En 2003 Quino fue a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para recibir el Homenaje de Caricatura La Catrina. En esa visita compartió la mesa con Rius. El autor nos cuenta algunas anécdotas.
En una de las tantas FIL en Guadalajara, cuando trabajaba en Tusquets, me asignaron llevar y traer a Quino de un lado para otro. La primera tarea fue ir por él al aeropuerto y llevarlo a su hotel. Era de noche, venía cansado, callado, tímido y tenía la mirada… En aquellos tiempos no había paz para el que esto escribe, sino muchas tribulaciones sobre este habitante de la tierra, así que lo registré en el hotel boutique del centro de Guadalajara donde tenía su reservación, le pregunté si no quería ir a cenar y, ante su negativa, gustoso me despedí atentamente porque quería irme a dormir, le recordé que pasaría por él al día siguiente para trasladarlo a otro hotel, el Hilton frente a la Expo, donde sostendría varias entrevistas.
Cuando llegué por él tenía cara de insomnio.
—No pude dormir en toda la noche, había un ruido infernal en la calle.
—Pero si su cuarto no da a la calle, yo mismo lo escogí.
—Lo cambié.
—¿Por qué?
—Porque ese cuarto tenía jacuzzi.
—¿Y?
—Pues véame a la cara.
—¿Qué tiene su cara?
—¡Que uso lentes! ¿No se da cuenta?
—Ajá, ¿y?
—Que yo leo, y si leo en el jacuzzi los lentes se me empañan por el vapor del agua caliente, y no puedo leer con los lentes empañados y a mí me gusta leer; entonces pedí que me cambiaran de habitación porque no quería el jacuzzi, ¿para qué quiero yo un jacuzzi? La habitación que me dieron daba a la calle.
Me pareció una lógica tipo Felipito, pero no podía reírme porque Quino no estaba de buenas y seguía quejándose y guardando largos e infranqueables silencios ante cualquier intento de plática durante todo el trayecto del centro de la ciudad a la Expo, y aun mientras caminábamos ya rumbo a los elevadores del Hilton. Cuando se cerraron las puertas del elevador dejó de quejarse y se puso en verdad nervioso mientras veía con desconfianza y angustia, ahora como Guille, cómo iban subiendo rápidamente los números de los pisos en la pantallita roja.
—¿Es cierto que aquí tiembla mucho y fuerte? —preguntó al secarse con su pañuelo la frente amplia y aperlada.
—Constantemente —respondí vengativo y seco.
Se abrieron los ojos de Quino al mismo tiempo que las puertas del ascensor, ahí estaba Beatriz de Moura, comandante en jefe de Tusquets.
—¿Cómo va, querido? ¿Cómo te tratan?
—De maravilla —y me vio de reojo como diciendo, si hubiera sido mexicano, “Pa’ que veas que no rajo, méndigo”.
Sufrió varias entrevistas y en cuanto pudo se escabulló. En el restaurante pidió una Negra Modelo, después de un buen trago se puso a darme sus opiniones sobre Jardiel Poncela, por el que yo le había preguntado en el automóvil, cuando no logré sacarle palabra alguna, pero de ahí en adelante la plática y los silencios fueron tranquilamente compartidos.
—La fiesta es hoy en la noche; mañana en la tarde, la presentación del libro; luego, la cena con los invitados, y al mediodía de pasado mañana la firma de libros. Te voy a pedir un par de cosas para la firma de libros: unos cinco o diez marcadores nuevos, un termo metálico para café, y varias de estas cervezas debidamente escondidas para ir llenando el termo.
—¿Algún color en especial para los plumones?
—Negro, pero lo que verdaderamente importa es que sean de estas cervezas.
La fiesta
Era un lugar pequeño, oscuro, lleno de ruido, humo y gente, no se podía platicar más que a gritos. Quino levantó un tarro de cerveza y se quedó paralizado, a medio camino, sin tomar y sin dejarlo sobre la mesa; después de un rato de estar así le pregunté si se quería ir.
—No, estoy muy divertido —y regresó a su estado catatónico con media sonrisa en completa observación.
La presentación del libro
A quemarropa, un día antes de la presentación quien lo iba a presentar canceló PorCausasDeFuerzaMayor. Sopas, ¿y ’ora?… Yo sugerí que invitaran de botepronto a Rius, por ser su amigo, había chance que aceptara, y generosamente así lo hizo. Antonio López Lamadrid, el otro comandante en jefe, me dijo que yo los presentara, tuve la suerte de estar con dos de mis moneros favoritos en un repleto salón Juan Rulfo. Llevé un cómic de “Los Agachados” de Rius, en donde Eduardo del Río había incluido a Mafalda, ninguno de los dos se acordaba de eso. El salón presenció uno de los aplausos más cariñosos de su historia.
La firma de libros
Listos los requisitos, en cuanto se sentó y vio el termo agradeció con la mirada para luego perderse entre gente y palabras de admiración y agradecimiento. La cola de personas con libros para que se los dedicara era inmensa, interminable, como inmensa e interminable fue su paciencia para contestar con amabilidad a cada una de las repetitivas preguntas y requerimientos. Y yo que me había preguntado ¿para qué querría tantos plumones? Fueron horas de estar firmando, se los terminó casi todos, quedó uno vivo.
Camino al aeropuerto me dijo como despedida:
—Martín Solares me había hablado de ti, qué bueno que son amigos, qué bueno que ustedes leen a Poncela —y se fue, y hoy también se volvió a ir para permanecer eterno con su media sonrisa. ®