Raras incluye una serie de ensayos sobre el amor, lo femenino y la creación. Reúne a veinticinco mujeres que hablan a través de sus letras, música, canto, hasta la comicidad, con un lenguaje en común: ser mujer.
Me gusta la metáfora que utiliza Brenda Ríos (Acapulco, 1975) en su libro Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora (Turner, 2019): “Cómo si estuviera en un escaparate frente a un vestido. Luego uno ya no ve el vestido, piensa en otra cosa y, cuando nos damos cuenta, llevamos ahí unos buenos veinte minutos sustraídos de todo mirando la propia imagen en el cristal”. Es como si de pronto apareciera el “yo”, después de ese viaje en el imaginario (el deseo, lo espectacular, hasta lo inaudito), este “yo” que puede palpar lo impalpable, decir lo indecible.
Raras incluye una serie de ensayos sobre el amor, lo femenino y la creación. Reúne a veinticinco mujeres que hablan a través de sus letras, música, canto, hasta la comicidad, con un lenguaje en común: ser mujer.Su sello distintivo: ser única.
Sharon Olds, Jean Rhys, Chantall Maillard, Andrea Arnold, Amy Winehouse, María Zambrano, Anne Sexton, entre otras más. Todas ellas dan estructura a aquello que viene en su mayoría desde lo fragmentado. La autora muestra cómo ellas hablan a través del cuerpo y cómo el cuerpo le habla a la mujer; cómo la mujer aparece y desaparece, aun sin saberlo.
“Yo sólo soy recuerdos”
Cuando vi por primera vez el documental sobre la vida de Elena Garro (La cuarta casa, retrato de Elena Garro de José Antonio Cordero, 2002), se me estrujó el corazón. Una mujer de las letras que lo único que hizo fue soñar al ver las partículas que desprendía el polvo de gis, al sostenerse en el aire, por el rayo de luz que entraba por la ventana, mientras su maestra escribía en el pizarrón: “…eran como pequeños mundos y pensaba que ahí vivía gente pequeñita”. De ese tamaño era su grandeza en la literatura. Elena, con su vida y obra, nos muestra los polos en los que suele ubicarse con frecuencia la mujer: anhelo–deberes, realización–frustración. Mujer que calla, que aguanta. Mujer obligada a no dar un paso por temor o por censura.
Brenda Ríos describe este triste espacio–destino como un cuento infantil monstruoso. Comienza con una universitaria brillante que encuentra un príncipe verdugo, uno que maquina trampas para ocultarle su gran temor, y termina con un final de olvido.
Elena Garro escribió Los recuerdos del porvenir cuatro años antes de que Gabriel García Márquez escribiera Cien años de soledad. El mérito sabemos a quién se le otorgó. Sin embargo, Garro nunca aceptó el término de realismo mágico por su novela, ya que lo consideraba mercantilista y alejado de la profundidad que su obra representaba para ella. Su dualidad de pensamiento (occidental e indígena) queda plasmada en su forma de manejar el tiempo y crea los mitos que nos definen como mexicanos.1 La encontramos en Los recuerdos del porvenir, La dama boba, El robo de Tiztla, entre otras obras. “El único hogar sólido que voy a tener es mi tumba”, dice en el documental en el que Elena Garro confiesa que sólo quería una casa normal, con papá y mamá, que tomaran café con leche, pues el matrimonio era para tomar café con leche. Dice en Un hogar sólido: “¡Un hogar sólido, Muni! Eso mismo quería yo… Y ya sabes, me llevaron a una casa extraña y en ella no hallé sino relojes y unos ojos sin párpados, que miraron durante años…”.
Patricia Rosas Lopátegui, en entrevista con José Luis Martínez S., dice que es necesario darle a la autora de La semana de colores el lugar que merece en la literatura mexicana:
Elena Garro es la escritora más importante del XX en lengua española. Es nuestra máxima autora del siglo pasado, a la par que sor Juana Inés de la Cruz, cada una en sus respectivos contextos […] Elena Garro rompió con el canon de la literatura tradicional, luchó por la libertad, la democracia y la justicia social. Pocos autores dejan de lado su trabajo literario para dedicarse a defender a los seres más desposeídos, como lo hizo ella. Elena vivió los últimos treinta años de su existencia en el ostracismo, en el hambre, en el descrédito.2
Prisión de fuego y carne
Otra de las autoras que aparece en Raras es Dolores Castro, quien nos presenta una escritura del cuerpo, de la luz, de la naturaleza y del sentimiento que no sufre. El cuerpo vive y se quema y, una vez hecho polvo, también tiene nombre. Ceniza.
