos amantes y de sus enemigos fanáticos. Las etiquetas mal puestas desde ambos lados.
Porfirio Díaz “nacionalizó” ferrocarriles. Venustiano Carranza quiso “nacionalizar” el petróleo. Lázaro Cárdenas “nacionalizó” la industria petrolera y López Mateos la eléctrica. Luis Echeverría es el “nacionalizador” de Teléfonos de México y López Portillo el de la banca (Telmex y los bancos fueron privatizados, o reprivatizados, por Carlos Salinas). De esos seis expresidentes de México sólo uno, Cárdenas, era persona–político–gobernante de izquierda. Díaz fue un dictador, Carranza un conservador porfiriano y presidencialista, López Mateos un pragmático priista, Echeverría un priista populista y asesino, López Portillo un cerebro podrido por la frivolidad corrupta. Díaz también fue un soldado patriota —“el héroe del 2 de abril” de 1867—, Carranza tuvo que subirse al carrusel revolucionario, López Mateos dijo que era “de extrema izquierda dentro de la Constitución”, Echeverría se excitaba con discursos llenos de “pueblo” y “Tercer Mundo”, López Portillo afirmó que era “el último presidente de la Revolución”, pero ninguno fue de izquierda.1
La “nacionalización” de empresas siempre suena bien y bonito, suena a democracia y patriotismo e izquierda necesariamente buena, pero su único significado intrínseco es estatización. Esta palabra sólo significa a su vez “colocar bajo o dentro del Estado” y como proceso (verbo, estatizar) o resultado del proceso (sustantivo, la estatización), puede ser de izquierda, de derecha o puramente pragmática, o más precisamente: puede ser hecha por gobiernos que en general puedan ser ubicados a la izquierda o la derecha y por gobiernos que solamente reaccionen en un momento a ciertas circunstancias en busca de lo que se crea que es más rentable a corto plazo o menos costoso en otro término. Por más de una de esas posibilidades, la estatización es similar al clientelismo. Y también tiene similitudes con la privatización y la desregulación como procesos generales: puede ser socialmente conveniente o inconveniente, buena o mala por sus resultados y efectos específicos —y éstos ser tanto públicos como privados—, etcétera. La decisión estatizadora o “nacionalizadora” puede asimismo ser verdaderamente nacionalista o no, sin que eso la califique necesariamente como buena o mala para la nación, sea tomada ésta como el país típico o como la masa social de X características compartidas. La cadena “nacionalización”–nacionalismo–bueno es falaz; “nacionalizar” es real y técnicamente estatizar, el estatizar puede tener inspiración nacionalista —previa confusión entre nación y Estado— y no servir a la mayoría social nacional, o puede tener diferentes inspiraciones y diferentes consecuencias —empezando por consecuencias diferentes de las intencionadas.
La “nacionalización” de empresas siempre suena bien y bonito, suena a democracia y patriotismo e izquierda necesariamente buena, pero su único significado intrínseco es estatización.
Visitemos a don Venustiano, por ser el caso menos obvio. No era de izquierda, en general, ni socialista, en particular. Era sumamente conservador, pero quedó en el centro de una Revolución tras el asesinato de Francisco Madero. Así como en 1916 —ya en el poder tras vencer al asesino y usurpador Victoriano Huerta— decretó pena de muerte para quienes hicieran huelgas, “alborotaran” contra funcionarios del Estado o destruyeran propiedades de empresas, Carranza dio en 1915 la agrarista “ley del 6 de enero”. Esta ley, como reconoció su redactor Luis Cabrera, fue el acto jurídico para el acto político de intentar oponerse y rebasar agraristamente a Emiliano Zapata. Algo sí era y es obvio sobre “el primer jefe” Venustiano: no era agrarista. No lo era pero hizo una ley agrarista, y esto no lo convirtió realmente al agrarismo.
Juntemos las piezas del rompecabezas: personalmente, Carranza no era de izquierda ni revolucionario, ni socialista ni agrarista por gusto, pero actuó revolucionariamente, es decir, en la Revolución, con contenidos variables que a veces lo hicieron actuar agraristamente y otras veces hasta parecer de izquierda socialista. Incluso, confundido, el conservador porfirista Jorge Vera Estañol llegó al despropósito de etiquetar al gobierno carrancista como “régimen bolchevique”. ¡Bolchevique! Y si no era nada de eso, sí era nacionalista a su modo. Y por nacionalismo y por necesidad Carranza hizo las propuestas petroleras que hizo entre 1915 y 1920: una empresa pública y legislación nacionalista, según él entendía qué es La Nación (de lo que se puede derivar que algunas veces lo “nacionalista” es de hecho nacionalestatalista o estadonacionalista).2 En 1916 Carranza declaró, así, que “a conservar ante todo la integridad de la nación y su independencia es a lo que aspira muy principalmente la Revolución actual, aparte de buscar el bienestar social”. ¿Cuántas veces hemos oído lo mismo? ¿Cuántas han sido palabras sinceras o practicadas? ¿Y cuántas bien practicadas?
