Ya corren ríos y ríos de tinta tratando de explicar las razones que dieron el triunfo al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y a su candidato presidencial, Enrique Peña Nieto. Aunque algo me dice que esas interpretaciones se enfocarán en explicar ese suceso correlacionando el gasto de campaña y la operación de los gobernadores, eso sería tanto como sólo observar las copas de los árboles sin prestar atención a las raíces.
Imagine usted que la efectividad electoral de cada partido político puede ser medida a través de un electrocardiograma; en el caso del PRI, esa medición sería muy parecida a una línea isocuántica con un final de 45 grados, con algunas altas y bajas importantes que podemos enumerar a partir de 1997.
José Woldenberg afirma que la verdadera transición se dio en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, lo que establece el inicio de nuestro electrocardiograma.
En 2000, año en que se dio el primer gran tropiezo y medición negativa en nuestro electro, el PRI perdió estrepitosamente la elección presidencial y se situó como primera fuerza en la Cámara de Senadores y segunda en la de Diputados.
En 2003 se recuperó el paciente en estudio: ganó la primera mayoría en la Cámara de Diputados y recuperó algunos municipios de importancia. Por ello, pasó de urgencias a terapia intensiva.
El paciente recayó en 2006: nuestro electro muestra una depresión en la Cámara de Diputados y un estado de shock en el ventrículo presidencial.
Hasta allí uno podría pensar que nuestro paciente nunca más saldría de terapia intensiva, que siempre estaría conectado a un gran reservorio de oxígeno y que, para efectos prácticos, la invalidez era su destino. Sin embargo, la medicina fue una gran “dosis de política local”. El PRI entendió, comprendió y pudo digerir que las decisiones centralistas simplemente no empataban con la realidad, que causaban altos grados de divisionismo y daban como resultado la derrota.
Fue en 2005 cuando el primer gran ejercicio local se puso en marcha: el PRI en el Estado de México, a través de un complejo proceso de negociación, eligió a su candidato, Enrique Peña Nieto. A partir del primer día de campaña el candidato entendió que el trabajo en campo, la innovación en el discurso, nuevas y respetuosas formas, así como una buena dosis de medios eran la fórmula perfecta para ganar la elección del estado con el mayor número de electores del país. La elección fue ganada con un contundente dos a uno sobre la candidata del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y tres a uno sobre el del Partido Acción Nacional (PAN). Aunque la mayoría en el Congreso local quedó en manos de la oposición.
Sumemos: un partido gigante + un candidato competitivo + la operación de los gobernadores + el control del Congreso + el control político en veinte estados + el desgaste de un gobierno ineficiente por dosis de política local fue igual al triunfo.
La dosis de “política local” pudo administrarse gracias a que el gobernador electo, a través de una operación a corazón abierto, pudo influir en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI; aunado a ello, políticamente apoyó a un buen número de candidatos a diputados, senadores y gobernadores jóvenes para que vieran cristalizados sus proyectos político-electorales. La receta funcionaba: al paciente se le retiró el oxígeno y en pocos días pasó de terapia intensiva a recuperación.
La política local funcionó por algo muy simple: el jefe del Ejecutivo ya no estaba encarnado por el primer priista del país en turno, espacio que fue ocupado por los gobernadores, que se convirtieron en el fiel de la balanza en sus estados, algunos con éxito, otros no.
A partir de 2006 nuestro electro deja de ser una isocuanta pura y termina en una línea de 45 grados con destino al infinito: el paciente sanó. El gobernador Peña Nieto políticamente operó una red de lealtades mayúscula; en cada elección se veía y hacía sentir su presencia política. Una nueva cantidad de políticos jóvenes, sumada a una buena práctica de toma de decisiones en la elección de candidatos encarnados por importantes liderazgos locales, hizo que nuestro paciente no sólo se sintiera mejor y atlético sino que pudo competir libremente.
Muchos fueron los estados que mantuvo el PRI y recuperó otros; aunque perdió un pequeño número de gubernaturas, los candidatos ganadores habían emanado abiertamente del PRI. Si la medicina surtió efecto en el PRI, extrañamente las fuerzas políticas más importantes —PAN y PRD— decidieron que el remedio se llamaba “política central”: extraño movimiento. Primero: el PAN, si bien es cierto que detentaba la Presidencia de la República, carecía del control total del Congreso; el poder había provocado pugnas y divisiones dentro de ese partido, se les cuestionaba la legitimidad del presidente Felipe Calderón e incluso se permitió la elección discrecional de candidatos a partir de la presidencia de Germán Martínez. Segundo: en el PRD simplemente nunca pudieron ponerse de acuerdo; todas y cada una de sus elecciones internas (previas a la elección de su candidato presidencial en 2012) se vieron plagadas de fraudes, divisionismo, peleas fratricidas y un largo etcétera. Las malas prácticas derivaban de la toma de decisiones a nivel central.
Peña Nieto comprendió que en política hay sumas que restan, sumas que dividen y sumas que suman, pero sobre todo hay sumas que multiplican. Los triunfos del PRI a nivel nacional, aunque necesarios, no eran suficientes. Todavía había tres condiciones que cumplir: primera, ganar el Congreso local en las elecciones intermedias; segunda, elegir un buen candidato, que fuera competitivo para la gubernatura, y tercera, ganar la elección estatal. Las tres se cumplieron, sin regateos y sin obstáculos.
Al interior del CEN del PRI nunca hubo espacio para un competidor a la candidatura; el senador Manlio Fabio Beltrones nunca tuvo una oportunidad real de competir. La inercia de la maquinaria en las elecciones de 2012 simplemente era imparable para cualquier candidato, incluso para el competitivo candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, y no se diga para la candidata panista.
Sumemos: un partido gigante + un candidato competitivo + la operación de los gobernadores + el control del Congreso + el control político en veinte estados + el desgaste de un gobierno ineficiente por dosis de política local fue igual al triunfo.
Es un electrocardiograma limpio y sano… ®