Calavera de obsidiana

Antiguo género mexicano, el de las calaveritas es uno que le recuerda a los mortales que tarde o temprano van a morir —así se sientan tocados por la gracia de dios, como algunos de los aludidos aquí.

Los diputados Noroña y Triana.

Pinta tu calavera

Con flexómetro en el cinto
deberían discurrir
ciertos poetas calaqueros,
pues sus versos usureros
casi siempre cobran más
de lo que saben medir.

Propongo para esos puetas
sordos, de infausta versión
(que para cumplir encargos
no quieren pasar de largo
sus octavas del montón),
que les paguen su gestión
con monedas de cajeta.

Si eso no fuese posible
por insania matraquera,
asuntos de contracción
o insuficiencias del arte,
propongo que les extraigan
con una enorme guadaña,
los versos, la medición,
los rezos, la calavera,
los ritos de la ocasión,
con perspectiva de maña:
por salva sea la parte.

Juegos de tribuna

«Changoleón legislativo»,
le dijo Triana a Noroña
y alborotó la ponzoña
del comandante petista
a quien sólo le faltó
—con toda sinceridad—
sacar el cuerno de chivo
para desfacer el mote
que ya le nubló la vista
por toda la eternidad.

Espero verte muy pronto
—dijo Noroña al panista—,
vas y mingas a tu chadre
tú y toda tu parentela,
eres como el periodonto
de la caries de una muela.
Y si surge el estropicio
de que ocupas ese viaje
por las líneas de tu esquela
para aceitar la autopista
y hacer que se descarrile
mi intención presidencial,
le iré poniendo inicial
a todo lo que te enchile.

Ya vas armando desfile
—dijo desde la tiznada
la pelona encopetada—,
la muerte vale por miles
de tus famosas mentadas.

Y si te asalta el prurito
o alguna duda cualquiera,
ve y prueba tu fortuna
en el chispeante Tepito
y verás que estás a un grito
de sufrir muerte de cuna.

Fue así que Noroña y Triana
pintaron su calavera
en los juegos de tribuna,
revelando el Juan Gabriel
que llevan en la sesera:
en cadena nacional
se mentaron la mamushka
y claváronse el puñal
en medio de este troquel:
¡lo que se ve no se juzga!

Silvano Alvírez

En un banco de gimnasio,
a las puertas de palacio
con una nalga cautiva
y la otra en espacio,
sin ninguna explicación
que logre su tentativa
de justificar supuestos,
ahí tienen la calavera
del subcomediante Aureoles,
que se metió el presupuesto
donde la caca hace goles.

Es el mismo huelemoles
que allá una tarde cualquiera
le pegó un buen pescozón
a un profe de su cantera.

Ahora quiero por supuesto
citar con toda intención
a aquella Rosita Alvírez
que gustaba de los bailes
casi en tono de obsesión,
y que le ocurrió lo mismo
que al político bribón:

el gobernador Ramírez
—y no es exageración,
secuaces de don Enrique,
chamucos del real abismo,
carroñeros de panteón—
con un rifle de alfeñique
nomás tres tiros le dio.

Un Píndaro botijón

Amenazaba un poetastro
de dudosa envergadura
con aproximar su rastro,
sus letras y su figura
de Píndaro botijón
hasta el ángulo cabruno
de las grutas del Mictlán,
donde preside el zaguán
el gran «Coyote que ayuna».

Y había, pues, nuestro poe
ta juarín de dudoso estro
concebido el plan maestro
cuyo flato me corroe:
en cada tumba leería
los versos de un muy señero
rapsoda del nuevo foro
que muestra la tutoría
magistral de algún preclaro
que abandonó el ejercicio
de su obra monumental,
y otros dones del oficio,
a cambio de un corto varo.

Fue así que el rey de Texcoco
juntóse con sus verseros
y defendió los derechos
de su encomiable agujero:

«En este día postrero
cuya fecha es inmortal
abro mi humilde portal
para declarar, primero,
que diez muertes yo prefiero
a tan terrible desdoro».

«Segundo y también tercero:
si el gordo me baila encima
con tan enmierdada esgrima,
¡por las calzas de Chimina,
mejor báñenme con cloro!»

La muerte habla de sí misma

De muerte tengo bastante,
dinero no necesito,
si me pones de perfil
para sanear tu cubil
me apesta más el instante
que el zoológico detrito
que multiplico por mil.

Tengo una costilla floja
mi columna está en un grito,
tú me sugieres que escoja
entre serpentina y pito
(tengo esa bilis que moja
la ciencia como garlito),
pero lo único que pienso
—si pensar es mi prurito—
es que tengo el arco tenso
para deshacer el rito.

Por una cuenca florida
que actúa tal estampida
de miradas de ceniza
pasan tu vida y tu prisa,
los virus en romería
(el covid está en buen fin,
ya me estoy quedando sin
polímeros en la lista),
la displicencia amarrilla
donde tu hígado transita
como alma de policía
con la sirena marchita.

Rechinemos pues los dientes
que están muriendo de frío
con su diabetes de río,
su calva de confidente
que siempre revela el punto
donde se vuelve el asunto
cuento de nunca acabar:
porque la muerte es asaz
lava encendida y volcán,
lo mismo es cesta de pan
que aguacero pertinaz.

[Tengo en la lengua un refrán:
«acomoda el calendario
como chopo centenario:
tú mira para adelante,
que yo te cuido el detrás»]

Y si engolando la voz
resulta que soy un mito
que siempre la hace de tos
con lo del alma inmortal
de un cadáver inaudito
que está bien cuando es tamal,
con tu cuerpo horizontal
deberás con polvo atroz
construir la espina dorsal
del curso del infinito.

Muerte fingida

Como una vela dormida
con el pabilo hacia dentro
es esta muerte fingida
que se te revela engendro.

Vamos cargando la vida
nomás como circunstancia
que reproduce la estancia
de la cera derretida.

Hay dos caminos distantes
transcurso de la salida:
uno que devela instantes,
el otro es sombra cumplida.

La vida es la noche de antes
con la muerte amanecida.

Una poeta de la vieja guardia habla acerca de la muerte

En vez de la vieja guardia
quisiera ser Maribel
y mover el chunche aquel
con exultante donaire
como sintiendo el cordel
de que me llevan al baile
a la pista de un motel.

[Déjenme casi al desgaire
recordar el tango aquel,
los quiebres y la amalgama,
que me brindó un buen doncel
que no es parte de esta trama,
por todita una semana]

Yo sé que la muerte es acto
de contrición y homenaje
de un cuerpo que estupefacto
de repente emprende el viaje
algo así como al drenaje,
o en lenguaje alabastrino
digamos que esa mortaja
fue a capotear lo divino.

Pero déjenme los pongo
al borde del punto fino
que es el asunto supongo
de definir si el Mambrino
que ya entregó su bacín,
es un desecho supino
que se convierte en orín,
la carga de un maletín
que ya cumplió su destino
o el espíritu cansino
que va a fundar su confín.

Yo me quedo en el decir
de Manrique y de Darío:
somos agua rumbo al río
que amariza en el morir. ®

Compartir:

Publicado en: Poesía

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *