¿Cuánto tiempo debe transcurrir para pronunciar clásico a un autor? Cincuenta años parece ser incluso más del tiempo promedio. El año pasado justamente se cumplió el cincuentenario de la muerte de Alfonso Reyes (1989-1959). ¿Cómo a partir del lenguaje naval —classis era la flota para los romanos— el adjetivo classicus vino a significar, en referencia más que a un autor a un libro en particular, la obra que el canon prescribía abordar, que no era posible obviar en clase, sino más bien focalizar, tomar como modelo e incluso emular? Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Racine, Goethe y más modernamente Eliot, Pound, Borges o incluso, ¿por qué no?, Marcel Duchamp en las artes plásticas, constituyen autores de una sola obra o de varias, cuya significación resulta imposible eclipsar. Si hay un clásico entre nosotros, después de Sor Juana y Ruiz de Alarcón, claro está, ése es Alfonso Reyes, poeta, humanista, prosista fino y agudo ensayista, cuyas Obras completas se ocupó de editar José Luis Martínez mientras tuvo vida, autor también de una famosa, casi canónica Antología que este año vio la luz en inglés como Anthology (FCE-FLM, 2009), en versión de Dick Gerdes, profesor de lengua y literatura españolas en la Universidad George Mason de Carolina del Norte, quien cuenta en su haber con traducciones de autores contemporáneos como Fuentes, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Ana María Shúa, Guadalupe Rivera Marín y Gonzalo Celorio.
El celo y la dedicación para con la lengua del marqués de Santillana, el bachiller Fernando de Rojas o un tal José Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín, no se pone en duda. Un acierto de la traducción, hay que decirlo, es la facilidad del estilo que acerca a Reyes al lector común, si bien despojándolo, casi por necesidad, de su sabor particular, ese deje castizo y sentencioso del gran maestro de la prosa (los versos fueron responsabilidad de Susan Clark y ahí es mejor no meterse, pues es larga la discusión acerca de la relativa o absoluta intraducibilidad de la poesía). Fondo y forma en Reyes, con referencia a la concreción verbal de su prosa, alcanzan un raro equilibrio, con un entramado tan firme que es capaz de pasar por el tamiz de la lengua de Chaucer sin perder cierto donaire conceptual y conservando toda la articulación de las ideas que vuelve su estilo diáfano e incluso surcado por una sonrisa.
Tratándose de un traductor avezado en el trato con autores modernos, con el obligado trasfondo académico y necesario deambular por ciertos autores clásicos, Gerdes aceptó —si bien demasiado pronto— el ofrecimiento por parte de la Fundación de las Letras Mexicanas, la cual viene auspiciando y gestionando otras traducciones de autores nacionales, y se aprestó a emprender la versión de un autor emblemático no sólo de México y el Fondo de Cultura Económica, su editorial de cabecera, sino del mundo hispánico en su conjunto. Y debía ser Reyes, precisamente quien en vida fuera archienemigo de la errata, cazador infatigable de dislates y gazapos, el destinatario —desde luego inconsciente— de una mala pasada del destino, imputable a la impericia del traductor o bien a la apresurada selección de éste por parte de los gestores. Los clásicos exigen ciertos raseros de cultura humanística, universal, cada vez más raros en el mundo (claro que el mundo universitario anglosajón es muy ancho y se extiende más allá del Atlántico).
En un artículo nada menos que sobre el español se hace referencia a las so-called Romance languages: Italian, French, Provençal, Catalan, Spanish, Portuguese and the indecisive Reto-Romano [sic]. Esta última lengua es la expresión latina de la Rhaetia Minor. Suiza es una nación cuadrilingüe justo por la inclusión del romanche. Curioso incluso que la palabra Romance aparezca un poco antes (p. 409), ya que Rhaeto-Romance es el nombre de esa lengua en inglés, de ninguna forma, Reto-Romano (con todo y el guión más las mayúsculas). Al aludir a autores romanos de tiempos del cristianismo primitivo, Gerdes habla de “Secundiano, Marcellus, and Veriano” (con la inelegante coma), siendo que la lengua inglesa sólo conoce a Secundian, Marcelian [no confundir con la forma latina primitiva del nombre] and Verian. En ese mismo pasaje se citan el Misterio de las vírgenes locas (en español) y Les voix antérieures (en el original). ¿Para qué dar un título en un idioma junto a otro en un idioma diverso, cuando ambas obras se escribieron en el mismo originalmente? Además, el título completo de la obra es Mystère des vierges sages et des vierges folles (p. 339).
