Se ha repetido cientos de veces: México es uno de los lugares más peligrosos para los periodistas. Recientemente, Anabel Flores fue secuestrada y asesinada. Otra periodista publicó la fotografía de su cuerpo semidesnudo y humillado en Facebook. ¿Para qué?
“Hoy me van a disculpar, no voy a escribir más”, dice la periodista Sanjuana Martínez en una publicación en Facebook el 9 de febrero pasado.
Hace bien.
Pero habría hecho mejor si la pena que expresa no hubiera incluido la exhibición pública, a través de una fotografía en su muro de Facebook —con más de 41 mil seguidores—, del cadáver violentado de Anabel Flores, periodista veracruzana cuyo cuerpo fue hallado el mismo día del post en una carretera del estado de Puebla.
Dice que piensa “en el dolor físico ocasionado por la tortura” (a la periodista, cuyo martirio exhibe como en los mejores tiempos del Alarma!, obvio, en una foto que carece siquiera de la composición visual que lograba Enrique Metínides), pero olvida el daño que provoca y que seguramente defenderá bajo el esquema del derecho a que “se sepa la verdad”.
“Pienso en sus dos hijos. Y se me parte el alma (sic)”, añade. Habría que preguntarse si los valora del todo al exponer la fotografía de su madre humillada, torturada y asesinada; si acaso asoma por su cabeza la idea del derecho que tienen ellos como deudos de la víctima a que su madre no sea mostrada así, a que no sea ésa, quizá, la última imagen que tengan de ella.
Sanjuana Martínez reclama la protección y el apoyo de “quienes defienden periodistas”, pero olvida que la libertad de expresión que reclama proteger también conlleva responsabilidades.
Haría mejor Sanjuana Martínez si evaluara las consecuencias de su comentario y la fotografía en un espacio que más allá de la comprensión que tenemos de un medio social como Facebook, en el que puede poner lo que se le antoje; si guardara reservas por respeto a la memoria y a la familia de una persona.
Olvida el derecho a la protección de las víctimas. Deja de lado o parece ignorar el concepto de “doble victimización”. Hace de la víctima de un secuestro, tortura y asesinato también la víctima de la exhibición de su cuerpo atado, semidescubierto, tirado a la orilla de una carretera.
Hace bien en no escribir más al respecto si lo va a hacer de esa manera.
Haría mejor Sanjuana Martínez si evaluara las consecuencias de su comentario y la fotografía en un espacio que más allá de la comprensión que tenemos de un medio social como Facebook, en el que puede poner lo que se le antoje; si guardara reservas por respeto a la memoria y a la familia de una persona.
Sería importante que reconociera el derecho de las víctimas “a ser tratadas con humanidad y respeto a su dignidad”, como se señala en el artículo 7, capítulo I, de los Derechos generales de las víctimas, de la Ley General de Víctimas establecida en la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.
Además, que valorara, desde la perspectiva de la deontología del periodismo, si la publicación que hace aporta o daña.
Pero, aparentemente, no lo hace.
Es cierto, sobra indignación frente al hecho. Duele, causa conmoción; más que eso: terror, impotencia. Da coraje y motiva a expresarse sin filtros emocionales. Ya lo dijimos aquí una vez: “la realidad es que trabajar de reportero en México está de la chingada”.
¿Tiene derecho Sanjuana Martínez a expresarse como lo hizo? Sí.
¿Puede ese derecho, a la libertad de expresión, o el derecho a la información de la ciudadanía con la que comparte la fotografía en su muro de Facebook, pasar por encima del derecho de Anabel Flores al respeto a su dignidad como persona, a la intimidad que implica su cuerpo? No.
Es válido seguir reclamando. Es importante exhibir lo que pasa en Veracruz. No dejar de señalar al gobernador de esa entidad, Javier Duarte, como un elemento central de lo que ocurre pues es su persona como empleado del estado quien asume la responsabilidad por la seguridad de sus gobernados, de sus mandantes.
Es nuestra responsabilidad, de quienes hacemos periodismo, seguir manifestando el coraje y la indignación ante la muerte de dieciséis periodistas en Veracruz, de los que se han autoexiliado o han sido extraídos del país en operativos de alta secrecía para poder salvarlos.
Es imperativo seguir mostrando sus rostros para tratar de no olvidarlos, pero no sus cuerpos torturados.
Haría bien en borrar el post. Aunque tiene derecho a dejarlo ahí, lo cual equivale a una falta de responsabilidad periodística, ciudadana y humana.
Quizá debería leer la súplica de Lulú López, periodista veracruzana que sabe, entiende y vive cotidianamente en ese Veracruz al que Martínez se refiere: “Por favor, no publiquen la imagen de Anabel muerta, de Anabel tirada, de Anabel pisoteada”.
(La fotografía de Anabel Flores no se publica como un elemento informativo de este artículo de opinión. Las razones ya están expuestas.) ®
@lrcastrillon