Porque no me entienden los hombres

Vida y obra del primer artista anal

Un día comí betabel y cagué colorado. El rojo se diluyó y al día siguiente cuatro deposité cacas cafés encima con mucho cuidado. Una naturaleza muerta de troncos flotando en un mar sangre adornaba mi escusado.

Se me erizaron los vellos de los brazos, tuve una erección descomunal e interminables espasmos de placer me recorrían de arriba abajo. ¡Estaba totalmente excitado por una artística atracción por mi defecación!

Se apestó el baño, se apestaron todos los cuartos y en el cuadro el café fue lodo y lo encarnado esputos de sangrita con musgo.

Jalé mi primer cuadro y decidí gastar mis días en expresar sentimientos a partir de mi excremento.

Me dediqué a la tarea con plena y ardua dedicación; constancia y disciplina, y regio ardor.

Durante los primeros años experimenté con diversas dietas direccionadas a obtener nuevas tonalidades. Descubrí rápidamente que la col permite palidez, los fideos hacen todo más sólido, la guayaba expresa profundidad y la carne tártara abundancia, pero dominar las propiedades colorativas de los alimentos tan sólo brinda un control superficial sobre la técnica anal; la maestría, el verdadero dominio del arte requiere determinar (¡oh sí, eso implica fórmulas científicas!) las cantidades y combinaciones exactas para disponer deyecciones con la masa requerida.

La búsqueda de colores es la parte amena del oficio; una vez obtenidos, ¿qué hacer con ellos? Pues mezclarlos, y cuando se mezcla con el ano uno se da cuenta de que el recto no es exactamente un buen aliado creativo; además, mi recto era particularmente torpe. Convertirlo en diestro pincel obedeció a un interminable pujar que lo hizo llorar y sangrar pero que al final lo convirtió en un elemento de precisión pictórica que envidiaría hasta el mismísimo Cézanne.

Una buena noche recibí la confianza de saberme supremo; puntillista era yo de categoría, La grande Jatt de Seurat hubiese quedado alucinada ante la cortedad y desunión de mi obra; de Mucha aprehendí tenebrosidad, aunque mis princesas en lobreguez eran penumbra, las de él tan sólo luz de luna; a veces me daban ínfulas de diva y despreciaba el completo tinglado del arte en un arranque a lo Magritte; en mis días de furor Léger me poseía y emprendía una exhaustiva y voraz ridiculización de mujeres y hombres contraponiéndolos con sus creaciones, o bien “yo te apuñalo de muerte con mis dedos, yo te parto en dos, rojo pececito”, leía a Kokoschka y lograba lo que él no pudo hacer: evidenciar la esencia perenne de la vanidad con su pincel. ¡Envidiarías mi ano, estúpido borracho!

Algunas tardes me ponía muy triste, cuando eso sucedía mis ojos subían al cielo, tomaban su azul y metían nostalgia por mi culo hasta llenarlo de la misma forma amarga que a Chagall le llenaba el alma; después me llegó el clímax y en mis cuadros comencé a enrarecer el espacio, lo dilataba y ensuciaba hasta hacerlo un misterio; incluso, como Manet, realicé el retrato delicado de un retardado; a diferencia del francés, yo lo hice bien.

Pero, ¿saben?, ya me cansé; yo me voy al lado de Richard Gerstl; nunca nadie me ha hecho caso, hay un prejuicio inmenso, eterno, hacia la caca como materia artística y hacia mí, el primer artista anal; me resigno a martirizar mi nombre, desangraré mis arterias con alambres porque no me entienden los hombres. ®

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Publicado en: Narrativa, Noviembre 2012

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  1. Jajajaja, somos tan timoratos, tan cuidadosos del qué dirán de mí, que no hay un «me gusta» para este texto. Personalmente me produce náusea lo descrito, pero está muy bien escrito y por eso me gusta, y por eso lo voy a compartir.

  2. simplemente me encanto, me gustan las alegorias escatologicas, eso somos, se come, se respira, se viste, se porta, se dice, se habla, hay caramelos con sabor a mierda y mierda que parece caramelo…

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