Predicar en el desierto

Éste es un país tranquilo y en paz

Parece cómico, pero no lo es; debajo de la cubierta risible laten pésimos augurios. La insensibilidad ante la desgracia ajena; la demagogia, el disparate y la redundancia como herramientas de gobierno.

Presidente súper.
En el país de las marionetas los títeres son reyes.
—Charles Nodier

Es listo el […]que […] sabe defender hoy lo contrario de lo que defendió ayer y sostener que lo negro es blanco y lo blanco negro.
—El barón de Illescas

I

Todo país, como Jano, pareciera ser bifronte: por un lado el rostro de sus realidades operantes, crudas y desnudas sin el velo de la distorsión y la mendacidad; por el otro precisamente este mundo de las declaraciones, los juicios sesgados de un signo o de otro, el cinismo y la hipocresía moral de sus beneficiarios y de quienes aspiran a serlo.

Sobre una realidad trágica se superpone la comedia cotidiana del estamento que ha degradado al ejercicio de la política, que de ser idealmente una práctica basada en una concepción general de la vida asociada ha sido convertida por ellos en una prosaica aunque sumamente rentable fuente de ingresos.

Los políticos convertidos en pillos y sus amanuenses en interesados proveedores de coartadas y embellecedores de cualquier esperpento, repetidores de las consignas y las ideas fijas del jefe bajo el desleído manto de la parcialidad vendida como análisis o la proclama y la arenga disfrazadas de artículo de opinión.

II

A unos y otros la sofisticación de los asuntos teóricos les es totalmente ajena y cotidianamente incurren en el manejo, digamos que liviano, de los conceptos. Se cree que mientras más lapidarios y simplones se muestren, más llamativa será la postura y más los aplausos de la respectiva feligresía.

La volatilidad, el carácter efímero de la prensa diaria favorece este ejercicio lenguaraz: bien puede alguien decir una cosa hoy y otra contraria el día o el mes siguiente y nada pasa. La desmemoria se hace cómplice de la deshonestidad intelectual y consolida a la política como una interminable verborrea.

En el principio era la fobia. En el fin la desmesura, la banalidad, el rumor, la consigna y la estulticia. Mientras tanto la realidad sigue ahí, intocada.

El manoseo de las palabras se convierte en recurso de una guerra de falsos humanismos cuya única constante es la fobia al contrario, repulsión que mágicamente se convierte en su antónimo cuando el repudiado cambia de bando. La realidad se introduce en una hoja cuadriculada y ecuaciones simples, silogismos aprendidos de memoria y expresiones coloquiales, “populares”, repetidos hasta el hartazgo, asumen la opiácea función que el joven Marx asignó a la religión.

En el principio era la fobia. En el fin la desmesura, la banalidad, el rumor, la consigna y la estulticia. Mientras tanto la realidad sigue ahí, intocada. No se la modifica puesto que, por más que lo repitan a diario, no es ése su objetivo. No es un ente a desmenuzar, a comprender, es sólo un pretexto para utilizar.

III

La honestidad, la autoridad moral, la integridad son prendas cuyo lucimiento depende siempre de que el otro te las otorgue, aunque eso tampoco sea suficiente para hacerlas reales. Que alguien se las atribuya a sí mismo rebasa sobradamente los límites de la ridiculez.

Desde La República de Platón hasta Del gobierno de los príncipes de Tomás de Aquino las consideraciones políticas se subordinaban a las religiosas, éticas o filosóficas. En el panorama contemporáneo todo se somete a las consideraciones políticas; ligadas, eso sí y cada vez más, a las poderosas razones crematísticas, para decirlo de un modo elegante.

La ética parece existir únicamente en los discursos y el pensamiento racional es una broma tan exótica como prescindible. Cada bando político pretende que posee aquellas virtudes y se las niega al otro, como si la política fuese habitáculo de prohombres y un lugar en el que, a diferencia del jardín de Alcina, reinara la virtud y no el vicio.

IV

La tontería, decía Claude Chabrol, es más fascinante que la inteligencia, pues esta tiene límites y aquella no. Individualmente considerado, ser corto de entendederas es una desgracia personal, a menudo más o menos inocua; que lo sea un hombre o mujer públicos, con cargos de responsabilidad, tiende también a ser una desgracia, pero para los demás.

La naturaleza humana es desconcertante: capaz de pasmosas penetraciones científicas, al mismo tiempo hace posible que grandes sectores de la población continúen comulgando con las enormes ruedas del molino de cualquier charlatanería.

