“…los hombres se clasifican en dos: los suertudos y los que piden prestado”.
—Rodrigo Márquez Tizano
La vida contemporánea nos depara una gran cantidad de metraje que cualquier editor de medio pelo consideraría inservible, para tirar directo al icono de la basura. Lo peor es que de ese metraje absurdo se compone la mayoría de nuestras vidas.
La literatura que practica Tizano es un ejercicio de realidad que tiene por única certidumbre la supervivencia como fin más inmediato. Esa constatación no podía dar más resultado que el cinismo, una saludable actitud ante la barbarie generalizada y la hecatombe postindustrial.
En Todas las argentinas de mi calle (México: Moho, 2010; dibujos de Daniel Guzmán) asoma por retazos la desesperación y futilidad de la vida en un lugar tan representativo de lo pasado de lanza que somos los humanos entre sí y con la naturaleza, perro rabioso el capitalismo de última generación, como el Distrito Federal, donde subsiste la editorial Moho como un cáncer vírico ofreciéndonos esplendorosos y divertidos tumores literarios.
La generación a la que pertenece Tizano se educó en la televisión y su formación estética no va más allá de los videojuegos, casi digitales de nacimiento, pero que se formaron con los canales de pago, ahí aprendieron inglés, y que tienen que sobrevivir subempleados en call centers o de intrépidos (por no decir suicidas) repartidores de pizzas a domicilio, precisamente para pagar el cable: “el Animal Planet no se paga solo”, escribe Tizano en el primero de los relatos: “Instrucciones para sobrevivir al ataque de un oso Grizzly”.
En el relato “Estepona”, una aproximación a la etapa de una escolarización infeliz en la que el maestro es un frustrado árbitro que enseña el Manual de Carreño, el narrador hace otra reveladora declaración de principios diciendo que su aspiración y realidad es la de un “ciudadano común, apenas levantando cabeza, que no decide la naturaleza de sus errores, falla y con eso basta”.
Los protagonistas de Todas las argentinas… viven sin consignas ni posiciones, viven en la resignación de una realidad fallida y la obligación de permanecer en ella aun “desconociendo la utilidad de formar en orden descendente los tenedores sobre la mesa”.
Tizano es de los escritores que no esperan demasiado de la vida, su visión lúcida los pone a salvo de cualquier heroicidad, son ciudadanos de tercera en la pirámide del consumo y la ideología. Siendo el oficio de escritor residual, el moralismo o los sueños húmedos apocalípticos salen sobrando. Saben que el heroísmo si no reditúa en forma de programa de televisión siempre sale muy caro, y en cuanto a la felicidad, siempre es mejor disfrutar la de los demás frente al televisor en soledad, aunque la felicidad sea fingida.
Los relatos de Todas las argentinas de mi calle están escritos de manera ágil, sin rodeos y mostrando varios destellos de lucidez verbal traducido en fino sentido del humor. Las narraciones muestran escenarios donde los valores están caducos de antemano, donde incluso hay que estar a salvo de la solidaridad, de ciertos modos de solidaridad, como la tolerancia a la estupidez generalizada que exigen estos tiempos de afasia, en los que demasiadas horas de nuestras vidas se diluyen frente a la computadora en chats tan aburridos como estériles, que suelen terminar en sórdidas masturbaciones.
Tizano ya posee una voz literaria y desde ahí se dedica, como presume en la contraportada del libro, a dar golpes certeros en el hígado. No hay mucha esperanza, pero sigue habiendo literatura. ®