El autor de estas notas ofrece definiciones para los tiempos que corren, necesarias para comprender lo que acontece en campos tan diversos pero entreverados como las elecciones, la cultura, la moral, el periodismo y la tecnología digital. Imprescindible.
Pletoricracia
Érase que se era el país en el que elegían a sus gobernantes por medio del zocalómetro. En vez de las incómodas y sospechosas elecciones ganaba el candidato que llenaba más el zócalo. Los moral e intelectualmente superiores se atribuyeron la creación de esa magnífica forma de gobierno llamada pletoricracia.
Falangismo
“Corruptos los que no marchan”, era la primera ley de ese país en el que se demostraba la verdad a partir de la cantidad de gente que salía a la calle a manifestarla. No era concebible que si alguien tiene la razón en algo no lo expresara públicamente. Era sospechoso no hacerlo, quedarse en su casa guardando silencio. Las reglas morales se entremezclaban con las reglas de argumentación, dado que la verdad y el bien son indistinguibles: “Si fuese verdad lo que dices, estarías marchando para demostrarlo”. La carnavalización de la vida pública era la forma más elevada de civismo. La manera en que elegían y relegían a su gobernante era, por supuesto, en plaza pública a mano alzada. ¿Hay otra mejor?
Ethocracia
Había una vez un país en que sustituyeron al código electoral por un código moral, al instituto electoral por un instituto de la honestidad electoral, a los consejeros electorales por consejeros morales y al tribunal electoral por un tribunal moral en el que después de restar los votos de los corruptos ganaba el que tuviera más votos morales. ¿Pero cómo distinguían al bien del mal? Fácil: la palabra del líder era la norma de la moral.
Don Anónimo, el ilustrador
Había una vez un país en el que triunfó un gobierno moral apoyado por un pueblo moral. Lo primero que hicieron fue meter a la cárcel al señor que decía las noticias en la televisión por mentiroso, manipulador, corrupto, vendido, deshonesto, inmoral, chayotero, lacayo de mafiosos y varias cosas más. Su lugar fue ocupado por un anónimo enmascarado con voz de pito filtrada por computadora. En vez de recurrir a las agencias de noticias, al trabajo de reporteros y demás seres corruptos o corruptibles, el anónimo obtenía las noticias, decía, infiltrándose en las computadoras de los malos, así como de tweets y videos enviados por gente buena. La caja negra, en la que se cambia la verdad por la mentira, dejó de existir. Transparencia total en la información. Nunca más una mentira volvió a ser dicha en televisión, pues todos sabían que ese señor sólo podía decir La Verdad.
Periodista comprometido
Estoy varado en el aeropuerto. Escribo ahora esta crónica para que sepan lo que está pasando. Y es que acaba de ocurrir algo horrible. Desde hace varios minutos no pueden salir ni llegar vuelos. Es que ha ocurrido algo horrible allá afuera. Una tragedia. Y eso ha causado algo horrible aquí adentro. Comparto la suerte con los cientos o miles que estamos aquí en la incertidumbre. Veo por la ventana que hay humo, fuego, gente corriendo y horrorizada. Sigo sin poder irme a recibir el premio internacional de periodismo narrativo que acabo de ganar (claro que lo acepto con humildad). Recibo tweets de indignación por esta tragedia y respondo a ellos. La culpa es del gobierno de Calderón, de sus 100 mil muertos, 100 mil desaparecidos y 250 mil desplazados. Sigo sin poder irme. No sé cuántas horas más tendré que permanecer aquí. Mientras tanto, seguiré haciendo lo que mejor sé hacer, periodismo, y seguir comprometiéndome con las causas justas.
El Bello Durmiente
Era un dormido que soñaba que estaba despierto y que los demás eran los dormidos. En su sueño quería que todos se despertaran. Viéndose a sí mismo despierto en el sueño, le decía a los dormidos: “Si yo estoy despierto, el pueblo está despertando. Ahora despierten ustedes”. El dormido que soñaba que estaba despierto estaba a la vista de varias personas que miraban sus aspavientos, algunos con indiferencia y otros con extrañeza. El dormido pasó a sonámbulo: se puso de pie y caminó. Que estaba “marchando”, balbuceó entre sueños. Al verlo caminar dormido una viejita le dijo a los demás: No lo despierten porque se puede quedar loco. Nada más cuídenlo de que no se vaya a lastimar.
Mi abuelita demócrata
Mi abuelita vio en su iPad que a las dos de la mañana el instituto electoral le borró dos millones de votos a la señora de la sociedad civil por quien ella votó y se los apuntó al candidato por quien ella no votó. Me lo jura. Ahora me pregunta para qué sirve la democracia si no gana por quien ella votó. Mi abuelita me enseña la foto de la sábana de la casilla donde votó que tomó con su iPad. Ella dice que fue alterado el resultado que está en la página de internet del instituto electoral. Me dice que no conoce a nadie que haya votado por el señor ése al que le dieron el gane, que todas sus amigas viejitas y mochas votaron por la señora a la que según ella le robaron la elección. “No la dejaron llegar. Doña Walls representaba un cambio verdadero”, asegura.
El Sistema es un asco
Ese día era como cualquiera otro, pero El Intelectual sintió que el mundo se había vuelto más injusto que nunca. Podía soportar que cualquier autorcillo de superación personal vendiera más libros que él, pero no que un político de la derecha hubiera nombrado a otro en la chamba por la que tanto había grillado en las instituciones culturales del país. Y tuiteó desde su iPhone: “El Sistema es un asco”. Pasaron las horas y El Intelectual interrumpió su intenso ciberactivismo a favor de las Pussy Riots por una causa de fuerza mayor:
—Ya llegué, mi amorcito. Se me hizo un poco tarde.
—¿Dónde estabas y con quién estabas?, hija de la chingada. ¿Por qué no contestas el teléfono? ®