Dejemos la experiencia carrancista y miremos la internacional. Un ejemplo latinoamericano: en 1969, un dictador militar boliviano, Alfredo Ovando Candia, expropió o “nacionalizó” la petrolera estadounidense llamada Bolivian Gulf Oil Company. ¿Era el suyo un gobierno de izquierda? ¿Esa “nacionalización”, que ponía la empresa bajo control del Estado controlado por el dictador transformó a Ovando en socialista? ¿Fue izquierda y socialismo o simplemente una especie de pragmatismo individual o un interés político–económico alineado a un estatismo? Resumo mi argumento con una cita de Lázaro Cárdenas, tomada de sus Apuntes: “Dados los antecedentes de Ovando, se le considera incapaz de un acto sincero de nacionalismo. Otros deben ser los propósitos que persigue”.3
Desde luego, no soy yo quien defenderá al nacionalismo; quien ha entendido los párrafos anteriores entiende lo que estoy señalando: hay cosas que son de izquierda por necesidad o por tendencia pero pueden ser parcialmente hechas por políticos que no son de izquierda,4 y hay cosas que no son necesariamente de izquierda, como la “nacionalización”. Ésta es empíricamente igual a estatización. Y si bien hay identidad entre “nacionalización” y estatización, no la hay entre esa cosa y nacionalismo, por un lado, y entre ella y socialización, por otro. Sobre el primer caso hay que saber leer tres sentidos de la palabra nación y saber usar los tres: el eufemístico, que quiere decir Estado, el laxo o flexible, que refiere el binomio formado por Estado y ciudadanía, y el estricto, que implica una sociedad con marcas etnoculturales (por eso se habla precisamente de Estado–nación; una nación puede carecer de Estado y un Estado incluir a más de una nación). Sobre el segundo caso, estatización no necesariamente es socialización. Y socialización no necesariamente es estatización, ni por tanto “nacionalización”. La socialización puede ser por estatización o no, es decir, por y con Estado o no, y la estatización —la dizque nacionalización— puede ser por socialización, por llano estatismo momentáneo o por algún nacionalismo como inspiración. Todo se demuestra directa e indirectamente con los casos de Carranza, Cárdenas y Ovando Candia.
AMLO es un tipo de nacionalista que quiere estatizar dentro de algunos ámbitos sin ser de izquierda ni socialista de ningún tipo. Ser nacionalista no es ser bueno y “nacionalizar” no es inherentemente beneficiar al pueblo o la gente.
Otra lección es que, como en tantos otros temas, los fanáticos obradoristas y antiobradoristas están equivocados. Su creencia es que por moverse hacia la estatización en hidrocarburos y electricidad López Obrador es y tiene que ser de izquierda, socialista (aunque sea velado) y nacionalista, todo junto y parejo. Pero no: como en otros casos de “nacionalizadores”, AMLO es un tipo de nacionalista que quiere estatizar dentro de algunos ámbitos sin ser de izquierda ni socialista de ningún tipo. Ser nacionalista no es ser bueno y “nacionalizar” no es inherentemente beneficiar al pueblo o la gente. Compárese lo que ha hecho Noruega con su petróleo y lo que ha hecho México con el suyo… Se verá la enorme diferencia: el fuerte Estado noruego con su historia democrática, la racional empresa pública Statoil–Equinor y el trillonario fondo que ambos entes han forjado como “riqueza social” de reserva para los ciudadanos noruegos, y el débil Estado mexicano con su historia autoritaria, la corrupta e ineficiente Pemex y el poco beneficio que ese pretendido símbolo nacional ha puesto directamente en manos de la mayoría de mexicanos a lo largo de la historia. Y es que la realidad histórica no es la historia patriotera oficial, como la que el presidente actual escribe sobre sí mismo, con ayuda de sus fanáticos amantes y de sus enemigos fanáticos. Las etiquetas mal puestas desde ambos lados… ®
Notas
1 Una defensa pobre y problemática de López Mateos y Echeverría como supuestos izquierdistas es la de Porfirio Muñoz Ledo en Compromisos, México: Editorial Posada, 1988.
2 También le parecía buena idea que no hubiera bancos privados. Es buen momento para recordar al lector que Porfirio Díaz dio propiedad del subsuelo a dueños de terrenos–superficies en cuanto a petróleo, pero no hizo lo mismo en cuanto a minería. Sobre la referida pena de muerte que decretó Carranza, aprovechemos la nota para detallar: revivió la ley del 25 de enero de 1862, una ley de Benito Juárez. Dos ejemplos de cómo usó Carranza esa ley están en los fusilamientos de Navarro y García Granados, extensamente tratados por José C. Valadés en su libro La Revolución Mexicana y sus antecedentes, México: EUM, 1978, pp. 464–586.
3 Lázaro Cárdenas, Obras, I. Apuntes 1967–1970, México: UNAM, 1974, p. 153.
4 No me contradigo: que algo sea intrínseco a la izquierda no significa que sólo es posible que lo haga (exclusivamente) la izquierda sino que siempre que hay izquierda hay ese algo, pero no siempre que hay tal cosa hay izquierda en quien la hace. Véase también esta nota.