Despacio, me desnudo sobre las sábanas blancas, me recompongo en la almohada elegida para hacer el primer intento de volar, algunas veces la primera es la definitiva…
No he podido quitarme la mala costumbre de cenar en la cama mientras veo algún capítulo de la serie en turno, el gusto de beber coca con galletas lo heredé de mi padre, pero hacerlo de noche ha sido mi toque personal, llevar los trastes sucios a la cocina y dejarlos limpios en el escurridor es una actividad casi mecánica. No sé en qué momento el gusto por las pijamas suaves y bien combinadas se volvió casi una obsesión, será la edad, que conforme avanza nos va regalando el gusto por la comodidad en las cosas más cotidianas. Me lavo los dientes casi siempre con prisa, tratando de que el sabor a “menta fresca” no me irrite la lengua, cuando el silencio es abrumador llevo conmigo el celular y pongo algún video que me distrae de los pensamientos súbitos, lavo la cara con agua y jabón recetado por la dermatóloga, otro gusto que me ha dado la edad, el ritual de los serums y las cremas sucede con calma y parsimonia, mientras toco mi rostro pienso en la específica recomendación de ponerme botox para quitar la marcada arruga de mi rostro, me da un poco de miedo pensar en cómo cambiaría la suavidad de la piel, mientras lo contrasto en cómo cambiaría la rudeza del carácter.
Despacio, me desnudo sobre las sábanas blancas, me recompongo en la almohada elegida para hacer el primer intento de volar, algunas veces la primera es la definitiva, pero las más hay que cambiar la posición varias veces, después, y sin darme cuenta, los párpados van sintiéndose pesados, van permaneciendo por más tiempo cerrados, hasta que sin darme cuenta me dejan entrar de lleno en mi país de nunca jamás. ®