Estos textos breves, que pendulan entre el cuento y la divagación, se inspiran en el trabajo de músicos como Miles Davis, Jimi Hendrix y John Maus.
Bitches Brew, de Miles Davis
Son siete los orificios del cuerpo no busques más no los hay no intentes generar nuevos quizás tengas derecho quizás resulte edificante y tentador jugar al ingeniero biomecánico más bien al bizarro coreógrafo en un taller de expresionismo abstracto cuya duela es tu cuerpo anda confecciona sagaces orificios anda perfórate imagina y produce recovecos inesperados crea primorosos boquetes inaugura sorpresivos ojales qué tal un guaje en la axila qué tal un breve respiradero entre la quijada y la nuca una serie de branquias transversales en el antebrazo sería magnífico contar con ellas no solo en lo que respecta a la desodorización sino también para quien acostumbra bracear en el agua el sujeto sería capaz de mantener la cabeza abajo ganaría orientación y estabilidad no digamos potencial disfrute miraría los arrecifes seguiría plácidamente el flujo de los cardúmenes dorados la huida de los atunes gordos y puntiagudos el baile magenta de las aguamalas la irrupción lapislázuli del marlín sin apuro ni distracción sin necesidad de sacar el rostro para jalar nuevas bocanadas de aire la evolución pasó por alto no solo este sino tantos detalles que parecen invaluables aunque poco tienen de circunstanciales con ellos luciríamos genial cierto que a vista de algunos luciríamos pavorosamente mal mira que hay que ser anquilosado pesimista y quisquilloso para desestimar tan linda perspectiva los machos sabrían exagerar estos nuevos orificios las hembras conocerían el secreto para ornamentarlos y perfumarlos son siete si los enumero anochece si los enumero bullen particularidades al Oriente como igual pueden bullir calamidades al Poniente esto no depende del empaque contextual sino de su posición respecto al polo más bien respecto al meridiano cero nunca dije que ‘Miles runs the voodoo down’ sea un orificio en el cuerpo es que no pones atención es que no fijas tus sentidos a lo que vas leyendo es que desde el pleito con las katanas tú y yo no nos entendemos dije que los orificios del cuerpo no son ocho ni seis es cuestionable al menos un par de ellos cuya funcionalidad se antoja ociosa tenemos un par de fosas en la nariz pero no una apertura en el omóplato contamos con un par de oídos pero no con una cavidad desprendible en el talón de un oído al otro se establece un circuito cuya funcionalidad tampoco es clara ‘Sanctuary’ brilla como Bahía de Bengala ‘Pharaoh’s Dance’ resplandece con dos fulgores equidistantes uno diría que son ojos otro diría que son el octavo y noveno orificios de los que carecemos se presume que tenemos boca se le considera bella en tonalidades intensas en colores escarlata y sepia aunque por otro lado se oculta que tenemos ano este puede ser hediondo como cloaca en las mismas tonalidades escarlata y sepia igualmente de la boca al ano se establece un circuito de importancia vital ‘Bitches Brew’ contiene un imperioso un casi maléfico advenimiento que nace del silencio y comienza con el bajo alrededor del minuto tres ligeramente antes alrededor del dos cincuenta al bajo se trepa el sax a estos se suma el teclado y un empecinado batir del hi-hat finalmente arriba la trompeta el conjunto no intervino en la ruta evolutiva aunque termina por resquebrajar un dilatado pasaje a la conciencia.
