Desde su autoexilio como profesor en la Universidad de Indiana, el recientemente fallecido Gustavo Sainz hace algunos años nos obsequió algunas reflexiones sobre la corrupción en México, nuestra relación con los Estados Unidos, la literatura de la onda, los recuerdos…
—Los caminos de la vida, ¿son como tú pensabas?
—Desgraciadamente nada es como yo pensaba. Siempre me sorprende el mañana, y sobre todo los otros. Pero con la edad asumo una frase de Gide que dice que la incoherencia es preferible al orden que deforma. Estoy por lo casual, el ritmo, los intervalos, por evitar el orden de las conexiones, por alejar el monstruo de la totalidad, por expresar lo caótico.
—¿Cómo se miran a la distancia los constantes episodios de corrupción que siguen ocurriendo en tu país?
—Qué bueno que la corrupción son los otros, y que los podemos señalar con el dedo. Los que estaban por el cambio, que ahora podemos entender como “todo para mí y nada para los demás”, los políticamente correctos, los ecologistas, los niños bien, los guapos. Qué alivio ver que están tan enlodados como todos los demás.
—Se habla mucho del México del cambio, ¿qué tan viable es y qué tan distinto notas al país cada que lo revisas?
—Ay, maestro. Para mí México es un país cada vez más imaginario, pues nada de lo que me gustaba hacer hace treinta años se puede hacer ahora. Han desaparecido los edificios, las escuelas, las librerías, los cines, los restoranes, los amigos, las mujeres que me quitaban el sueño, y se ha instalado el miedo, la incertidumbre, la muchedumbre solitaria, la vida asocial, la violencia. Todo esto me deprime profundamente.
—Se ha demostrado que los métodos tradicionales de erradicar la violencia no funcionan, ¿habrá alguna otra opción?
—La más difícil de implementar: la justicia. Si todos tuviéramos empleo y capacidad adquisitiva, si todos fuéramos alfabetizados y estuviéramos escolarizados, estoy seguro de que desaparecería la violencia. Siempre habría uno que otro que querría más, pero serían los menos. Mira el ejemplo de Suiza.
—¿Es conveniente que voten los mexicanos en el extranjero?
—Sé que es muy complicado pero pienso que sí, si pudiera organizarse. Después de todo creo que afuera estamos todos los que supimos correr o nadar, y somos más de treinta millones.
«Frases felices de libros leídos hace cuarenta años y que todavía recuerdo, personas que me aceptaron y compartieron conmigo su intimidad, comidas pantagruélicas, momentos epifánicos con amigos pintores, actores, músicos, escritores, y mujeres bellísimas, casi de miel.»
—¿Qué tanto es México el patio trasero de los Estados Unidos?
—Yo creo que siempre ha sido el patio trasero, desde que no podemos construir motores de combustión interna o competir con los grandes monopolios farmacéuticos o alimenticios, ni con el cine americano o su música tan avasallante, ni con sus programas de TV traducidos, ni la dependencia del peso frente al dólar, ni con el entreguismo de nuestros políticos. Ya mi abuelita decía que si Estados Unidos estornudaba a México le daba pulmonía.
—Vives en el país que es la tercera parte del eslabón del narcotráfico, el del gran consumo, ¿están conscientes allá de esa situación?
—Yo creo que los grandes capos mafiosos están en el poder, por eso las fuerzas policíacas se dedican a perseguir y detener, enjuiciar y encarcelar a los consumidores de poca monta. Las cárceles están pletóricas de ellos, y ese es buen negocio para muchos, paralelo al tráfico de estupefacientes. Dos veces al año o tres se detiene un gran cargamento de droga, pero generalmente se trata de una cortina de humo para pasar un mayor cargamento por otra parte, o de una lucha entre dos cárteles. Todos vivimos en narcodependencias, en narcociudades, en narcosociedades.
—¿Algún día se dará una relación de igualdad con Estados Unidos, o ni siquiera es deseable?
—Eso es algo que ni siquiera podemos prevenir, o que a lo mejor ya está ocurriendo o por ocurrir. Aunque hay aspectos de la vida norteamericana que no son deseables, su comida basura, sus espectáculos basura, sus niños asesinos, su racismo, su política exterior, su espionaje crediticio, sus trabajos basura. ¿Te imaginas a 35 millones de jóvenes ganando el sueldo mínimo…? ¿A 559 prisioneros por cada 100 mil habitantes…? La pena de muerte…, etcétera.
—Estuviste en Grijalbo casi los mismos años que Jolopo en Los Pinos, ¿cómo recuerdas al desaparecido expresidente? ¿Tuviste algún episodio con él?
—Los primeros cinco años que López Portillo estuvo en el poder, por iniciativa de Muñoz Ledo estuve como director de Literatura del INBA, inventando becas y programas de premiación para escritores, coeditando libros e iniciando la gran aventura de La Semana de Bellas Artes, suplemento que aparecía cada miércoles, y que provocó la rebatinga de todos. Después de dos años Bremer, entonces director del INBA, me impuso a un excondiscípulo suyo, Abraham Orozco, para que se hiciera cargo de la edición del suplemento. A este hombre una célebre semana de navidad se le fue un articulito muy ofensivo, irracional e inoportuno, titulado “La feria de San Marcos” o algo así. Ese ejemplar salió la primera semana de enero del penúltimo año de López Portillo. Recuerdo que me lo enseñaron en la junta directiva de El Universal, en la que yo tomaba parte y que ahí, una mañana nublada de un lunes, vaticinamos la caída de Bremer.