V

La vida nacional nos ofrece la posibilidad de atestiguar un enésimo tour de force de la “clase política” mexicana. Hace algunos años, y sin pretender con ello descubrir el agua tibia, identifiqué aquella vida con un enorme gazapo, es decir, una vida social e institucional en la cual las declaraciones y los razonamientos de los políticos son al sentido común lo que el solecismo es a la sintaxis. Aquí, los ripios son los ladrillos con que se construyen los discursos, los planes y programas de gobierno; aquí las metáforas fatigadas compran fama de agudeza e ingenio para sus usuarios; aquí el lugar común, la salmodia como discurso político y la palabrería huera han encontrado su menesteroso reino.

Como en un tiovivo tragicómico, los políticos cambiarán a la llegada de las calendas griegas mientras que una copiosa porción “del pueblo”, enferma de subalternidad, se convierte en poderoso garante de la continuidad de un ciclo sin fin.

La cacofonía resultante de lo que debiese ser la sinfonía nacional se ve signada por la depauperación del lenguaje, que corre al parejo con el empobrecimiento de la ética. Como en un tiovivo tragicómico, los políticos cambiarán a la llegada de las calendas griegas mientras que una copiosa porción “del pueblo”, enferma de subalternidad, se convierte en poderoso garante de la continuidad de un ciclo sin fin.

VI

Vivimos en un mundo de apariencias. Lo que en los niveles profundos de las alturas filosóficas son los procesos de hipostatización mediante los cuales sujeto y predicado, objeto y concepto intercambian lugares, en la vida común se manifiesta en la aceptación como real de lo que alguien aparenta ser. En estos tiempos del sainete, el entremés y la mojiganga cotidianos se ha llegado al extremo de creer que alguien es honesto solamente porque él afirma que lo es, erigiéndose además en repartidor de constancias y diplomas de honradez e integridad a su feligresía y purificador de los corruptos.

En verdad os digo que desde que la política se degradó, quienes la degradaron han incurrido en comportamientos extremos, desde los más peregrinos hasta los más predecibles. Lo de ellos es la simulación, las fidelidades mudables. No ejercen una profesión: la actúan.

VII

A diferencia del proverbial horno que no está para bollos, la sociedad mexicana ha demostrado que aguanta esto y más; en todo caso no ha sido capaz de encontrar los mecanismos ni los medios para sacudirse esta perenne cascada de desgracias, ridiculeces, inepcia, insensibilidad y demagogia desatada.

En el juego que algunos juegan y la mayoría padece todo se reduce a la supremacía de las apariencias, a la eterna promesa de una vida mejor que nunca llega pero hace las veces de la zanahoria colgada del palo delante del caballo.

La insensibilidad ante la desgracia ajena; la demagogia, el disparate y la redundancia como herramientas de gobierno; la ingenuidad minuciosamente cultivada; el servilismo de quienes cabía esperarlo pero también de los que no; la traición que muchos se han hecho a sí mismos.

Mientras siga sin vislumbrarse la necesidad de discurrir con la propia cabeza y ejercer el criterio, de pensar de una manera menos barata y solamente se atienda a lo anecdótico, a lo inmediatamente visible, a la palabra del gobernante repetida como estribillo, al vodevil y no al intelecto, se estará incluso por detrás de aquel personaje de la serie de dibujos animados, los Thundercats, que quería “ver más allá de lo evidente”.

VIII

Parece cómico, pero no lo es; debajo de la cubierta risible laten pésimos augurios. La insensibilidad ante la desgracia ajena; la demagogia, el disparate y la redundancia como herramientas de gobierno; la ingenuidad minuciosamente cultivada; el servilismo de quienes cabía esperarlo pero también de los que no; la traición que muchos se han hecho a sí mismos; la cesión de enormes espacios al verde olivo —color apenas ayer tan repudiado y ahora purificado por la palabra de un pequeño y muy lamentable dios—, instalado y normalizado sin resistencia alguna en todos los intersticios de la sociedad civil… lo mismo que ocurre, en una paradoja sólo aparente, con el crimen organizado; la creación de una realidad paralela (y para lelos) que en las cabezas del rebaño se impone sobre la realidad palpable, señaladamente, aunque no sólo, en el aspecto de la rampante inseguridad cotidiana que no impide que el hablador de palacio diga sin rubor alguno que éste es un país tranquilo y en paz; incluso el circo de mil pistas con moharrachos, trapecistas y funámbulos, es todo una colosal tragedia. Aún peor: son los potenciales cimientos de un ominoso futuro compuesto por tragedias (personales) y retrocesos (en la vida pública) adicionales.

No hay más ciego que el que no quiere ver y el que por su gusto es buey… Yo, por lo pronto, he dicho y salvado mi alma. ®

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Publicado en: Ensayo

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