Padre de familia

¿Son unos irresponsables?

Hay investigaciones que sostienen que la presencia del padre ayuda a que los hijos sean más sociables, autocontrolados y con más confianza, además de que hace que las madres se sientan más satisfechas con su matrimonio, estén menos estresadas y que tengan una opinión más positiva de sus hijos.

A mí me gusta ver Los Simpson desde que los descubrí hace como veinte años, pero me llevó un tiempo darme cuenta de que el chistoso de la serie no es Bart, sino Homero. A partir de eso comencé a fijarme más en las comedias de familias y casi todas ponen a los padres como el hazmerreír de las series: Padre de familia, Casado con hijos, Mejorando la casa, etcétera.

Estas series reflejan un asunto más serio: a los hombres no se nos ve haciéndonos responsables de los hijos, somos más bien una figura ausente, poco querida aunque tal vez respetada, cuando no temida. Octavio Paz así lo consigna en El laberinto de la soledad.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Población (Conapo), en el año 2000 había 841 mil hombres que vivían solos con sus hijos. Para el año 2012 había 17.2 millones de jefes de hogar que vivían con sus hijos y 4.2 % de ellos no tenían pareja, lo cual nos da algo así como unos 70 mil padres, es decir, que en diez años bajó el número de padres solteros, cosa que me sorprende mucho.

Los cambios no se limitan a la cantidad de padres que hay, sino también al tiempo que pasan con sus hijos. En 1965 en Estados Unidos los padres pasaban 2.6 horas diarias con sus hijos, mientras que en 2000 pasaron 6.5; también se ha ido descubriendo cómo influyen en sus hijos y lo hacen de una manera en la cual los que somos hombres no nos debe extrañar: retándolos, empujándolos para mejorar sus habilidades cognitivas y emocionales para que se preparen a enfrentarse al mundo.

Los papás también cuidan

En 1958 el psicoanalista John Bolwy presentó una teoría controvertida en la que afirmaba que lo más natural para que un niño se desarrollara apropiadamente era tener una estrecha relación con la madre y nada más. Pero desde los años setenta se han realizado estudios en los que se encuentra con claridad que también los padres son capaces de cuidar a sus hijos; se ha visto que los padres que están esperando un hijo tienen altos niveles de prolactina, igual que las mamás que acaban de parir [Storey y cols., 2000]. También se ha descubierto que tienen menos niveles de testosterona, ya que tan sólo a una semana de haber nacido su hijo decrece un tercio de los niveles de esta hormona [Berg y cols., 2001]. Estos dos cambios vuelven a los hombres menos agresivos y más “apapachadores”.

Además, los hombres suelen interactuar con sus hijos de maneras diferentes a como lo hacen las mujeres, pues suelen tener actividades más interactivas con sus hijos comparados con las mamás. En 2006 se encontró que pasaban 40% del tiempo en actividades con más interacción, como jugar o leer, comparado con el 20% que pasaban las mamás con sus hijos en ese mismo tipo de actividades [Craig, 2006].

En otro libro, de 2009, Fergus P. Hughes afirma que las mujeres son más dadas a realizar actividades verbales con los niños, como cantar y rimar, mientras que los padres suelen utilizar juguetes en formas novedosas y tienen patrones de juego menos predecibles, lo cual puede favorecer la capacidad cognitiva de los niños.

En ese mismo estudio se encontró que las mamás se la pasaban 51% del tiempo alimentando, bañando, abrazando y calmando al niño, que son actividades de cuidado emocional y físico; en cambio, los padres pasan más tiempo jugando con los vástagos.

Se ha observado también que los padres tienden a involucrarse en actividades más físicas [Beckwith, 1986], como jugar con ellos en el piso, aventarlos al aire, luchar, hacerles cosquillas y corretearlos, en tanto que las madres optan por juegos menos energéticos, como jugar a la comidita.

