Los festejos por los 470 de Guadalajara fueron como de rancho, y de rancho chico, pues para la escala de “rancho grande” (una antigua y popular denominación insidiosa contra nuestra ciudad) las autoridades tapatías definitivamente quedaron a deber.
La actual administración municipal, de origen priista, se gastó la mayor parte del presupuesto asignado para la ocasión en grupos musicales de corte abiertamente comercial, de esos que de manera habitual promueven las empresas de espectáculos o el show business.
No es inoportuno preguntarse por qué ahora a la también llamada Secretaría de Cultura, del Ayuntamiento de Guadalajara, le ha dado por promover lo que ya es promovido —y exhaustivamente— por otros: por los diversos empresarios de espectáculos, quienes a fin de cuentas son los profesionales del ramo.
Tal vez porque en la oficina municipal que regentea la señora Myriam Vachez se les confunden las musas con las musarañas, o porque ella y su nuevo jefe (Francisco Ayón junior), así como su jefe anterior (Aristóteles Sandoval) están convencidos de que los romanos tenían razón con aquello de “al pueblo pan y circo”.
En ambos casos las autoridades tapatías riegan el tepache. En el primer caso, por promover algo que, en definitiva, no les corresponde, a no ser que para esas autoridades lo mismo valga Shakespeare que Chespirito…
O dicho con otras palabras, una cosa el show y los espectáculos que no van más allá del mero entretenimiento —y para los cuales siempre ha habido particulares en este negocio— y otra cosa muy distinta son las manifestaciones artísticas sin comillas y, por lo tanto, de un nivel de calidad más consistente tanto en el aspecto recreativo como en el educativo.
Para esto último es justamente para lo que fueron creadas las dependencias públicas de difusión cultural: para promover, entre toda la sociedad, las manifestaciones artísticas e intelectuales más valiosas y que rara vez encuentran promotores entre el sector privado.
Sin embargo, en la Guadalajara de hoy tal parece que viviéramos en el mundo al revés, donde instituciones y dependencias oficiales encargadas de llevar —y de la mejor manera— la música de Johann Sebastian Bach prefieren quedarse con Joan Sebastian, incluido su espectáculo ecuestre.
Sin embargo, en la Guadalajara de hoy tal parece que viviéramos en el mundo al revés, donde instituciones y dependencias oficiales encargadas de llevar —y de la mejor manera— la música de Johann Sebastian Bach prefieren quedarse con Joan Sebastian, incluido su espectáculo ecuestre.
Y el hecho de que esta práctica no sea exclusiva de la oficina de Cultura del Ayuntamiento tapatío sino también, por ejemplo, de la Universidad de Guadalajara, en nada cambia el panorama, pues con ello ambos organismos públicos incumplen con su razón de ser, dando gato por liebre, gastándose parte del dinero de los contribuyentes en cosas frívolas y superfluas que, aun cuando sean socialmente útiles, su promoción debiera correr por cuenta de particulares y no del sector público, es decir, no con el dinero de los contribuyentes, que está para otra cosa.
Por desgracia, tanto nuestras autoridades universitarias como muchas del ámbito municipal parecen decididas o bien a satisfacer sus gustos personales o a tratar de capitalizar las ventajas políticas que pudieran reportarles las nuevas versiones del circo romano, ventajas que incluirían distraer a la gente (léase que se olvide de asuntos importantes), ganarse su simpatía y, eventualmente, y también su voto.
Las autoridades tapatías, en particular, han decidido instalar ese circo en el centro de Guadalajara; un circo en varias pistas: a espaldas del teatro Degollado (en la llamada plaza de los Fundadores), en la explanada del Cabañas y, sobre todo, en la plaza de la Liberación.
Este renovado circo romano a la tapatía ha incluido pista de patinaje en hielo; un parque jurásico con dinosaurios mecánicos, el cual se instaló durante casi dos meses en la plaza de la Liberación, lugar en el que también suelen presentarse conciertos al aire libre, con figuras y figurines de la televisión comercial.
Llama la atención que entre las celebraciones por el aniversario número 470 de nuestra ciudad el Ayuntamiento tapatío no haya considerado, por ejemplo, alguna publicación conmemorativa, algo que sí hizo, por cierto, la Cámara de Comercio de Guadalajara.
Todo se les fue en actividades frívolas, rutinarias, efímeras y poco imaginativas, muy al estilo de rancho chico, pues para la categoría rancho grande no alcanzan a calificar ni como abono. ®