Hay libros que parecen escritos como un ajuste de cuentas. Paseos con mi madre [Barcelona: Tusquets, 2011], de Javier Pérez Andújar es uno de ellos. La historia, ya se sabe, es un relato escrito por los vencedores, por los que ostentan el poder, práctico y fáctico, y son dueños (además de las ciudades, edificios y comercios) tanto de los relatos como de los soportes: medios de comunicación, universidades, historiadores adscritos, editoriales… y así moldean los discursos del pasado y el presente. A ellos les pertenece la historia oficial.
Barcelona es una ciudad que exporta una imagen europea y de aires mediterráneos, habitada por una burguesía ilustrada (y futbolera, con el FC Barcelona como equipo de devoción), amplia actividad cultural cosmopolita transpolable (Forum, Sónar…) y, en las últimas dos décadas, de un multiculturalismo que no deja de ser segregación racial disfrazada.
La tradición cultural catalana viene de antiguo y es pródiga en fenómenos individuales, sobre todo en música y plástica, pero salvo contadas excepciones, todos han sido absorbidos por los discursos oficiales. El hecho de que Barcelona sea una de las capitales europeas del sexo y la prostitución, por poner un ejemplo, suele pasar de puntillas en ese discurso, aunque sea un secreto a voces y también atraiga a miles de turistas. La hipocresía es la base de las sociedades deshonestas.
Del mismo modo poco se ha contado de la vida que rige en la extensa área poblada por las inhóspitas ciudades satélite que rodean la ciudad, conocidas como el cinturón rojo o cinturón industrial: el extrarradio barcelonés.
No ha sido en términos generales precisamente un tema muy literario, y sólo excepciones como Francisco Candel o Juan Marsé se han detenido en sus novelas a narrar el mundo de la clase obrera y los inmigrantes y dar cuenta del acusado conflicto de clases que existe en esta ciudad.
El extrarradio, como el de muchas urbes, consiste en un monstruoso paisaje de bloques de apartamentos carcomidos por la aluminosis, esa enfermedad del cemento, que envuelve a la ciudad y que están habitados por familias de obreros en la mayoría inmigrantes de zonas rurales de España venidos en masa a partir de los años sesenta. Y ahora su descendencia.
Esos habitantes del área metropolitana de Barcelona conforman no sólo los estratos más vulnerables de la sociedad catalana, sino los más invisibles, y por lo tanto, los que durante décadas se quedaron sin voz, sin representación, a no ser que aparecieran fenómenos rescatados como paradigmas de la cultura popular (Escobar, Peret, cantaores de flamenco…) o, por otro lado, delincuentes famosos que alimentaron la iconografía barriobajera de la rebeldía violenta hacia un sistema que no favorece precisamente la movilidad social, como el Torete o el Vaquilla, cuyas hazañas delictivas fueron llevadas al cine en los años ochenta.
Barcelona es un ciudad sin río, pudiendo tener dos, delimitada al sur por el río Llobregat y al norte por el Besòs, este último un riachuelo excepto en caso de crecida por las lluvias, que alguna vez tuvieron consecuencias desastrosas. A la vera del río Besòs se erige el municipio de Sant Adrià del Besòs, una barriada obrera que creció con las tres gigantescas chimeneas de una central termoeléctrica como símbolo de identidad urbana. Aunque la central ya está fuera de uso, esas tres chimeneas siguen formando parte (incómoda) del skyline de la ciudad de Barcelona al mismo nivel visual que las torres de la Sagrada Familia, la inacabada obra de Gaudí.
Paseos con mi madre es un relato articulado alrededor de los regresos al barrio natal de Pérez Andújar, en el que emprende paseos junto al río con su madre y en el que la narración abarca diferentes tiempos, desde recuerdos de infancia y juventud hasta referencias muy específicas del presente, como algunos casos sonados de corrupción municipal. Toda la narración, recuerdos y presente, está amalgamada con base en la pertenencia, ineludible e imborrable, a esa brava barriada obrera.
Paseos con mi madre es un relato articulado alrededor de los regresos al barrio natal de Pérez Andújar, en el que emprende paseos junto al río con su madre y en el que la narración abarca diferentes tiempos, desde recuerdos de infancia y juventud hasta referencias muy específicas del presente, como algunos casos sonados de corrupción municipal.