Te amaré como agujas de mis huesos
cuando rompan
esta dulce prisión de fuego y carne
y te amaré en la mano que retuvo
la ceniza caliente de otra sangre
y en lo que fue
constante afirmación
de nuestra estancia.
La poesía de Dolores Castro surge desde el cuerpo, como un templo hacia afuera. Es desde los sentidos hacia el mundo. Sonido y voz. Luz y sombra. Cuerpo de construcción y transformaciones nahuales: ella es ave, es tórtola, el río, la voz, es todo.
Soy el barro que guarda
este pájaro herido en la caída;
soy el pájaro caído que canta
en su dolor y en sus limitaciones,
soy todo lo que vuela, la ceniza
el muro, el viento, el pájaro, el olvido.
Similar a Elena Garro, este polvo que antes ardía. Polvo venido de la ceniza. Polvo de los años de sueños. Polvo cubierto de partículas flotantes vistas por los ojos del cuerpo de una mujer poeta.
Los fantasmas de Inés
Otra de las Raras sobra las que escribe Brenda Ríos es Inés Arredondo. Esta escritora forma parte de la Generación del Siglo XX o de La Casa del Lago. En su obra aborda la transgresión sexual como tema que impera desde lo prohibido, la censura, lo sagrado, el tabú. Sus personajes hablan desde una perspectiva corporal sin reservas: desde una mujer adolescente asediada por la mirada masculina de un hombre viejo al borde de la muerte. Temas que trastocan la sensibilidad con aire desgarrador. La perversión, el suicidio, la locura, el incesto, la muerte.
Leda Rendón escribe en “Los fantasmas de Inés Arredondo” que en la obra de la sinaloense
se asiste a un mundo fracturado en el que la familia juega un papel importante. El hogar se convierte en asidero del mal. Las pulsiones de los integrantes del núcleo materno invaden sus historias. En sus relatos hay también una relación sádica con lo sexual, que es moneda de cambio, boleto de salida y condena. Nacer mujer se convierte en un largo peregrinar por una vida vacía, que carece de sentido sin el otro: el hombre. Sus protagonistas buscan completarse a través de guardarse en la mirada y los fantasmas de alguien más. La piedra de toque de su narrativa está en lo que no se dice, en el silencio. Inés Arredondo es una escritora de la estirpe de Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Elfriede Jelinek.3
“El cuerpo es el relato”
En su ensayo dedicado a Clarice Lispector, Brenda Ríos señala que, para la brasileña, escribir es apenas un balbuceo para explicarnos. Escribir es sentirse empujado a hurgar y no siempre lo que se halla es bueno. Habrá que ponerle una tapa como si fuera una olla en la estufa. Dejarlo para después. Se aborda la idea de bondad, la que esperamos del otro. El otro que también habita en nosotros mismos. Esa bondad, que pretendemos que se nos regale y que no encontramos en nosotros mismos.
En los textos de la autora de origen ucraniano vemos cómo el riesgo está fuera de nosotros. Nos da valor saber que hay algo allá afuera y que, en la medida de lo posible, ese algo espera por nosotros. Clarice escribe porque escribiendo se es otro, pero la materia de lo que están hechos los demás es uno mismo. Y lo vemos en su novela La hora de la estrella, cuando el personaje de Rogelio habla sobre la protagonista, Macabea, Clarice recurre a un otro (masculino) que la ayuda a hablar sobre lo que está a punto de ser borrado. No puede decirlo una mujer.
La última mujer de la que hablaré de estas veinticinco Raras es Becky G. Ella representa lo actual en el mundo del spanglish con su girlpower y sexualidad. Es interesante cómo Brenda Ríos aborda a esta cantautora. Me detengo y miro este fenómeno de la juventud que, lejos de aminorarse, se acrecienta. Se mira sin darse cuenta de que la decadencia humana es su propio sostén. Por lo que engloba este fenómeno, es desolador lo que se espera en las mujeres de las nuevas generaciones. Pareciera que nos vamos quedando sin nada: la reducción.
La autora parte de un video que vio en un bar. “No podía dejar de verlo”, escribe. ¿Cómo sucedió que por la repetición cayó en la cuenta de lo que estaba viendo realmente? Se trataba de la cantante Becky G y Natii Natasha, “nombres armados, una puesta en escena, salidos quizá de un mundo porno”, interpretando su canción “Sin pijama”.