Nine to the Universe, de Jimi Hendrix
Baso mis decisiones en el silencio en la frigidez en el verde flagelo de una lámpara también en el arbitrio de la gravedad no hablo de la gravedad aquí y ahora baso mis decisiones en el arbitrio de la gravedad lívida y salvaje que gobierna un geoide de cuatro polos tomo en cuenta naturalmente la luz trifásica el brillo de las ciruelas la maleabilidad de la fibra de vidrio la utilidad del piúter sin por ello desestimar el uso de algodones ni el desove astronómico de la imaginación asimismo observo con sigilo el sumario de virtudes de modo que las decisiones que voy tomando asoman retoñan gotean aparecen en lentísima emisión no descarto también que resulten tardías y equivocadas esto gracias a que van comprometidas a determinado propulsor: el propulsor norte evacúa decisiones de asepsia que afectan inútiles y sutiles contenidos el propulsor oriente subraya rasgos de purificación el propulsor a estribor desahoga asquerosas fermentadas hasta cadavéricas sustancias el propulsor a babor refuerza decisiones que se antojan difíciles se entienden inevitables se avecinan inminentes hay un propulsor pequeñito que tiene ligeras aristas en la boquilla cuyo objetivo no estoy autorizado en revelar la capacidad creativa de Hendrix fue cortada de tajo esto lo digo con la furia con la torpeza con la desazón de un miura de astas torcidas la capacidad creativa de Hendrix fue cortada de tajo lo repito con la naturalidad de una meada en el lomo del que resulte el más anciano de los cerdos en un criadero de toda tu confianza puede que la aseveración funcione igualmente si se mea en el más robusto de los ejemplares no hago hincapié en su vida no hablo de su discografía no me refiero a su inagotable fortuna heredada sino a su capacidad creativa cuya forma trunca me está jodiendo el alma con el solo hecho de invocar su búsqueda inconclusa su espesor mutilado me veo en la necesidad de ajustar más bien de recolocar 30º las pupilas luego del ajuste quiero decir luego de la recolocación procedo a humedecerlas a trapazo de párpado Hendrix se subió al blues con mansa determinación con pastosas ideas con un incendiario desatornillador en los dedos viéndolo uno juraría que tenía intenciones de estropearlo no obstante lo embistió y el producto superó la experiencia ileso respiraba dificultosamente pero respiraba hirviente tonificado y un tanto infeliz pero respiraba al tiempo se estabilizó el reposo la terapia y una pinta de suero reviven a cualquiera.
The Holy Bible, de Manic Street Preachers
Míriam, leí tu sufrida carta en el último número de La Mosca. Heme aquí, otro damnificado de los Manic Street Preachers. Comparto contigo la expectación por ver su nombre en alguna revista, aunque abiertamente preferiría una de antigüedades, una para aficionados a los perros de caza, y ahora que lo pienso ―y lo escribo―: lo bien que se verían los Manic en un catálogo de juguetes de la Civil War. Las réplicas miniatura de tal o cual episodio están hechas a conciencia. La batalla del Bull Run, ya montada, con los confederados jugándose el prestigio, despanzurrados sus corceles de hule con los cascos arriba, está que eriza el espinazo. El debut de los Manic concilia un buen Guns’n’Roses (?) con un precoz Marcel Duchamp (!), aunque de ahí no pasan. Ándale: lo que dices puede ser cierto. También supe que solo en Albania existen cinco pubs dedicados a “Little baby nothing”, nombrados con cada palabra de la última línea de la tercera estrofa. Luego, la banda se puso seria, y hasta museográfica en Everything must go y lo que vino después, que tampoco hace daño. Ah, esas letras: “Si puedo disparar a un conejo, también puedo dispararle a fascistas”. A volumen limpio son bravos y pulcros. El par de tibetanos que tengo al lado en este momento ―uno de ellos apesta― opina que la joya de Manic Street Preachers es The Holy Bible, y voy de acuerdo, te interese o no. Si escuchas “Revol”, Miriam, una noche lluviosa, el entorno se transforma en la antesala del Purgatorio, que es a su vez una antesala de… Esto no viene al caso.
We must become the pitiless censors of ourselves, de John Maus
Se dice que John Maus domina el Top-40 del futuro. A ver. Quedamos en que el futuro se sometió a una lobotomía abaratada y vulgar que el cirujano abandonó por atender los caprichos del Führer; el paciente, con el cascabel sabido en las pupilas, salió del quirófano bajo los efectos de la ketamina, anestésico que disocia los trabajos mentales y el ímpetu corporal dejando al tipo más brillante idiota como balón de cuero. Considérese ―para mayor conciencia del evento― que, tarado como iba, con el deste colgando por la hendidura de la bata y el cráneo a medio vendar, el futuro halló la salida, tanteó la banqueta, como pudo abordó un trolebús. Alguien tuvo la decencia de pagarle boleto; alguien más, de cederle un espacio. Viajó noqueado entre resuellos húmedos y soporíferos bandazos del vagón, al compás de efímeros, nerviosos fotones. Golem afeminado, nuestro personaje amaneció sin dinero en cualquier parte, todo meado, muy derechito y parlanchín, cubriéndose del sol con un panamá en la cabeza. Es que, ¿de qué va, más o menos por qué y a dónde “Believer”, esa rola perfecta? ¿Qué carajos necesita uno pactar, qué carga soltar para ver los tamaños de “Cop killer”, su negra belleza? ¿Falta orgullo al synth-pop brutalista de “Keep pushing on”, sobra verosimilitud al arrastre medieval de ‘Hey moon’ que presiona, puja por entrar a la psique de un Ian Curtis según la dignidad kafkiana? Los argumentos de John Maus cayeron bomba a los apoderados de Upset! The Rhythm que aceptaron comercializar We must become the pitiless encantados con el zumo, trepados al dorado flujo del vagón pero adormecidos con el tucu-tum, tucu-tum. Se vale. Trepados a una moral larvaria, pero se vale.
