Echeverría era nacionalista y fue pésimo para México. Lo que nos deja ver, ya que de ahí sigue, que nacionalismo no es democracia, ni democracia es nacionalismo, y que los nacionalistas no por serlo hacen las mejores políticas públicas
A la memoria de Luis González de Alba
Sostiene Sartori: “La elección de la palabra es importante. Las palabras son nuestras gafas. Equivocar la palabra es equivocar la cosa” (sentencia bíblica para mí). Equivocar la palabra “nación” es equivocar la cosa “nacionalismo”. Equivocar la palabra “nacionalismo” es equivocar su análisis empírico y normativo, su estudio y su evaluación (no hay verdaderas ciencias cuando no hay buen análisis conceptual). Más o menos sorprendentemente, muchas veces el nacionalismo se “define” sin referir a “la nación”, o se habla de “nación” sin suficiente… “nación”. Por eso, en asuntos de nación y nacionalismo, aparecen tantos errores, dichos sin sustento, falsas equivalencias y manipulaciones retóricas a pasto. Vemos todo esto, y más, no sólo la acción nacionalista misma. Por una cosa o la otra, por ser nacionalista o estar equivocando el lenguaje, de repente el nacionalismo se convierte en democracia, “gobierno nacionalista” en “democracia verdadera”, y lo que usted quiera y mande. ¡“Buen gobierno” igual a “nacionalismo”! Un desastre. Y por eso unos cuantos nos esforzamos por limpiar, aclarar y precisar, controlar, qué es el nacionalismo, qué no es, qué no puede ser y en qué puede derivar. Es un esfuerzo ingrato (“¡traidor!”) pero vale la pena.
El desastre lingüístico tiene consecuencias, más allá de la irritación sartoriana. La manipulación política y mediática se hace posible con mayor eficacia. Y nadie puede probar que de ahí sale una ciudadanía mejor que la que entró. No es raro ver que algunos nacionalistas —y populistas— dicen que la regulación estatal de la economía y las diversas intervenciones del Estado en ella, como no privatizar, son intrínsecamente positivas y nacionalistas. Por el otro lado, prácticamente todos los neoliberales —fundamentalistas de un mercado abstracto— dicen de algún modo que esas actuaciones del Estado son intrínsecamente nacionalistas y negativas. En un caso, el primero, son cosas siempre buenas porque son nacionalistas, y nacionalistas porque son populares y sociales; en el otro, siempre malas porque son nacionalistas, y nacionalistas por estatistas. Contemplad la manipulación… Las imprecisiones y las mentiras. Lo correcto y cierto es que Estado y nación no siempre casan —¿podemos recordar la ciudad–Estado?— y que ninguna de aquellas cosas es intrínsecamente positiva, negativa o nacionalista —ni intrínsecamente estatista; como no todas las desregulaciones y privatizaciones son innecesarias o neoliberales.
No. Yo quiero eso, no que le vaya mal a México, y no soy nacionalista. Lo que pasa es que vivo en México, donde nací por accidente final como todos, y no soy estúpido: ¡aquí vivo! Ni estupidez ni corrupción.
“Pero quiere algo bueno para su país… [entonces] es nacionalista”. No. Yo quiero eso, no que le vaya mal a México, y no soy nacionalista. Lo que pasa es que vivo en México, donde nací por accidente final como todos, y no soy estúpido: ¡aquí vivo! Ni estupidez ni corrupción. Con eso basta. Lo repito: soy mexicano, sin vergüenza ni orgullo, y estoy contra los nacionalismos. No todos los que quieren algo bueno para su país son nacionalistas. Y el nacionalismo no es esa simple y buena intención. ¿Será que no todos los que le desean bien al país son nacionalistas pero todos los nacionalistas le desean bien? Supongamos que sí, aunque puedo pensar excepciones muy posibles. Fácil pero sin facilismo: querer no es hacer, no es lograr, ni siquiera es intentar. Nuez unida: Echeverría era nacionalista y fue pésimo para México. Lo que nos deja ver, ya que de ahí sigue, que nacionalismo no es democracia, ni democracia es nacionalismo, y que los nacionalistas no por serlo hacen las mejores políticas públicas (véase el punto 9 de mi “No al nacionalismo”).
