La historia de siempre: un lugar paradisíaco donde vive una comunidad afroindígena que es desplazada, marginada y hostilizada por emporios hoteleros. Por supuesto, hay resistencia ante la invasión.
“Soy negro porque negro nací. Soy negro porque negro me bautizaron. Soy negro porque negro me criaron”. Luis Miguel Berrío recita su poesía ante un grupo de cincuenta chicos. Son estudiantes de la única escuela de Orika. Son isleños.
“Negro negro como el carbón. Negro negro como la brea. Y como soy negro negro como la brea con una negra me casé”. Escuchan atentos. Por momentos se ríen. La jornada se lleva a cabo en un salón con grandes ventanales sin vidrios ni persianas. Allí funciona el Centro Comunitario Afrodescendiente. “En la lucha por la permanencia en su territorio ancestral”, reza el eslogan en el ingreso a la sala que está frente a la plaza del pueblo. Es una plaza atípica, de tierra, mucha tierra, sin monumentos ni simbología.
En las Islas del Rosario no sólo se respira el aire fantasioso que prometen los avisos en los suplementos de viajes y turismo. La comunidad afro teme perder un espacio donde sus abuelos lucharon contra las alimañas y aprovecharon cada rincón para sembrar. Berrío, militante multifacético y fundador de la comunidad isleña, cierra la jornada de la Semana Nacional de la Afrocolombianidad en un lugar anclado en el Mar Caribe, a hora y media de Cartagena de Indias.
Las playas son artificiales. En el sector interno hay seis grandes lagunas. El color del agua varía sus tonalidades: verde, azul, celeste, transparente. Cuatro hoteles se disputan el hospedaje de los turistas, en su mayoría extranjeros. Los nativos no tienen ingreso a la zona de hoteles. Desde hace varios años están en medio de una disputa. Alfonso Navarro vive en la isla. Sostiene que quienes trabajan en las cadenas hoteleras no son nativos y ellos quedan marginados. En el único lugar que pueden descender al mar los habitantes es en un muelle que fue construido por el Consejo Comunitario de las Islas. Por ello tienen una demanda en su contra, denuncian.
No hay agua potable ni energía eléctrica. Los hoteles cuentan con generador. El clima es denso, húmedo. Los niños están prolijamente sentados. Uniformados. Dos especialistas abren la jornada. Daniel Garcés Carabali, colombiano que estudió Administración de empresas y actualmente realiza una maestría en Derechos humanos, interculturalidad y desarrollo está junto al profesor brasileño Marcelo Paixäo, especialista en desigualdades sociorraciales. Daniel y Marcelo se complementan. Hablan de las raíces, de la discriminación, de los abuelos y de la alegría. Paixäo canta samba y cita la negritud de Pelé. Daniel los convoca a mirar la realidad con sus ojos de niños. Tan dóciles, tan valientes.
El encanto huye de los folletos. Los mitos se cuelan en la vida cotidiana. Eika de la Rosa nació diez años antes que Wikipedia. Ella maneja la comunidad digital del Consejo Comunitario y estudia en la Universidad Libre de Cartagena. Vuelve a la isla cuando puede, aunque no lo hace con mucha frecuencia. Es hija de Ever, el primer presidente del Consejo. Y rescata la mitología del lugar: “La Laguna Encantada se ilumina en la noche. Si usted se baña en la noche, se enamora”. La explicación científica dice que en el espejo de agua interno hay gran cantidad de plancton. Estos organismos microscópicos flotan, y a la luz de la luna, la laguna cobra un color brillante. Propio.
La isla fue habitada inicialmente por indígenas. Pero en épocas de la colonia, siendo Cartagena un puerto de trata de personas, los esclavos se escaparon de esa historia de locura y muerte para habitar en un sitio paradisíaco e inundado de maleza, manglares y alimañas. Una vez instalados, se mezclaron con los indígenas. “Se dedicaban a la agricultura”, cuenta Katy Regino Álvarez, que trabaja en el Programa de Desarrollo Local Islas del Rosario de la Fundación Surtigas. La gente la saluda por las calles internas como a una vecina más. El producto más fuerte era el coco. Yacían grandes fincas de coco hasta que llegó la plaga.
