Nuestro México actual es de todos. Es lo que hemos hecho y no hemos hecho cada uno y entre todos. Lo que pensamos y no hacemos. Lo que hacemos sin pensar. México es de todos.
La palabra hace al hombre y el hombre es su palabra —con el perdón de las feministas y sin culpa, el hembro y la hombra.
Nuestro México actual es de todos. Es lo que hemos hecho y no hemos hecho cada uno y entre todos. Lo que pensamos y no hacemos. Lo que hacemos sin pensar. México es de todos. Buenos y malos, derechas e izquierdas, demócratas y liberales, revolucionarios y guadalupanos, morenos, rojos y azules, blancos y negros, conservadores y acelerados, masa y sociedad, pueblo y élites, políticos y empresarios y ciudadanos, trabajadores de la ciudad y trabajadores del campo, intelectuales, artistas y escritores, obreros y campesinos, trajeados y perfumados, rotos y pránganas, gente en auto y gente a pie…
Nuestro México vivo viene de atrás y camina hacia adelante.
El presente es un balcón al voladero, entre abismos y cumbres.
Combatir con ética. Crear con mirada crítica. Comprender al contrario.
Palabras limpias de un palabrero sin nombre.
Basta de luchar entre nosotros. El dolor y la alegría en nuestra tierra son de todos. El sol y el agua, la luz y los árboles, los pueblos y las ciudades, los prodigios y los desastres.
La crítica también es comunión y plenitud. Y los muertos, todos los muertos son nuestros. Nuestros criminales.
Suspendamos un momento los gritos y escuchemos el silencio.
Los ciudadanos no podemos vivir eternamente en campaña a favor de unos y en contra de otros.
Neoliberales y obradoristas (en favor de la empresa privada y en favor del Estado público), antineoliberales y antiobradoristas (en contra del capital depredador y en contra del Estado caudillista).
—Si todas las verdades tienen algo de razón, ¿cómo conciliar las razones y las verdades antagónicas?
—No lo sé. Es el dilema de siempre. Tal vez para eso sirven la política, la literatura y la historia. La imaginación y la conciliación de los contrarios.
Lo cierto y real es que tenemos que convivir con los adversarios, vernos la cara, respetarnos, escucharnos, debatir y exponer nuestros puntos de vista, sin matarnos, “ser tolerantes sin pasar por alto nada”.
Pero no somos el juez supremo de nadie. Hasta los dioses de todas las religiones, creencias e ideologías están manchados.
—Yo soy un tonto, cada vez puedo hacer menos cosas, y lucho entre mis pasiones lúcidas y endemoniadas.
En toda lucha hay buenos y malos que combaten de uno y otro lado. En todos los partidos hay gente inteligente y nefasta. En todas las familias hay momentos de discordia y comunión.
La primera guerra es en nuestra cabeza, compuesta de razones y sentimientos, verdades y prejuicios. En nuestra conciencia, si la tenemos, entre el bien y el mal, dudas y certezas, afectos y corajes, el yo y los otros.
Si el ser humano se expresa en palabras y en silencio, ¿cómo expresar lo mejor y no lo peor? ¿Qué hacer?
El primer combate es mental y no ideológico.
El ideal de un guerrero (no de un pordiosero) es dejar de pelear y vivir en paz. El pordiosero tiene que luchar por su vida hasta el fin.
Después del combate, la vida común es la más prodigiosa.
Ésta es nuestra casa de todos, neoliberales y obradoristas, religiosos y laicos, críticos y tontos, y todos los contreras. Ésta es nuestra tierra, de frontera norte a frontera sur y del Pacífico al Atlántico. Y no estamos solos, por cierto, hay muchos vecinos, lejanos y cercanos, extranjeros y turistas, propios y extraños, que también gozan y sufren el país, con nosotros.
Ésta es nuestra tierra. Nuestro México.
Pienso en nuestra tierra y hago lo que creo mejor.
Por supuesto, soy un tonto al hablar al viento. ®
—México, diciembre 2019.