The Modern Dance, de Pere Ubu
Con Pere Ubu el punk se desmarca del sarcasmo exterminador de los lanudos, en una misión vaga y tonificante al reino de lo fantástico. Raíz bulbosa, depositaria de un arte ciego e indiviso, The Modern Dance camina con aires de lieutenant como diciendo: “Silencio, aquí hubo guerra”. No hablo de los profetas duros sino de un renacuajo emprendedor que se tira al aljibe: te agachas para mirar, atraído por el flagelo que impulsa el errático nado del anfibio. Tus ojos, casi juntos, y la minúscula criatura en movimiento, forman dos vértices contiguos y uno alejado y frenético para un ingrato triángulo isósceles. El funeral alcanza su cumbre en ‘Over my head’ y su tope académico en ‘Humor me’, con la voz menesterosa de David Thomas en cada vuelta de esquina y el bajo de Tony Maimone manipulando el producto como dios pequeño, dios equivocado. Pere Ubu no sólo robustece el turmoil punk sino también otros nueve géneros que antes lo desestimaban y ahora se desgañitan en torno suyo. Es una pena que los acólitos de esta banda tan especial huyan por la falsa recta del futuro, que a fuerza de mojones se ha encorvado. La herradura los devuelve al día uno.
Tromatic reflexxions, de Von Südenfed
¿Qué diablos sucede con Mark E. Smith? Retiro voluntario. ¿Y cómo lo sobrelleva? Después de untarse el pecho con salerosas carambolas de miel y fijar hábitos aeróbicos que no tenía, se traga de una vez por todas el vocoder y juega incansablemente al búmeran. ¿Es una idea estúpida? Redundante pero no estúpida. ¿Rota, entonces? Rota como el mar. ¿Le sirve de algo esta nueva especie de holgazanería? Con ella ejerce su derecho al ocio y gana un mejor aprovechamiento del espacio. ¿Mientras sucede qué? En tanto adquiere un chapeteado bermellón y aguarda el crayonazo creativo. ¿Esto vendrá acompañado de sanciones? El reglamento no puede sancionarlo. ¿A quién?, ¿cuál? A Mark, cuál qué. Digo que cuál reglamento: ¿la Ley Camaleón: “Cuando me ignoras, me ennobleces”? Más bien la Ley Alcaudón que toma su nombre de un ave chavalita similar al jilguero que al atrapar roedores, ranas o insectos los crucifica en las espinas de un rosal. No te lo creo. ¿Que el reglamento no sea operable, o la conducta del ave? Que alguien pueda orillar a Mark al arrepentimiento. O sea que tú, ante el fracaso judicial, ¿prefieres que se le confine? No que se le confine sino que se le aliente a vivir con cierto espíritu. ¿Por culpa de éstas? Por culpa de estas qué. ¿Canciones: ‘Flooded’ y ‘Speech Contamination’? Mayor culpabilidad merece ‘Fledermaus can’t get it’. ¿Y por eso escribes lo que escribes? The Fall es una idea fugaz; de no memorizarla se extingue. ¿Hablábamos de eso? Decíamos que el reglamento para tipificar a Mark no solo ha de ceñirse a la convivencia, sino ampliar el umbral de penalización al descoco, la pillería y otros transportes. ¿No sería un criterio amañado, en favor de ciertos individuos? No, siempre que se regale a los presentes un cocido de especias que burbujean sobre la carne brava. ¿Esta llevaría salsa? Harta salsa, chispeante cebollín, feroces nabos y un discurso que apele a la comprensión de los que no vayan de acuerdo. ®
Prosa sonora (fragm.), de Francisco Javier Fernández Acévez © 2013, aparecerá en el volumen de cuentos Seguir a los gansos (Static Libros, de próxima publicación).