Si bien fueron muchos años de trabajo, en 1950 una plaga acabó con todo el coco. “En ese momentoempezaron a observar otras opciones y se interesaron por el turismo”, cuenta Regino Álvarez. La gente que trabajaba en la isla vivía en Barú. “Pero cuando la gente se da cuenta de que puede vivir del turismo llegan los capitalistas y compran todas las orillas. Los habitantes vivían en casas de recreo”, agrega la representante de Surtigas. Eran pequeñas casitas. Había una comunidad pero estaba dispersa, sin organización.
El pasado de violencia hoy vuelve a estar latente. Un pasado fusionado con un presente de amenaza. Hace una década hubo un gran desalojo. Allí se creó el Consejo Comunitario con la decisión de agrupar fuerzas. La sanción de la Ley 70, incluida en la reforma constitucional de Colombia, le da cuerpo a situaciones que estaban desperdigadas. Con la Ley se reconoce el derecho al título colectivo del territorio que se rige por los derechos consuetudinarios. Normas jurídicas que se desprenden de hechos que se produjeron repetidamente en un tiempo y en un espacio concreto. Con la proclamación de la Ley 70 se reconoce a las comunidades negras que vivieron y se desarrollaron en un territorio durante varias generaciones. El consejo comunitario es una forma de gobierno al interior del territorio colectivo. Y en este sentido Luis Miguel Berrío es un hombre clave.
Colombia tiene una historia de sangre, fuego, violencia y desarraigo. A los desarraigados se los llama desplazados. Víctimas del narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares, ahora los ciudadanos de Islas del Rosario y Cartagena de Indias son empujados al vacío por inversiones millonarias y cadenas hoteleras que embellecen a pura mercadotecnia manjares ajenos. Berrío fue docente durante nueve años en Arboletes antes de transformarse en chofer de buses. Llegó a Cartagena porque la vida se le fue “haciendo un poco incómoda con el tema de la guerrilla” en su pueblo originario, pero al poco tiempo comenzó a militar en el Proceso de Comunidades Negras de Colombia. Por eso él es clave en la fundación de Orika. “Mi mayor sueño es que en algún día en Colombia se pueda aplicar la Ley 70 en un 20 por ciento”, anhela Berrío.
La constitución más linda del mundo es la de Colombia pero no se aplica. El líder afro, entrado en años, fue el encargado de formar a los nuevos líderes. Y esa fortaleza es la mejor herencia para los jóvenes de la isla. Eika se sube a una canoa. Junto a ella lo hace el economista Daniel Garcés Carabali. El especialista es contundente: “Aquí se reproduce la dinámica de expropiación de los territorios ancestrales que las comunidades afrocolombianas han conservado y en los cuales han desarrollado su cultura y su vida”. Eika está de espaldas al académico en el bote. Mira hacia el frente. El viaje es entre manglares por un riacho donde solo pasa la canoa.
Garcés Carabali no es del todo pesimista ya que sostiene que se está dando un proceso de resistencia. La idea de organización y lucha se percibe desde la niñez hasta los mayores. Casi quinientos años después los movimientos afros buscan una independencia real. “Lo que están haciendo es una limpieza étnica”, añade Marcelo Paixäo. “El debate plantea la necesidad de cambiar este modelo de sociedad que tenemos y que se fundó en Latinoamérica hace doscientos años”, afirma Garcés Carabali.
Los desalojos son una constante. Los vecinos denuncian que los hoteles poseen custodia privada y están armados. Los amenazan y les cercenan los caminos. Ir a la escuela se puede transformar en una osadía o en una trampa mortal. La titulación colectiva —que se firmó luego de haber fundado el pueblo— es un trámite extenso que ya cuenta con varios reveses. Es que las islas fueron declaradas por el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente como Parque Nacional Natural en 1977 y eso juega en contra para los lugareños. ¿Desalojarán alguna vez a los emprendimientos privados? El pasado cuenta. La historia narra. El presente maldito se traduce en gritos y esperanza. Garcés Carabali utiliza una metáfora dolorosa: “En Islas del Rosario la gente está en una prisión”. Un lugar ancestral de resistencia donde las comunidades desarrollaron sus prácticas tradicionales de producción y ahora poseen pocas posibilidades de seguir viviendo en dignidad. ®
Máximo Tell
Excelente relato, gran oportunidad para conocer este tema. El aporte y dinámica de los vídeos, periodísticamente, es un gran acierto.
En Latinoamérica existen muchos casos como estos, la America profunda ha sido despojada de sus tierras y lugares, muchas veces. Espero sigan denunciándolos.