En otro libro, de 2009, Fergus P. Hughes afirma que las mujeres son más dadas a realizar actividades verbales con los niños, como cantar y rimar, mientras que los padres suelen utilizar juguetes en formas novedosas y tienen patrones de juego menos predecibles, lo cual puede favorecer la capacidad cognitiva de los niños.

Además, los padres suelen promover que los niños hagan actividades físicas más arriesgadas. En un estudio publicado en 2007 se les presentó a los papás y las mamás de 34 niños una rampa ajustable en su inclinación para que ellos dijeran cual era el ángulo que ellos permitirían que sus hijos escalaran, encontrándose que 41% de los padres pusieron un ángulo mayor de lo que en realidad los niños pudieron llegar a trepar, comparado con sólo 14% de las mamás que hicieron lo mismo [Ishak y cols., 2007].

Con todos estos datos, la opinión de varios investigadores es que el papel de los padres parece ser entonces el de que aquel que abre a los niños a nuevas experiencias que lo van a ayudar en el futuro.

Esto no quiere decir que en todas las culturas esta división sea idéntica. Entre los aka, una sociedad de recolectores y cazadores del África central, los hombres pasan menos tiempo jugando con sus hijos en comparación de como lo hacen los hombres de otras culturas. Probablemente esto se deba a que las normas culturales establecen en unos lugares que los hombres se sientan más cómodos jugando con un camión que dándole de comer a sus hijos.

También influyen en el lenguaje

Además de que los padres preparan a los niños emocionalmente, también influyen en ellos en sus capacidades cognitivas. En lo referente a sus habilidades verbales, hay un estudio [Pancsofar y Vernon-Feagans, 2006] que muestra que aunque los padres utilizan menos palabras y hacen menos turnos de conversación que las mamás, aun así es el uso del habla del padre el que predice el desarrollo del lenguaje del niño en los primeros años de vida.

La influencia del padre parece derivar de la manera diferente en que ellos hablan a sus hijos. Así lo demostraron Pancsofar y Vernon-Feagans [2010] en un estudio en el que se descubrió que los padres usan palabras y tocan temas menos usuales que las mamás. Se especula que las mamás les hablan a los niños de acuerdo con su percepción de las habilidades lingüísticas de sus hijos, mientras que los padres, como son menos sensitivos a las capacidades de los chamacos, entonces les hablan en un nivel más sofisticado, impulsando en ellos un desarrollo.

Otras investigaciones abundan en este sentido. En otro estudio [Pan y cols., 2004] se mostró que los padres les hacían preguntas a sus hijos en términos de “quién”, “qué”, “dónde” y “cómo” e hicieron más peticiones de aclaración de lo que hicieron las madres, y como consecuencia de ello los niños usaron un vocabulario más amplio e hicieron uso de frases más largas que las que usaban con sus madres. En 2002 se encontró que también la complejidad sintáctica del habla del niño se correlacionaba con la complejidad gramatical del habla de los padres [Huttenlocher y cols, 2002].

En lo referente a sus habilidades verbales, hay un estudio [Pancsofar y Vernon-Feagans, 2006] que muestra que aunque los padres utilizan menos palabras y hacen menos turnos de conversación que las mamás, aun así es el uso del habla del padre el que predice el desarrollo del lenguaje del niño en los primeros años de vida.

Con todos estos datos nos podremos dar cuenta de que la ausencia de un padre debe tener consecuencias en el desarrollo de los hijos. Por ejemplo, cuando los padres están deprimidos les leen a sus hijos menos cuentos que aquellos padres que no lo están; cosa que no pasa con la madres: ellas siempre les leen a sus hijos. Pero a menos lectura de los padres, menores puntuaciones tienen los hijos en pruebas de vocabulario [Paulson y cols., 2009].

Hay otras investigaciones que sostienen que la presencia del padre ayuda a que los hijos sean más sociables, autocontrolados y con más confianza, además de que hace que las madres se sientan más satisfechas con su matrimonio, estén menos estresadas y que tengan una opinión más positiva de sus hijos.

