Nahui Olin, insurrecta

El volcán que nunca se apaga

En este amoroso acercamiento a la cosmovisión de Nahui Olin es inspirador observar el rescate y la resignificación de todo aquello que ha obstaculizado diálogos entre el pasado y el presente, como el uso acotado y negativo de expresiones como fémina, bruja, sexual, volcán…

Autorretrato de Nahui Olin en los Jardines de Versalles.

Sacudiendo el polvo negro que dejaron las leyendas y ajustando la fina lente del trabajo constante y esclarecedor se encuentra Patricia Rosas Lopátegui junto a su banda de Insurrectas: colección en torno a diez mujeres que compartieron el siglo XX para fincar pensamiento, arte y vanguardia gracias a su inteligencia y poder creativo, mujeres incontrastables a las que el rancio filtro de la cultura mexicana ha excluido sin culpa ni consecuencia, puesto que las presentó como personajes pintorescos y fieles compañeras de poderosos políticos o artistas de su época, y quién se atrevería a decir que nadie recuerda sus nombres si están escritos en los más rencorosos anecdotarios intelectuales, eso sí, descritas como una anomalía en las cerradas filas de los hombres ilustres, y es de marras la condena del olvido que pesa sobre sus obras por andar escandalizando pedantes que, precisamente, eran los dueños de la historia oficial. No obstante, ellas elaboraron su propio filtro y desecharon cuanta impronta y estereotipo les estorbara el paso para ser ellas mismas. Y, sí, ahí viene la Lopátegui y su banda cantando, como Pita Amor, una letanía de defectos que las hacen únicas y a la eternidad las sentencian. 

Mas otras mujeres de tremendo espíritu, de viril fuerza, que nacen bajo tales condiciones de cultivadas flores, pero en las que ningún cáncer ha podido mermar la independencia de su espíritu […] luchan y lucharán con la sola omnipotencia de su espíritu que se impondrá por la sola conciencia de su libertad (Nahui Olin, “El cáncer que nos roba la vida”, Óptica cerebral. Poemas dinámicos).

Rosas Lopátegui abre la puerta del siglo XX y aparece Carmen Mondragón­–Nahui Olin: El volcán que nunca se apaga (México: Gedisa, 2022), para contagiarnos de una loca sed con este libro violeta y sororo, bien argumentado y organizado, haciendo un exquisito trabajo de curaduría, porque no es posible negar la brillante academia de la investigadora y al mismo tiempo sanando con un orgánico don de curandera, tanto en el prólogo como en sus notas, palabras y conceptos que uno pensaría son propios de las atmósferas más machistas. Sin embargo, en este amoroso y conciso acercamiento a la cosmovisión de una mujer sin parangón como Nahui Olin, es inspirador observar el rescate y la resignificación de todo aquello que ha obstaculizado los diálogos tan necesarios entre el pasado y el presente como el uso acotado y negativo de expresiones como fémina, bruja, sexual, volcán, rabia, sed, iconoclasia, viril, feroz, objeto; la lista es inacabable, la deuda es grande y el daño es mucho, y Patricia Rosas lo sabe. La roza y quema, y por eso la propuesta en esta serie seguramente limpiará el camino a otras conciencias más comprometidas con el recobro de la genealogía femenina.

Carmen Mondragón tenía diez años y, sentada en su pupitre, señaló lo que toda la sociedad mexicana sabía y no se atrevió a nombrar: la cosificación de las mujeres como un artículo en venta para futuros matrimonios. Sí, ésa es nuestra Nahui; la que prometió regresar; libre y luminosa como el mismo sol que pone en movimiento a todo aquel que se acerque a ella.

“Patricia Rosas Lopátegui pone ahora a nuestra disposición lo que nadie ha visto en casi un siglo”, retomo, quizá el más simple pero el más honesto comentario de José Emilio Pacheco en un artículo de su autoría, fechado el 18 de marzo de 2012 para la revista Proceso, en torno a la publicación del libro Nahui Olin: Sin principio ni fin. Vida, obra y varia invención, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, hace ya más de una década, y al que también califica el escritor de indispensable y al que yo agregaría a la lista de los inconseguibles, porque la solidez del archivo, el fundamento de la investigación y presentar a Nahui con su voz propia tiene tal peso que aún no ha salido ninguna editorial valiente que diga sí a la reedición de este invaluable material; dicho lo cual, hago lo propio para manifestar la necesidad de libros e investigaciones de este calado y llevo también la intención de asegurar a los futuros acompañantes de las Insurrectas que su contenido goza de una consistente y nada improvisada exploración sobre la riqueza intelectual de mujeres geniales, como Nahui, quien a través de su erotismo y adelantada madurez fijados en versos explosivos, en desnudos consagrados a la expresión y no al morbo; con esa energía cósmica rescatada de nuestra memoria ancestral que puede y tiene con qué contestar la ciencia eurocentrista, escribe más historia, pinta más claros escenarios y traza mejores cartografías que las ya muy viciadas versiones de la historia.

Carmen Mondragón tenía diez años y, sentada en su pupitre, señaló lo que toda la sociedad mexicana sabía y no se atrevió a nombrar: la cosificación de las mujeres como un artículo en venta para futuros matrimonios. Sí, ésa es nuestra Nahui; la que prometió regresar; libre y luminosa como el mismo sol que pone en movimiento a todo aquel que se acerque a ella. La primera Insurrecta ha llegado y no para quedarse; decir algo así sería en demasía patriarcal y egoísta; ella trae la estafeta que pasará con gloria a Antonieta Rivas Mercado, quien ya viene anunciándose en la contraportada de este material, y me atrevo a adjetivar este suceso haciendo uso de una palabra tan eficaz como elegante, palabra que descubro gracias al prólogo de Patricia Rosas, como un ritornello, porque lleva a la comprensión profunda del objetivo de esta obra: un pequeño pero constante retorno que fluye y sostiene la dignidad histórica de las mujeres.

Entre tanta cosa buena puesta en notas, ilustraciones y poesía, hay más; la puerta violeta que hoy cruza Nahui en forma de libro condensa de forma sencilla los hechos más relevantes de su vida; es verdad que también toca pasar junto a ella por esos tiempos de dolor y olvido, de carencias e injustos señalamientos, pero, tranquilos, está muy lejos de esos relatos que al amparo de la ficción o del clásico “te lo juro por ésta”, no queda otra opción que conformarse con las divagaciones de algún escritor que dice que recuerda haberla encontrado espantando niños en San Juan de Letrán. Esta lectura está sustentada y enriquecida de manera tan digna y sensata que el placer de leer y la necesidad de saber se unen en 169 páginas para acompañarnos a todos lados.

El esplendor femenino no está sujeto a modas ni tiempos, sin embargo, me produce una sincera gratitud que los nombres y las obras de nuestras antecesoras sean el centro de atención y estudio y activen la manivela de esta rueda de la fortuna que es el pensamiento de contraste y, aunque ya no estén físicamente entre nosotros, continúen siendo agentes de cambio a través de sus letras provocadoras y revolucionarias que apostaron, de una forma u otra, a que la cultura dejara de ser la posesión de unos cuantos. La insurrección puede ser incómoda para algunos, pero siempre tendrá un mensaje para quien esté dispuesto a descubrirlo, de liberación total. ®

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Publicado en: Libros y autores

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