En este año que apenas comienza, Madame Curie y la ciencia química deberían estar muy presentes en la sociedad, no ser ninguneadas ni ignoradas. Porque si bien es cierto que la ciencia ideal y romántica no existe del todo, mucho menos hay elementos racionales para afirmar de entrada que la ciencia es peligrosa.
¿Dejaré de cenar porque no entiendo con todo detalle el proceso de la digestión?
—Oliver Heaviside (1850-1925), físico, matemático e ingeniero inglés (comentario ante el rechazo de un artículo suyo —por “falta de rigor matemático”— que había enviado para su publicación en la revista de la Royal Institution. En ese artículo Heaviside desarrolló el cálculo operacional que aplicó en las ecuaciones de Maxwell del electromagnetismo).
“¡Hasta para cocinar necesitan saber química!”, les decía una maestra universitaria de química analítica a sus alumnos. Por supuesto que esa maestra tenía razón, pero su comentario lo podemos matizar un poco. El conocimiento científico —de la química en este caso particular— no necesariamente pasa por conceptos y construcciones teóricas, al menos fuera de las aulas universitarias y de cualquier otro nivel educativo. El conocimiento que la mayoría de las personas tienen de fenómenos y leyes naturales es empírico, pero se podría decir que también es “ciego”.
Así, mientras alguien cocina exquisitamente, producto de su conocimiento de la química, en paralelo puede escuchar estupideces sonoras que salen de las bocinas de un televisor de plasma.
Toda receta de cocina incluye ingredientes, los cuales a simple vista son sustancias que se presentan como líquidos (agua, por ejemplo) y sólidos (ejemplo: el cloruro de sodio, la famosa sal de mesa). La persona que cocina de manera exquisita, y que en paralelo puede escuchar estupideces, podría identificar el estado físico (o la fase física) de sus ingredientes como sólido(a) o líquido(a); sin embargo, también puede equivocarse aunque no al cocinar.
La realidad es que la mayor parte de las sustancias que se presentan no sólo en una cocina, sino también en el mundo terrenal, son mezclas. Éstas tienen una clasificación científica, no gratuita. Entre los ingredientes de una receta de cocina también se presentan gases, y uno muy importante es el oxígeno que forma parte de una mezcla gaseosa —el aire— y es, además, parte fundamental de la combustión que permitirá cocinar: transformar químicamente diversas sustancias.
Entre las estupideces que se pueden escuchar por televisión, mas no sólo ahí, está la frasecita que reza “el agua y el aceite no se mezclan”. ¿A qué aceite en particular —porque hay muchos aceites— se referirán quienes muy orondos repiten esto? Porque el agua y el aceite sí se pueden mezclar; de hecho, forman una mezcla denominada emulsión. Otros ejemplos de emulsiones que se pueden encontrar en una cocina son la leche y la mayonesa.
Si alguien sabe cocinar en realidad lo único que puede ignorar de la materia culinaria son conceptos, teorías científicas. En una primera aproximación esto no es perjudicial: nadie morirá envenenado ni mucho menos de hambre. Lo que sí puede ser grave es olvidar uno o más ingredientes, porque entonces los productos químicos a ingerir ya no serán los mismos. Por cierto, si muchas personas pueden confundir el azúcar con la sal de mesa, más grave aún sería confundir esta sal con otra: el cianuro de potasio.
La realidad es que la mayor parte de las sustancias que se presentan no sólo en una cocina, sino también en el mundo terrenal, son mezclas. Éstas tienen una clasificación científica, no gratuita.
Antes de salir de la cocina, antes de apagar el fuego y también la televisión de plasma, no deberíamos olvidar o ignorar que aunque en el mundo terrenal la mayor parte de las sustancias se encuentran en forma de mezclas, en el Universo como un todo esto no es así. Las estrellas, que constituyen 99% de la materia conocida en el Universo, no son otra cosa que plasma: un gas ionizado, un gas donde ya no encontramos átomos sino electrones y protones —los constituyentes de los átomos— en estado libre. El plasma es el cuarto estado de la materia, y esto es algo que pasa inadvertido (como prácticamente todo) para la mayoría de la gente que se postra ante una pantalla de este u otro tipo. La propia llama de la estufa, el pequeño fuego de Prometeo, es parcialmente un plasma originado a partir del gas butano, una famosa molécula de la química llamada orgánica o del carbono.
“Química: nuestra vida, nuestro futuro”, éste es el lema que se adoptó con la declaración de 2011 como el Año Internacional de la Química. La declaración hecha por la Asamblea General de la ONU, a petición de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC, por sus siglas en inglés) y de la UNESCO, está en sintonía con dos declaraciones también realizadas en años recientes por la ONU: 2005: Año Internacional de la Física y 2009: Año Internacional de la Astronomía.