La madre y su mundo híbrido entre lo rural y urbano representa la historia viva a la que aferrarse cuando se es un desarraigado, alguien que no acaba de pertenecer del todo al lugar donde habita. Personas separadas de familia y tradiciones, sepultadas por la distancia en algún monte de la península española, en este caso los campos de Granada. Lugar al que la familia regresaba de vez en cuando en vacaciones, aunque el autor nunca tuvo esa sensación de regreso porque, aunque arrastraba ese mundo en su familia nuclear, tampoco nunca perteneció ahí.
A través de esos encuentros el autor narra en primera persona pasajes de la infancia, reencuentros con amigos y fantasmas y las experiencias que definen una vida de barrio junto al río todavía sin domesticar. Una infancia salpicada por recuerdos como éste: “Cuando aún no se había recuperado el cauce, lo pasábamos andando y las mierdas que el curso recogía de las cloacas nos tropezaban en las piernas”.
El autor confiesa que nunca se podrá sentir parte de la ciudad de Barcelona a pesar de llevar viviendo varios años en ella, y que regresa de manera cíclica en sus paseos al otro lado del río a visitar ese territorio de bloques de apartamentos. Un barcelonés de pro se muestra orgulloso cuando tomas que enaltecen la ciudad aparecen en el bodrio de película que Woody Allen rodó en la ciudad condal, Vicky Barcelona. Pérez Andújar se emociona con los paisajes de naves industriales cercanos a su barrio, ahora pobladas por inmigrantes chinos y sus fabulosos negocios de distribución, que retrata Iñárritu en la película Beautiful.
Hasta tal punto el autor se identifica con los barrios de bloques que afirma que de ir a otra ciudad más que visitar los monumentos y zonas de interés turístico, correría a los suburbios a husmear su vida cotidiana, a ver las diferencias de arquitectura, y en definitiva gozar de la antropología de los diferentes hábitats de la clase obrera. Así, Pérez Andújar siempre se sentirá más cerca del barrio obrero de Vallecas, en Madrid, o el Harlem, a pesar de la distancia, que de la ciudad de Barcelona.
Ciudad que le mostraba su hostilidad al atravesarla desde la universidad a la parada de autobús que lo devolvería a su barrio cuando parejas de policías en ronda le pedían la identificación constantemente y le registraban sus pertenencias de estudiante, mientras que le preguntaban que qué hacía en Barcelona siendo de Sant Adrià, dando por supuesto que nada bueno podía salir de ese barrio. Escribe el autor: “En Barcelona, ser catalán consiste más en pertenecer a un estatus social que pertenecer a un país”.
Paseos con mi madre es un libro honesto que habla de ríos y que está escrito como un río, que avanza con vigoroso cauce de palabras y recuerdos, de huelgas, sindicatos, de policía represiva, de épocas en la que aquellas generaciones sentaron las bases de algo que hoy se derrumba: “La libertad es un libro que escribieron nuestros padres para que lo leamos nosotros”.
Libertades que el día de hoy vuelven a estar comprometidas.
Pérez Andújar también le da un repaso a la sociedad cultural, empresarial y municipal catalana hablando de clasismo y corrupción, del desempleo generacional y crónico, al mismo tiempo que evoca paseos por rincones poco publicitados de Barcelona como si fuera un ser extraviado en una ciudad que no le pertenece y a la que tampoco pertenece.
En este libro de memorias es prominente la importancia de la literatura en la juventud y años posteriores, la cultura del cómic y del rock para darle vuelta a la mísera y gris realidad de los barrios de extrarradio, ahora habitados en su mayor parte por inmigrantes subsaharianos, latinoamericanos y chinos… Como dice Pérez Andújar: “Ahora la pobreza viene desde más lejos”.
Paseos con mi madre es una antipostal, por lo poco que tiene de la imagen de catalanidad cosmopolita que se proyecta para consumo interno y, sobre todo, la imagen con la que se posiciona la marca Barcelona en el ideario del turismo cultural. Una instantánea compuesta de varios tiempos en la que el autor logra una veracidad y sinceridad en el relato que provoca tanto desgarro como identificación. ®