—¿Qué tanto es un mito y qué tanto fue una realidad la llamada literatura de la onda?
—Bueno, pues fue un epíteto afortunado, gracias a la buena voluntad de Margo Glantz. Pero en el fondo sólo se le puede aplicar a los libros de Parménides García Saldaña o a algún título de José Agustín. Funcionó porque marcó una diferencia, un rompimiento generacional, aunque no sea justo ni verdadero.
—Sé que es difícil jugarle al adivino pero, ¿qué sería de Parménides García Saldaña en la actualidad?
—Parménides no podría haber llegado hasta nuestros días y ser becario de Conaculta. Iba demasiado de prisa, con demasiada violencia, urgido de autodestruirse. Esa es la belleza de su trayectoria. Un momento deslumbrador, divertido y ya. Nada de achaques, de enfermedades, desintoxicaciones, cansancio.
—¿Crees que algún otro mexicano merece un Nobel de Literatura?
El Nobel tendría que ser como una gripe, o sea que debía de darnos a todos alguna vez, pero es un premio caprichoso y oportunista que ha dejado escapar a muchos espléndidos escritores. De cualquier manera me habría gustado que Carlos Fuentes, Fernando del Paso o algún otro fuera a recibirlo a Estocolmo y que yo lo pudiera ver por TV.
—Para ti ¿cuál es el gran invento del hombre?
—A veces pienso que el alfabeto, pero a medida que pasaron los siglos, la electricidad, la penicilina, la inseminación artificial, la clonación.
—Los Beatles, que nunca han pasado de moda, cantaban “When i’m sixty Four”, ¿qué te sucedió a esa edad cuando la viviste?
—Qué bárbaro, maestro, a mí siempre se me olvidó el referente bitlémano. Cuando era chico había un anuncio en el radio de un tónico llamado Geronal. Decía: “¿Está más lejos la esquina?” Y yo ya llegué a esto. Ahora todas las esquinas me quedan lejos. Pero en España oí una frase que me movió el tapete: “Los ojos siempre son niños”, y yo sigo deslumbrado mirando pasar a las muchachas como las veía a mis veinte años.
—¿Los hot dogs de allá son tan asquerosos como los de acá?
No sólo los hot dogs, también las papas francesas y los Taco Bell y las Pizza Hut y las hamburguesas bigmac. Comida de plástico para una sociedad plastificada.
—Supongo que piensas regresar a México algún día, y me refiero a vivir.
—No hay día que no piense en eso. Pero tengo dos hijos y mucho depende de qué quieran hacer ellos y de adónde vayan a vivir. Me gustaría establecerme cerca de alguno de los dos.
—¿La trama de A troche y moche (2002) es un adelanto de tu retorno a México?
—Quizás no la trama pero sí muchas frases sobre la soledad, el cansancio, la imposibilidad de acción y el dolor por tantos amigos que han muerto, que es lo más terrible de seguir sobreviviendo.
—Parece una novela escrita con los ojos cerrados. Lo digo por las sensaciones que transmite.
—¿Tantas erratas tiene? Ay, maestro, no perdonas nada. Uno de los subtemas es la inutilidad de la cultura, ¿de qué me sirve mi Schopenhauer si no puedo desamarrarme las manos? Otro subtema es el de la soledad, otro el del silencio, y desde luego otros el de la luz y la oscuridad.
—¿A troche y moche fue un intento consciente de cambiar de estilo o surgió naturalmente?
—Todas mis novelas surgen “naturalmente”. No puedo deliberadamente escribir una historia siguiendo el modelo de Dickens o de Victor Hugo, digamos. No podría. Entonces me embebo en un tema, en algunos subtemas, y cuando ya no puedo más, cuando sueño con esas preocupaciones, entonces comienzo, dejo fluir la escritura, y ésta siempre encuentra su forma, sus cadencias, su ritmo, su distribución, su puntuación, en fin, me entrego a fuerzas desconocidas que a veces creo poder llegar a dominar y que debo admitir nunca he logrado dominarlas.
—¿Cómo percibir la caravana de sentimientos de un secuestrado?
—Leyendo los periódicos, hablando con la gente, leyendo novelas. Pero digamos que puedo imaginar lo que quiera, para eso soy escritor.
—A decir de las citas de autores y filósofos de A troche y moche, muchos de ellos tienen su zona trastornada, ¿cuál es la de Gustavo Sainz?
—La sensación cada vez más visceral, cada vez más acuciante, más ardiente, de comprender que nuestra realidad está hecha de tal modo que hay que ir demasiado lejos para llegar a ella.
—¿Qué recuerdos te provocan furia?
—Todo lo injusto, los accidentes, los abusos de poder, las implicaciones del autoritarismo de Estado, las enfermedades fatales, los desencuentros, las traiciones, el desamor.
—¿Y cuáles otros te causan placer?
—Frases felices de libros leídos hace cuarenta años y que todavía recuerdo, personas que me aceptaron y compartieron conmigo su intimidad, comidas pantagruélicas, momentos epifánicos con amigos pintores, actores, músicos, escritores, y mujeres bellísimas, casi de miel. ®