Brenda Ríos hace un recuento del contexto del mundo del reguetón. Este fenómeno que ha arrasado en aceptación por casi dos décadas en una población que ha sufrido la pobreza toda su vida, la marginación y la discriminación político–social. Ríos muestra esta pobreza exótica ejemplificada con la pegajosa canción que recorrió el mundo hace dos años: “Despacito”, de Daddy Yankee y Luis Fonsi. Ahora es el cuerpo el que habla y se manifiesta.
Los pobres hermosos. No se tiene nada más, se tiene el cuerpo, y como éste se tiene, se toma posesión de él y de los otros. El sexo es espacio de reconocimiento. Países despojados de sus recursos naturales, condenados a ser la mano de obra barata de los países fuertes, tienen la venganza de hacer mover a todo el mundo con la música del esclavo. Su venganza es hacer esparcir el deseo posible habitado en cada cuerpo.
En relación con el video de Becky G y Natii Natasha, la autora escribe: “Por más posiciones sexuales que adopte, la cama, el encaje, la insinuación, son dos mujeres solas extrañando a alguien”. Una expresión jalada desde el extremo es una manifestación que pide a gritos ser vista y escuchada. Estas representaciones femeninas en desenfreno son escuchadas no por sus pares de género, sino por el sexo contrario, al que parece temer y detestar.
“El cuerpo es el relato. La mujer exhibe la libertad: no tiene ataduras, no hay expectativas, y el amante debe apreciarla así, en una comprensión post–amorosa; el sexo es más importante que el amor mismo”. Todo se ha bordeado a lo explícito. Al poder que tiene el cuerpo. Se pregunta Brenda Ríos si la mayor libertad a la que puede aspirar una persona venida de las sociedades machistas será la de entregar y recibir el cuerpo.
Becky G hereda “su drive sexual, su girl power inmortalizado en videos explícitos, softcore, quizá su invitación a coger no sea otra cosa que una pausa en la eterna soledad de las almas sensibles […] El sexo es la venganza de clase”.
En este “extramuros” donde los límites están desbordados, ¿qué sigue? ¿Qué alcance tendrán en el futuro estas manifestaciones, en las generaciones que vienen, que están creciendo con esta influencia “inmortalizada” del softcore? Veo felices a las mujeres jóvenes entonando estas canciones con su mensaje y sus gráficos, en estos momentos en el que se está en un grito: de empoderamiento, seguridad y equidad de género para ser vista. Es contradictorio.
En este mismo sentido radica la complejidad de cómo tratarse a ella misma, donde su intimidad está por perderse. En esta óptica, ella quiere que el hombre la mire, ser deseada, ser objeto. El hombre no mira a la mujer, mira el objeto. La mujer no está visible. No existe. El enfoque está desajustado.
Creo que va más allá. El ideal está perdido I(A).4 No está el que perfila, habría que reconstruirlo, regresarle su lugar, el que le fue arrebatado en este estira y afloja por obtener el poder. Otras preguntas también deberían plantearse: ¿quién es el que cuida?, ¿quién es el que protege, no entre semejantes, lejos del género, sino en conjunto? Hay extrañezas en esta nueva modalidad de pensamiento.
A diferencia de Elena Garro, que puso su empeño en hacerse notar en las letras, ser ella, aunque el destino la nulificó e in–visibilizó, Becky G hace todo por ser cuerpo y desaparecer, hasta de su propio reflejo (empoderada a partir del objeto). Está claro dónde sí hubo un Ideal y dónde se carece de él.
Es cierto, todas las mujeres somos raras. También podemos ser únicas. ®
Notas
1. José Luis Martínez S., “Elena Garro: otra víctima del machismo”., en Milenio.
2. Ibid.
3. Leda Rendón, “Los fantasmas de Inés Arredondo”, Revista de la Universidad de México.
4. Ideal del yo, producto de la identificación con el padre. Ejerce una presión consciente, proporciona las coordenadas que le permiten al sujeto asumir una posición sexual como hombre o mujer. Es el significante que opera como ideal, un plan internalizado de ley, la guía que gobierna la posición del sujeto en el orden simbólico y por lo tanto anticipa la identificación secundaria (edípica) o bien es un producto de esta identificación (Lacan, en Evans, Dylan (2007). Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos Aires: Paidós.
157–158).