Como filme de acción, Salt cumple con su cometido de mantener la tensión y atención hasta el final. Eso es todo lo que es prudente afirmar.
Sigo pensando que en las películas de acción, en particular las de espías, se halla si bien en forma cifrada la única crítica de fondo que es posible encontrar en los mass media. No es únicamente la detective story, también el género futurístico y de ciencia ficción, cuando no es muy extremo y se refiere al Armagedón y el Apocalipsis. Cualquier género es bueno, en realidad, para dejar ver las entretelas del aparato financiero y de poder que sostiene el mundo o le impide volverse un lugar mejor. Ambas tendencias encontradas se concilian en la práctica y en la mente de algunas personas. Es importante reparar en el aparato supuestamente ficticio de la historia que vuelve muy difícil al espectador promedio distinguir los elementos auténticos de los espurios. Ésta es la razón por la cual los grandes estudios se animan a dar su visto bueno a estas superproducciones. Por otro lado, cabría plantearse la hipótesis contraria, si no es más bien el deseo de crear el sentimiento de angustia colectiva bajo una amenaza presunta pero no real. Ambas tendencias, de un modo casi contradictorio, pueden manipularse para confundir, crear la cortina de humo, el elemento distractor que el mundo necesita. Tantos buenos estrenos este año en la producción de Hollywood hacen pensar que en verdad se esmeraron en lograr algo, ¿habría la consigna de que así lo hiciesen? Sobran asuntos graves de que distraer a la masa en estos momentos: la crisis económica, la escasez de empleo, el problema de los alimentos, la especulación acerca de los recursos energéticos del planeta y hasta qué año alcanzarán, la conveniencia de epidemias globales para balancear la sobrepoblación, en fin.
Salt (2010) es una película del director australiano Phillip Noyce, escrita por Kurt Wimmer, libretista y director estadounidense, en que Angelina Jolie, la agente Evelyn Salt de la CIA, resulta inmersa en un complot de espías rusos. Durante un interrogatorio Orlov, que hace el actor polaco Daniel Olbrychski, famoso por sus filmes de Wajda y Volker Schlöndorff, revela que existe una conspiración y un día, el Día X, en que la antigua KGB soviética se encargará de borrar de la faz del mundo a Estados Unidos. Refiere la historia casi inverosímil de un patriota ruso que aleccionó a grupo de niños, educándolos en la lengua y costumbres estadounidenses, para infiltrarse en el sistema hasta que llegara el momento propicio. La misma agente Salt es parte de este horrendo plan, puesto que es rusa en realidad. Ante tales revelaciones sus colegas de la CIA se quedan atónitos. Un blanco, Ted Winter (Liev Schreiber), quiere protegerla, pero un negro, Peabody (Chiwetel Ejiofor) se apresta a perseguirla de inmediato. La agente Salt se escabulle por el edificio, es acorralada y en una espectacular maniobra, que no excluye explosiones con lanzallamas improvisados, saltos espectaculares a vehículos en movimiento, logra burlar sus perseguidores. Su principal preocupación es Michael Krause (August Diehl), el aracnólogo alemán que es su marido, quien movió cielo y tierra para que la liberaran de Corea Norte donde la tenían apresada. Salt teme que ellos lo hayan capturado, como es el caso.
Sigo pensando que en las películas de acción, en particular las de espías, se halla si bien en forma cifrada la única crítica de fondo que es posible encontrar en los mass media.
Orlov también les revela que un agente planea asesinar al presidente ruso en su próxima visita a Washington, DC, en ocasión del funeral de su amigo, el vicepresidente estadounidense. Éste será el detonador de un conflicto sin precedentes. En la secuencia que viene veremos cómo Salt logra penetrar en la iglesia, donde se celebra el servicio funerario y cumple su misión, dispararle al presidente de Rusia. Antes pasó por su apartamento, vio que su esposo no estaba, dejó encargado su perrito con una vecina, una niña negra, y tuvo buen cuidado de cargar en un frasco uno de los especímenes de su marido, una no muy grande araña de color negro. Al prepararse para el atentado veremos a Salt ordeñar el veneno del arácnido. La pobre bestezuela debió quedar inutilizada y casi muerta, puesto que se le extrajo el veneno por medio de una grosera jeringa. Aquí no hubo mucho tiempo para mostrar amor por los animales.
