OJOS Y CORAZÓN QUE NO TENDRÁN LOS NARRADORZUELOS

Ojos que no ven, corazón desierto, de Iris García Cuevas

La cosecha de narradores en tierras del cebiche y el vuelvealavida es un asunto que seguramente está relacionado con la producción de cebolla, porque la situación está para llorar. No es para menos: en Guerrero no hay talleres honestos para practicar o iniciarse en la narrativa. Es más sencillo conseguir droga que un libro. Los gobernantes le dan más prioridad a los taxistas que a los temas artísticos. Instituciones y universidades (públicas o privadas) viven —y han vivido— en el oscurantismo editorial sin que ello les avergüence en absoluto.

Si a lo anterior le sumamos el paso de gobiernos pendejos de una izquierda que resultó ambidiestra y de grillas culturales enconadísimas, nos da como resultado un subgénero de escritores dedicados a la prosa: el narradorzuelo.

Este espécimen vive a costa de oscuras —pero también lambisconas— relaciones con eso que conocemos como poder político. No le interesa leer y en el mejor de los casos ni siquiera escribir, sino que vive de obras que escribió hace una década. Su horizonte literario se reduce a tradiciones artísticas de principios del siglo pasado. En el peor de los casos, posee un título que lo acredita como “poeta” o “narrador”.

Contra todo pronóstico lógico, el narradorzuelo es reconocido públicamente como el baluarte de las letras guerrerenses (aunque supongo que en toda la república se cuecen habas). Se le respeta como si su aportación a las letras fuera impagable. Ellos designan premios, obtienen prebendas y publican libros que sólo se encuentran en los anaqueles del Congreso del Estado o la oficina del gobernador.

Son, pues, glorias literarias de ranchería. Se les llama “maestro” y es común que reciten o compartan alguna sesuda reflexión en tal acto político o reunión de sobremesa.

El joven escritor chilpancingueño (no chilpancinguense, palabreja inventada hace un lustro por el PRI) Renato Rueda sostiene que la historia de la literatura guerrerense ha estado cimentada, desde siempre, en mitos inadmisibles: “Como Ruiz de Alarcón, expatriado de la Ciudad de México y de España, es el ejemplo más remoto e ilustre. Pero las fisuras se asoman y, sin rascar mucho, se puede atribuir a Altamirano una vehemente alma guerrerense. Y así los siglos: Rubén Mora el ave cantora de Guerrero que nunca alcanzaría, ni por asomo, el rastro de algún verso de Villaurrutia, sin embargo, se decía, se acataba y aún se convoca: Mora es Mora, y el costumbrismo decimonónico de Cuca Massieu (curiosamente, madre del priista José Francisco Ruiz Massieu) y tantas asociaciones literarias que aún proclaman sus endecasílabos forzados y sordos”.

No obstante, apunta Rueda, los escritores que nacieron después de la mitad del siglo XX “comenzaron lo que propiamente habríamos de conocer como literatura guerrerense actual, sin mitos, con un trabajo fehaciente que ha dado obras de gran valor artístico”. Es decir, obras sin necesidad de padrinos, que no son producto de deudas políticas y en el mejor de los casos: que hacen una aportación artística no sólo al ámbito estatal, sino al nacional.

El libro Ojos que no ven, corazón desierto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010), de Iris García Cuevas, es uno de estos ejemplos.

Vamos por partes. Un rasgo que caracteriza a los jóvenes escritores es que su literatura es proclive a lo complejo, lo experimental, todo en aras de ser innovador. Entre menos se les entienda a lo que escriben es más chingón, suelen pensar. Como si la literatura fuera un asunto de mentes superiores.

En el libro Cartas y escritos inéditos Raymond Chandler afirma que “algunos escritores están constreñidos a escribir con frases rebuscadas a manera de compensación por la ausencia de algún tipo de emoción animal. No sienten nada, son eunucos literarios, y por lo tanto, para probar su individualidad, caen en la terminología oblicua”.

A su vez, Hemingway, aconseja que “no tienen que caer en ese pensamiento pseudointelectual de que para escribir alta literatura es necesario adornar y hacer rebuscado el lenguaje. No. Lo que se debe buscar es transmitir lo que quiere el escritor y para ello hay que redactar de forma sencilla y directa”.

Como lectores siempre agradeceremos la escritura clara. Sin florituras ni artilugios distractores que en el peor de los casos terminan por aburrir.

Podríamos decir que los relatos de García Cuevas son historias en su estado más puro y, además, las más complicadas de escribir.

En Ojos que no ven… la sencillez es un rasgo que se hace presente desde el título.

En este volumen la joven escritora elige con fortuna el complicado camino de las historias sin adornos. Aquí no hay mensajes ocultos, imágenes censuradas, eufemismos gastados o modas literarias.

Para escribir Faulkner recomendó tres cosas: experiencia, observación e imaginación. Iris García posee estos atributos, por eso cuenta sin ambages la corrupción en corporaciones policíacas, arteras maniobras políticas para despojar a ejidatarios de sus tierras, comandantes homofóbicos, maltrato y explotación sexual de mujeres, asesinatos a quemarropa y filias de todo tipo.

Para construir estas historias García Cuevas echa mano a un arsenal de técnicas narrativas que van desde el cuento del género negro, como en “Mala yerba” hasta estructuras netamente cinematográficas, como “Líneas paralelas”. Se nota oficio, práctica (algo admirable en un primer libro). Se perciben influencias de tradiciones narrativas como el corrido, la novela policíaca, la generación perdida, pero también en estilos hodiernos como la narconovela y la comedia negra.

García Cuevas es también transgresora, porque incursiona —y muy bien— en una tradición literaria dominada por varones. Hasta donde tengo información (cualquier agregado es bienvenido), en México, el género negro ha sido cultivado por María Elena Bermúdez (en los cincuenta y sesenta), y más recientemente por Yolanda de la Torre e Ivonne Reyes Chiquete.

Raymond Carver afirmó también que un gran escritor es aquel que elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. El entramado literario de Ojos que no ven… está trazado en su totalidad en Guerrero, condición que, lejos de encasillarlo en la literatura llanera, le imprime una personalidad pocas veces vista.

Ojos que no ven, corazón desierto es una doble bofetada con guante blanco, uno: porque toma un lugar en un género negro sin exponentes femeninos, y dos: porque la voz de García Cuevas representa una nueva y mejor opción que la de muchos tristemente célebres narradorzuelos, jóvenes y vetustos. Locales y de todo el país.

Caneti, quien concibe al proceso creativo con una especie de metamorfosis, advierte: “En un mundo que cada vez prohíbe más la metamorfosis por considerarla contraria al objetivo único y universal de la producción; en un mundo que multiplica irreflexivamente sus medios de autodestrucción, es un hecho de capital importancia que haya gente dispuesta a seguir practicando el preciado don de la metamorfosis”. Afortunadamente, y para orgullo de sus coterráneos, Iris García es una de ellas. ®

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Publicado en: Junio 2010, Libros y autores

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