Hay que recordar que la declaración de 2005 se originó a raíz del centenario de la publicación de varios trabajos científicos revolucionarios de Albert Einstein, entre ellos la teoría especial de la relatividad. Por otra parte, la declaración de 2009 correspondió conmemorativamente a los cuatrocientos años de las primeras observaciones astronómicas con telescopio realizadas por Galileo Galilei. En el año 2011 se celebra el centenario del Premio Nobel de Química otorgado a Marie Curie, así como también los cien años de la fundación de la Asociación Internacional de Sociedades de Química.
La polaca Manya Sklodowska, nombre de soltera de Madame Curie, no estudió química sino física. Es decir, su formación universitaria la hizo en física, en la Universidad de la Sorbona, en París. Ahí mismo, poco después, se licenció en matemáticas y luego obtuvo el doctorado en física en el año 1903 con una tesis sobre la radiactividad, fenómeno descubierto apenas en el año 1896 por el francés Henri Becquerel. Entre 1899 y 1903 Marie Curie publicó ella sola tres artículos importantes y fundacionales en el área de la radiactividad (Sobre el peso atómico del bario, Sobre el peso atómico del radio, Investigaciones sobre las sustancias radiactivas), además publicó otros tres artículos (Sobre los efectos químicos de los rayos del radio, Las nuevas sustancias radiactivas y los rayos que emiten, Sobre los cuerpos radiactivos) en colaboración con su esposo, Pierre Curie, y éste a su vez sacó otras publicaciones, en el mismo periodo, con Henri Becquerel (Acción fisiológica de los rayos del radio, por ejemplo) y otros científicos.Por sus trabajos en radiactividad, tanto a los esposos Curie como a Becquerel les fue otorgado el Premio Nobel de Física en 1903, el mismo año en el cual se doctoró Marie. En 1906 fallecería en un accidente automovilístico Pierre Curie. Cinco años después de esta tragedia, Marie se convertiría en la primera persona en recibir dos premios Nobel: en 1911 se le otorgó el Premio Nobel de Química por el descubrimiento del radio y el polonio, dos elementos radiactivos.
Uno podría pensar que la vida de esta mujer fue, salvo la pérdida prematura de su compañero, una vida ajena a un destino veleidoso. No fue así, no al menos en su natal Polonia, donde creció y vivió su juventud. Además, a ella le tocó vivir en un mundo bastante veleidoso del cual no fue ajena.
En la biografía que de su madre escribió Eva Curie (La vida heroica de Marie Curie, descubridora del radio) el lector encuentra en sus primeras páginas el retrato y las andanzas de una joven honesta y bella, inteligente e instruida, culta y políglota, patriota y socialista.
Esa joven se convirtió en institutriz en Polonia y así financió los estudios de una de sus hermanas mayores, Bronia, en París. Pasaron varios años antes de que Marie pudiera realizar sus añorados estudios universitarios. En el camino entre Polonia y Francia, Marie dejó al menos una decepción amorosa. Eva Curie lo dice así:
Del programa de su vida Marie ha borrado el amor y el matrimonio. Ello no es muy original. Una muchacha pobre, decepcionada y humillada por su primer idilio, se promete no volver a amar nunca más. Es natural que una estudiante eslava, exaltada por ambiciones intelectuales, renuncie cómodamente a lo que hace la servidumbre, la felicidad o la desgracia de sus semejantes, a fin de seguir su vocación. En todas las épocas, las mujeres que deseaban ser grandes pintoras o grandes concertistas despreciaban el amor y la maternidad.
Sin embargo, a Marie se le apareció poco después Pierre Curie. Es necesario subrayar que la trayectoria científica de Marie nunca estuvo supeditada a su marido. Ambos colaboraron estrechamente hasta la muerte de él, pero ambos tuvieron méritos independientes: Pierre, un poco mayor que ella, desde varios años antes del encuentro con Marie; ella, durante todos los años que le sobrevivió a él y que no fueron pocos. A Marie, además, por todos sus méritos le tocó ser pionera en varios aspectos: fue la primera mujer en dar cátedra en la Universidad de la Sorbona, también fue la primera mujer admitida en las sesiones de la Royal Society de Inglaterra.
En ese mundo veleidoso mencionado líneas arriba, estalló la I Guerra Mundial, cuyo epicentro se localizó en la Europa de Marie Curie. En aquel entonces, una de las primeras cosas que ella hizo fue salvaguardar celosamente el gramo de radio con que contaba en Francia. Inmediatamente después se enfocó en salvaguardar a muchos heridos del conflicto bélico. Marie la Visionaria previó que esa guerra sería larga (¿lo que no previó fue el cáncer que desarrollaría al estar expuesta durante tanto tiempo a radiaciones, un arma de doble filo?), pero también conocía perfectamente la utilidad de los rayos X —descubiertos apenas veinte años atrás— en diagnósticos clínicos. Con fondos de la Unión de Mujeres de Francia Marie equipó lo que sería el primer “coche radiológico”, el cual contaba con un equipo Roentgen de rayos X. Esos coches, gracias a Marie, se multiplicaron por decenas, y además integró equipos de médicos, ingenieros y estudiantes de ciencias. A falta de chofer, la propia Marie llegó a conducir ambulancias radiológicas. Ese trabajo humanitario, más allá de los equipos que integró, lo realizó prácticamente de manera anónima, sin protagonismo, sin darse el título de heroína.
