El punto suscitado por Turturro y el mensaje no podían resultar más diáfanos y transparentes: hace falta poner el énfasis en aquello que nos hermana, no en lo que nos separa de los demás pueblos. La música de la cinta tiene un ritmo de suyo irresistible y no sólo son los sonidos sino el andamento de las imágenes y las secuencias.
Nápoles es ciertamente un territorio de contactos entre culturas diversas que, hoy por hoy, recibe a los inmigrantes del Medio Oriente y de África y tan sólo ayer, es decir hace un par de siglos —a lo largo de su milenaria historia— fue escenario de las invasiones y dominaciones por parte de pueblos tan diversos y dispares como los griegos, los etruscos, los romanos, los sarracenos, los normandos, los suabos, los angevinos, los aragoneses, los austriacos, los alemanes y, en último lugar, los estadounidenses, quienes han dejado una huella en la genética, la alimentación, el comercio, la lengua y el arte. Crisol de formas culturales contrastantes, amalgama de pueblos en conflicto, colchón entre Oriente y Occidente, es el escenario idóneo para rodar un documental con el tema de la música y quién mejor que un hijo del sur de Italia (de origen siciliano), el actor y director italoamericano John Michael Turturro, el cual eligió un término clave para bautizar su cinta, Passione (2010).
Teniendo como precedente trabajos de documentación en materia de música popular tan destacables como Buena Vista Social Club (Wim Wenders, 1999) y Fados (Carlos Saura, 2007), Passione presenta una nueva estructura, o no tanto —si se toma en cuenta la decisiva influencia del videoclip— del documental sobre música, combinándolo con escenas donde en el coro interviene bailando el propio actor-director, en un desparpajo de energía vital, soltura histriónica y naturalidad mimética con el medio que lo rodea. Turturro (Brooklyn, 1957) ya se había ensayado antes como director en tres ocasiones: con un musical ambientado en el erotizado Nueva York de la clase trabajadora, Romance & Cigarettes (2005), un drama que tiene lugar entre los actores de una compañía de teatro, Illuminata (1998), y un drama social y familiar, Mac (1992). Conocido por sus papeles en cintas de directores de la talla de Spike Lee y los hermanos Coen, o bien sus actuaciones en filmes donde ha encarnado a intelectuales neuróticos, siguiendo la impronta de otros actores metidos a directores con desigual fortuna, desde Orson Welles y Clint Eastwood hasta Robert Redford, Turturro ha sido un experimentador y un contemporizador de las tendencias actuales en el arte y el teatro.
Conocido por sus papeles en cintas de directores de la talla de Spike Lee y los hermanos Coen, o bien sus actuaciones en filmes donde ha encarnado a intelectuales neuróticos, siguiendo la impronta de otros actores metidos a directores con desigual fortuna, desde Orson Welles y Clint Eastwood hasta Robert Redford, Turturro ha sido un experimentador y un contemporizador de las tendencias actuales en el arte y el teatro.
En Passione algunos críticos de música le echan en cara no haberse detenido un poco más en la nutrida tradición del bel canto y antes de ella, la opera buffa y, con más amplitud, la música renacentista y medieval; si bien era imposible en noventa minutos complacer a todos los gustos, incluido el de los más exigentes en materia de música. La línea del fado portugués la persigue Turturro a través de Mísia y la canción “Indifferentemente”, naturalmente napolitana como el resto del repertorio en esta cinta, que va desde la famosísima “O sole mio” hasta fusiones con el reggae y la música árabe. Massimo Ranieri interpreta “Malafemmina”, otros músicos intervienen en el filme como son Spakka-Neapolis 55, Avion Travel, Pietra Montecorvino, Lina Sastri, M’Barka Ben Taleb, Peppe Barra, Angela Luce, Raiz, Fausto Cigliano, Fiorello, Fiorenza Calogero, Enzo Avitabile y Pino Daniele, artistas de variadas tendencias y múltiples orígenes étnicos. James Senese es un saxofonista mulato, fruto de una de esas relaciones fugaces que se dieron entre las tropas de ocupación —“liberación”— estadounidenses y la población local, tantas veces no voluntarias sino fruto de forzamientos o violaciones. Turturro no trata de esconder esa parte no tan grata de la historia de la llegada de los soldados norteamericanos al sur de Italia, tan abusivos como los que más. Il nero cuenta su historia, el racismo que tuvo que encarar de niño y la revelación que para él fue descubrir el jazz.
Un acierto las escenas rodadas en la calle, donde intervienen los transeúntes y entonan unos cuantos compases de alguna canzone de su preferencia, ahí se deja sentir la verdadera vena popular de la música en Nápoles, ciudad de extremos, por un lado la Camorra y la suciedad de las calles, por otro lado, las iglesias y palacios barrocos, donde los ecos de España se hacen presentes. Hay una escena donde una napolitana baila algo de flamenco. La dominación española de Nápoles daría inicio con los aragoneses en 1495, quienes se la arrebataron a los franceses, se extendería por algo más de dos siglos hasta 1707 cuando, a causa de la guerra de secesión en España, cayó en manos de la casa de Austria. Dos dinastías de reyes españoles, la casa de Austria y la de Borbón, dejaron su marca en la arquitectura, la comida, la lengua y, en ocasiones, hasta en la música.
Tras filmes como Camorra (Lina Wertmüller, 1985) y Gomorra (Matteo Garrone, 2008), que presentaban una Nápoles dominada por el crimen organizado, infiltrado hasta en las instancias supremas del gobierno, era ya necesario refrescar la imagen de la ciudad, resaltando el papel de puente entre varias culturas. Lina Wertmüller retrató Nápoles en varias de sus múltiples facetas (la histórica, la romántica y la corrupta). Juan Goytisolo, en el mundo de habla española, ha subrayado en sus libros de ensayo e incluso en algunas de sus novelas la importancia de la herencia árabe en el caso de las naciones del sur de Europa. Sicilia, Malta, Nápoles, Marsella, Barcelona, Sevilla, Cádiz, Lisboa, Toledo, son lugares cuya historia es imposible penetrar si no se tiene en cuenta la común raíz musulmana. En un país tan polarizado por los odios raciales y tan preocupado por ponerle una falsa máscara nacional al terrorismo, como es Estados Unidos, una película como Passione no es precisamente bienvenida. De aquí que no sea ninguna novedad que sólo haya durado una semana en cartelera. El punto suscitado por Turturro y el mensaje no podían resultar más diáfanos y transparentes: hace falta poner el énfasis en aquello que nos hermana, no en lo que nos separa de los demás pueblos. La música de la cinta tiene un ritmo de suyo irresistible y no sólo son los sonidos sino el andamento de las imágenes y las secuencias. Sin duda alguna, entre sus varios intentos como director, éste es uno de los más expresivos y logrados por parte de John Turturro. ®