El episodio siguiente es en Rusia, en el mohoso casco de un buque anclado, donde Salt se reúne con Orlov, su maestro y mentor desde niña. Al preguntar por su marido Orlov la lleva a verlo sólo para que presencie cómo le meten un tiro. No quiere distracciones para sus agentes. La causa es lo primero y ésa es dominar el mundo. Primero apoderándose del Kremlin y después de la Casa Blanca. Los terroristas saludan a la siostrá o hermana, son los niños de Orlov, sus antiguos compañeros de internado. Tras recibir órdenes de dirigirse a la Casa Blanca y penetrar en el búnker presidencial Salt da un paso más, liquidar a Orlov junto con todos los presentes en la nave. El paso anterior había sido no matar al agente negro y dejarse apresar por el crimen del presidente ruso. De ésta y de todas logra escapar, de otro modo no sería la espía perfecta. Pero es también una espía de las películas de la nueva ola, donde los agentes de la muerte comienzan a razonar y a orientarse por su libre juicio. Lo vemos en The International (Tom Tykwer, 2009), Taken (Pierre Morel, 2008), The Bourne Ultimatum (Paul Greengrass, 2007). Salt venga a su marido y pretende detener la conjura para desatar la Tercera Guerra Mundial. Siguiendo los planes de Orlov, aborda el avión que con otro de sus niños, un mayor checo de la OTAN, se dirige a Washington, Salt fingiéndose hombre y su ayudante. Es claro entonces que el número de los niños de Orlov es mayor que el que ella se imaginaba y muchos se encuentran ya infiltrados en las esferas más altas del poder.
Autosacrificándose y como elemento distractor, el mayor checo le dispara al presidente, desde luego fallando pero pagando con la vida. En un nuevo alarde de destreza corporal y timing preciso Salt consigue penetrar en la bóveda del búnker antes de que éste se cierre de manera hermética. Ted Winter es uno de los agentes que en la confusión han quedado como guardias del presidente. Él se revelará también como otro de los niños de Orlov (The Boys from Brazil, Franklin J. Schaffner, 1978), acabará con todos, menos con el presidente, quien debe completar el protocolo para el lanzamiento de los misiles intercontinentales. Winter elige golpear al mundo musulmán. Así el fin de Estados Unidos, dice, será lento y cruel. Salt en un nuevo alarde de energía se enfrenta a Winter, sin llegar a acabarlo, puesto que llegan refuerzos. Salt cuando ve que Winter no se despega del presidente que él mismo ha noqueado, para rematarlo más tarde, con las esposas que lleva puestas en las manos, se cuelga en el vacío de la escalera y le rompe el cuello a Winter. El agente negro queda por unos minutos a cargo de la prisionera Salt antes de entregarla al FBI. Salt lo encara y le hace entender que ella primeramente le perdonó la vida a él y, en segundo lugar, acabó con Orlov. Le dice que hay más allá afuera como ellos esperando, aunque ninguna mujer (desde luego ella es única), y sólo alguien como ella con su entrenamiento podría detectarlos. El negro la libera de las esposas, cuando van en un helicóptero militar, y ella se lanza al río Potomac. Más tarde la veremos correr sana y salva por las orillas.
En este caso, Salt se destaca por su trama bien trazada y perfectamente resuelta y por algunas notas de admiración hacia las prácticas de entrenamiento de los espías en la antigua Unión Soviética.
El tema de los espías y súpercriminales es tan antiguo como el mismo doctor Mabuse en Ein Bild der Zeit de Fritz Lang en 1922. George Fitzmaurice dirigió a Greta Garbo en Mata Hari en 1932. Ha estado presente en las series de James Bond, Bourne y algunas más. En este caso, Salt se destaca por su trama bien trazada y perfectamente resuelta y por algunas notas de admiración hacia las prácticas de entrenamiento de los espías en la antigua Unión Soviética. Aunque el socialismo real fue un fenómeno abominable, no menos nocivo que los totalitarismos europeos del pasado y la globalización de hoy, propició la formación de una serie de élites en las ciencias, las artes y las destrezas físicas (deportivas y otras). La nueva Rusia de Putin, que no es la sumisa y adormilada de Yeltsin, aun en bancarrota y postración (¿qué otra potencia en realidad no se halla en un estado semejante?), puede deparar una serie de sorpresas para los estadounidenses y una cierta esperanza para el mundo, en el sentido de equilibrar el poder y disuadir de echar mano de medidas extremas. Salt, más que ser rusa o estadounidense (bien visto es en realidad las dos cosas) es un ser humano, dotado de una conciencia individual y con la capacidad de tomar sus propias determinaciones. El personaje es casi el de un antihéroe que se redime además en mujer. Por años pensaron ofrecerle el papel a Tom Cruise, a quien vimos junto con Cameron Diaz en Knight and Day (Ray Miller, 2010). El otro estreno notable fue el de Inception (Christopher Nolan, 2010) con Leonardo di Caprio. Christopher Nolan es el director de la serie de Batman, cuya última entrega fue The Dark Knight (2008). Inception es una película difícil de clasificar, más bien emparentada con la serie de Matrix, por todo a lo que la construcción de mundos posibles y paralelos se refiere. El tema del poder está tratado de una manera igualmente subrepticia. El magnate japonés que financia el proyecto quiere ser el líder de las compañías de energía, un tema crucial. Siempre es de esta manera, digamos en forma sesgada, como se ventilan los asuntos más apremiantes y graves que afectan a toda la raza humana. Es necesario leer mucho entre líneas, quizá demasiado, dirían algunos. Como filme de acción, Salt cumple con su cometido de mantener la tensión y atención hasta el final. Eso es todo lo que es prudente afirmar. ®