Nombres alemanes en versiones inglesas como August, Christiana and Caroline pasan defectuosamente al inglés como Augusto, Cristiana y Carolina, como bien les hubiera convenido a estos miembros de la casa de Sajonia-Weimar-Eisenach, si su lengua hubiese sido el español, el italiano o bien el portugués. Por cierto, el duque Carl August no pasa a la historia como Charles Augustus (p. 330). De faltas veniales en la trascripción de nombres de pila, que prácticamente hasta principios del XIX solían traducirse a cada lengua particular, y por tanto si no son españoles habría que buscar su equivalente inglés o bien ofrecerlos en el original, como sucede con el pintor Vermeer van Delft, aunque no así con Bernardo (debió escribir Bernard) Bramer ni con Nicolás (debió escribir Nicolae o Nicholas) Maes. En ese interesante ensayo sobre Vermeer y Proust, Gerdes menciona “the Mauritshuis del Haya [sic]”, siendo el nombre inglés de la ciudad The Hague y el holandés Den Haag. The Mauritshuis in The Hague (la Casa de Mauricio en La Haya) es un museo. En el español castizo, correctísimo, el que tuvo la intención de escribir Reyes, la palabra haya, que comienza con a acentuada y que corresponde al nombre del árbol (fagus sylvatica), se dice el haya, al igual que el agua, el arma, el ala, de ahí del Haya. El uso moderno e irracional quiere que la ciudad se llame en forma cacofónica La Haya, por imitación acaso del francés que dice La Haye (p 289).
A veces la confusión de apellidos con topónimos o nombres de lugar llega al paroxismo, como cuando se refiere a “the First Venus by Willendorf” (sic y en cursivas la palabra primera como si fuera parte del título de la obra). By Bach, by Renoir, by Lipchitz, la preposición por entraña compuesto por, pintado por, esculpido por, es decir, el nombre del autor. En este caso, la estatuilla de época prehistórica, que representa a una mujer de senos y caderas descomunales, se halló en el poblado de Willen (Willendorf) y se conoce en inglés como The Venus from [or of] Willendorf (p. 437). Willendorf no es así el nombre de ningún artista, ni entre los antiguos ni los modernos. En Sabor de Góngora don Alfonso escribe (se cita el pasaje completo a fin de ofrecer el sabor tanto del original como de la traducción): “Luego aparecen el Castillo de San Cervantes y el Tajo, en Toledo; y sabemos que [don Luis de Góngora y Argote] estuvo a punto de morir de un grave mal en Salamanca, orillas del Tormes. Poco después, en Alba de Tormes, conoció a Lope de Vega. Otro día, encontró la corte en Valladolid, de que conserva memoria melancólica, y tuvo un célebre torneo rimado con el joven Quevedo”. En traducción de Gerdes (con cursivas añadidas): “Next, there was mention of the Castle of San Cervantes and the Tejo River in Toledo. And we know that he almost died from a grave illness in Salamanca, on the banks of the Tormes River. Not long thereafter, he met Lope de Vega in Alba de Tormes. On another day, he met with some courtesans in Valladolid, the memory of which made him somewhat melancholic; there, he participated in a memorable poetry competition with young Quevedo”.
Aparte de las pequeñas y no por completo desafortunadas licencias de trasladar aparecer por hacer mención (con la obvia pérdida de riqueza visual) y de trasformar el Tagus en the Tejo River (Tajo en España y Tejo en Portugal si bien Tagus, el nombre latino, en ambas naciones), traduce encontrar la corte por toparse con cortesanos en Valladolid. En español es casi lo mismo, en inglés, sin embargo, courtesans se aplica las más de las veces a las concubinas, las meretrices, las cortesanas, whores, tarts, harlots or hookers speaking the King’s, es decir en inglés. Courtiers, en cambio, son quienes viven en la corte de un soberano. No hubiera estado mal que don Luis se hubiese echado una canilla al aire, como por otro lado era su costumbre, a pesar de su condición de clérigo, y hubiese refocilado un poco, salvo que eso no es lo que dice el texto original.
Caso omiso habría que hacer de cosas que hasta Reyes, conocedor de las extrañas e irónicas virtudes de la errata, hubiera tomado a gracia, como Venture de Villenueve (Villeneuve), the myth of Sileno (Silenus) y Pascual (en vez de Pascal), como la curiosa caricatura de un pato no menos agudo que el filósofo galo, al menos en su fuero interno. Lapsus calami vel machinae scripturariae (meaning personal computer) como the morays por the morals y más peccata minuta, como diversas viudas y huérfanas al final de renglón. Es claro que los procesadores de palabras y los programas de edición tienen sus avatares al cambiar de idioma. Quizá un autor de tal calibre como Reyes hubiera ameritado contratar a un revisor técnico o bien a un traductor verdaderamente especializado, que estuviese a la altura de un clásico. En fin, un volumen semejante, a ojos de un lector culto en inglés, puede despertar sentimientos varios e incluso encontrados, menos el de la envidia por los altos raseros de estilo, sea literario o editorial, que privan en México. Contrariamente a los usos del FCE, no se precisa el número de ejemplares tirados. No fuera a suceder como pasó con otro libro del FLM cuya primera edición, a causa de una página faltante, tuvo que ser retirada del mercado con el subsiguiente desperdicio de recursos, en este caso por parte de la SEP. ¿Fue entonces medida preventiva o simple omisión? ®