Pero no todas las mamás son así. Hay algunas que son tan ansiosas sobre la manera en que se crían sus hijos que se sienten con la obligación de bloquear todas las intervenciones de los padres. Quienes más suelen actuar así son las mujeres deprimidas [Gaunt, 2008], siendo la clara consecuencia de esto que los padres se involucren menos en la crianza de los niños [Schoppe-Sullivan y cols., 2008].

Todos estos estudios nos hablan de la importancia de los papás en la vida de los hijos. Los hombres tenemos un papel que desempeñar en la dinámica familiar, una influencia saludable sobre la salud de los hijos y juntos con las mujeres tenemos un papel que parece equilibrarse entre los cuidados de ellas y la promoción de conductas más excitantes, arriesgadas y retadoras en los niños. A ver si con esto dejamos de ser vistos como el hazmerreír de las familias. ®

Bibliografía
Bowlby, J. (1958), “The nature of the child’s tie to his mother”, International Journal of Psychoanalysis, 39 (5): 350–373.

Storey, A. E., Walsh, C. J., Quinton, R. L., Wynne-Edwards, K. E., “Hormonal correlates of paternal responsiveness in new and expectant fathers”, Evol Hum Behav, marzo de 2000, 21 (2): 79-95.

Berg, S. J., Wynne-Edwards, K. E., “Changes in testosterone, cortisol, and estradiol levels in men becoming fathers”, Mayo Clin Proc., junio de 2001, 76(6): 582-592.

Craig, L., “Parental education, time in paid work and time with children: an Australian time-diary analysis”, Br J Sociol., diciembre de 2006, 57(4): 553-575.

Beckwith, L. (1986), “Parent-infant interaction and infants’ social-emotional development”, en A. W. Gottfried y C. C. Brown (eds.), Play interactions. The contribution of play materials and parental envolvement to children’s development (pp. 279-292), Toronto: Lexington Books & Johnson and Johnson.

Fergus P. Hughes, 2009, Children, Play, and Development, Sage publications.

Ishak, S., Tamis-LeMonda, C. S. y Adolph, K. E. (2007), “Ensuring safety and providing challenge: Mothers’ and fathers’ expectations and choices about infant locomotion”, Parenting: Science and Practice, 7 (1), 57-68.

Pancsofar, N. y Vernon-Feagans, L. (2006), “Mother and father language input to young children: Contributions to later language development”, Journal of Applied Developmental Psychology, 27 (6), 571-587.

Pancsofar, N., Vernon-Feagans, L., “The Family Life Project Investigators. Fathers’ Early Contributions to Children’s Language Development in Families from Low-income Rural Communities”, Early Child Res Q., octubre de 2010, 25(4): 450-463.

Pan, B. A., Rowe, M. L., Spier, E., Tamis-LeMonda, C., “Measuring productive vocabulary of toddlers in low-income families: concurrent and predictive validity of three sources of data”, J Child Lang, agosto de 2004, 31(3): 587-608.

Huttenlocher, J., Vasilyeva, M., Cymerman, E., Levine, S., “Language input and child syntax”, Cogn Psychol., noviembre de 2002, 45(3): 337-374.

Paulson, J. F., Keefe, H. A., Leiferman, J. A., “Early parental depression and child language development”, J Child Psychol Psychiatry, marzo de 2009, 50(3): 254-262.

Gaunt, R. (2008), “Maternal gatekeeping: Antecedents and consequences”, Journal of Family Issues, 29 (3), 373-395.

Schoppe-Sullivan, S. J., Brown, G. L., Cannon, E. A., Mangelsdorf, S.C., Sokolowski, M. S., “Maternal gatekeeping, coparenting quality, and fathering behavior in families with infants”, J Fam Psychol, junio de 2008, 22(3): 389-398.

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Publicado en: Ciencia y tecnología, Septiembre 2012

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