Con fondos de la Unión de Mujeres de Francia Marie equipó lo que sería el primer “coche radiológico”, el cual contaba con un equipo Roentgen de rayos X. Esos coches, gracias a Marie, se multiplicaron por decenas, y además integró equipos de médicos, ingenieros y estudiantes de ciencias.
Pero lo anterior quizá hubiera bastado para otorgarle un tercer Nobel, el de la Paz. Eso no ocurrió y tampoco era necesario. Lo que sí sucedió años atrás fue que los esposos Curie tomaron una decisión verdaderamente trascendental para la humanidad. Esto ocurrió a raíz de una carta que recibieron de Estados Unidos. Unos técnicos de Buffalo se pusieron en contacto con los Curie porque los estadounidenses estaban explorando la existencia del mineral pechblenda —de donde se obtiene el radio— y, una vez que lo encontraran, en dado caso, necesitarían conocer perfectamente la técnica —creada por los Curie— de preparación de radio puro a partir del mineral que lo contiene. Los Curie expusieron su técnica en donde fue requerida, así empezó a desarrollarse la industria del radio, pero jamás patentaron la técnica a pesar de todas las penurias que habían experimentado en el pasado reciente durante el desarrollo de sus investigaciones (el trabajo de investigación que hizo de Marie merecedora del Nobel de Química, no lo realizó propiamente —por falta de recursos— en un laboratorio, sino en un hangar, en un taller descuidado y ubicado en una planta baja de los edificios de la Escuela de Física). La propia Marie los explicó así años después: “De acuerdo conmigo, Pierre renunció a sacar provecho material del descubrimiento. No patentamos nada a nuestro favor y publicamos sin reserva alguna los resultados de nuestras investigaciones, así como los procedimientos de preparación del radio. Además, hemos dado a los interesados toda clase de noticias solicitadas. Ha sido un bien para la industria del radio […] procurando a los sabios y a los médicos los productos que necesitaban. Esta industria utiliza todavía en el día de hoy, casi sin modificarlos, los procedimientos que nosotros indicamos”.
Volviendo a esa especie de laboratorio de química casera —la cocina— hay que mencionar que las penurias de Marie también pasaron por ahí. No: Marie no se quedó encerrada en una cocina, ni toda su vida ni parte de ella. Tuvo ambiciones intelectuales, sí, pero sobre todo profundas capacidades para desarrollarse en ciencia. Esta mujer de vanguardia nunca se doblegó, ni siquiera en su época de estudiante cuando su cocina —química, no física— por lapsos fue inexistente, y se llegó a alimentar sólo de cerezas, tostadas, té. Lógicamente, experimentó más de un desvanecimiento físico (por falta de productos químicos).
La prueba de fuego para que los químicos acepten, o hayan aceptado, la existencia de un elemento nuevo pasa por la determinación de su peso atómico una vez que ha sido aislado. Marie Curie pudo determinar finalmente los pesos atómicos del radio y del polonio. Cien años después del Premio Nobel Química otorgado a Marie Curie por el descubrimiento del radio y del polonio, cualquier “ignorancia activa” (Goethe dixit) comiendo palomitas, tomando una bebida que puede tener nulos o significativos grados Gay Lussac (grados que miden la concentración de alcohol, no necesariamente de estupidez) y postrado ante una pantalla de algún tipo, podría eructar: “Pues es que en su tiempo no había Internet, ahí está todo”.
Una cita más pertinente, no ficticia sino real, es la cita de Einstein que menciona Eva Curie al final de la introducción de la biografía que escribió de su madre: “La señora Curie es, de todos los seres célebres, el único que la gloria no ha corrompido”. Entonces podemos decir que la única corrupción que experimentó Marie Curie fue la de su cuerpo una vez que murió: un conjunto de transformaciones químicas y nada más.
En este año 2011, año que apenas comienza, Madame Curie y la ciencia química deberían estar muy presentes en la sociedad, no ser ninguneadas ni ignoradas. Porque si bien es cierto que la ciencia ideal y romántica no existe del todo, mucho menos hay elementos racionales para afirmar de entrada que la ciencia es peligrosa o que “los científicos son peligrosos” (como al parecer ¡más del cincuenta por ciento de los mexicanos dijeron!). ®