“Pero si está haciendo bien al país, es nacionalista”. No. Le estaría haciendo bien. Beneficiar al país no es nacionalismo, es beneficiar al país. ¿Es que no todos los que lo benefician son nacionalistas pero todos los nacionalistas lo benefician? No. El nacionalismo puede hacerle mucho daño, y los nacionalistas más. Echeverría otra vez. El “héroe” del Tercer Mundo no sólo era autoritario e incompetente sino un nacionalista, hecho y derecho. “Hacer bien” desde la política no puede separarse de la eficacia de una razón. ¿Pero no los países desarrollados lo lograron por nacionalistas? Algunos por imperialistas, por lo que el nacionalismo fue un factor; en otros, ¿no tuvo nada que ver el Estado, el tipo de Estado, el comercio bien aprovechado, ciertas culturas, el apoyo de la ciencia y la tecnología, una perfeccionada racionalidad estratégica, etcétera? “Bueno, pero necesitamos que los ciudadanos quieran mucho a su país y sean nacionalistas”. Tampoco. No rotundo. De necesitar, necesitamos —y urgentemente— mejores ciudadanos, muchos más buenos ciudadanos. Y no, ser nacionalista no es ser bueno como ciudadano. La buena ciudadanía no es un corazoncito, es un cerebro que camina: la actitud y la conducta de una conciencia pública: tener conciencia y honrar obligaciones y deberes de uno frente a los demás y sus derechos, en un espacio no privado, común y compartido. Ni cada nacionalista es un buen ciudadano ni cada buen ciudadano es un nacionalista. Ser nacionalista es estar orgulloso de lo que es, lo que sea, tu nación. Y eso es todo un problema. Muy público problema.
Veámoslo así, que así también se manifiesta: una campaña publicitaria del refresco Sidral Mundet nos dice que hacer las cosas “a la mexicana” es hacerlas bien. El refresco me parece excelente, sin importar que sea mexicano, el anuncio es un mamarracho patriotero. Implica que todos los mexicanos, si actúan como mexicanos, no pueden hacer nada mal, o que es característicamente mexicano ser bien hecho. Vista lógicamente, la cosa empeora cuando dicen, en otro orden, que hacer las cosas bien es hacerlas “a la mexicana”. Eso puede implicar que todos los que hacen bien algo lo hacen por hacerlo como lo haría un mexicano; cada vez que se hace bien, se hace como el patrón, el modelo, el mexicano. Ajá. La falsedad de los dichos es evidente, y el problema que encierran mayor: se supone que si hay algún problema con los mexicanos es de autoestima y motivación, no de diagnóstico y capacidad, capacidad ciudadana y diagnóstico sobre el país. No puedo saber cuánto influye el anuncio pero no dudo que el mayor efecto sea ensoberbecimiento, el mexicano “¡A huevo!” Adiós al mejoramiento por corrección. Es otro “¡Sí se puede!” La frasecita que reconoce retorcidamente que nunca se ha podido, que “nuestra” Historia es ésa, y que convoca a superar el abismo con “las ganas” que habrán faltado. “¡Échenle ganas!” Como si no faltara capacidad alguna, sólo “creérselo” y más porras. Echarle ganas como receta máxima o última para ganar es una receta para seguir perdiendo. Y no es tan diferente de una de las grandiosas recetas del barbaján de Trump: a su “América” lo que le falta es “mentalidad ganadora”, como la del señor. Ajá también. El problema de México no es la raza, sí partes de la cultura (raza y cultura no son lo mismo, carajo), y hay que decirlo. No sólo el Estado y los políticos, también creencias y rutinas de la gente, sobre lo político, lo público, de lo económico y lo cívico.
El Estado–nación ha perdido algún poder pero no ha muerto. Ahí sigue, existe, en un sentido está dado. México lo es. Tomarlo en cuenta y actuar dentro de él no es nacionalismo. Es una realidad y un hecho práctico. Aquí necesitamos mejor Estado. En algunas regiones más y que mejore en todos lados. También necesitamos mejores empresarios, no más nacionalistas, menos hipócritas y “gandayas”. Y mejores mexicanos, por ser mejores ciudadanos. Nacionalismo no es lo que urge. La verdad, ni siquiera lo necesitamos. ®