Roma es demasiado dura; una vieja que se ha quedado dormida en ayer, sobre la mujer hermosa que alguna vez fue, y los romanos la aman, duermen con ella, cariñosos a su lado, y son duros también.
A la orilla del Tíber imagino que construyo un barco y navegando llego a recodos del río donde tras resolver el misterio de cada naufragio todo en la ciudad es nuevo otra vez.
Pero así ha sido mi vida: Huyo de las muchedumbres y en soledad busco la ilusión de cosas que únicamente son mías y sólo después de perderme y sentir la angustia de no saber regresar a casa encuentro lo que buscaba, siempre tan diferente de lo que imaginé necesitar.
Roma es alma y es cuerpo y es algo completo, está creada, con el sur clavado en cruces e inestable de plegarias, y el norte equilibrado en los penes rebanados de las estatuas que viven sus desnudos a través de la sangre de parejas que de noche bajo los puentes se aman.
Aquí la verdad es un sueño muy antiguo que el dolor de la distancia ha vuelto marchito y Roma una vieja caprichosa: se enoja tanto si no lamentas con ella sus tesoros perdidos.
Nuestro cuarto desordenado en Coyoacán. El amor viene y va.
Tu cuerpo es más frío que el mío. ¿Por qué el amor llega cuando estás amando ya?
Nuestras manos son iguales. Es que hay muchas formas de amar.
Es adorable cómo comes con pequeñas mordiditas. ¿Por qué el amor se va cuando lo necesitas más?
Salen los patos del Tíber y de pronto un brutal gato negro brinca sobre el último del grupo, de alas cortas, aún muy jóvenes, y sus garras le destrozaron las venas del cuello, que estallan en chorros de sangre que caen al río, donde la muerte se disuelve rápidamente en una mágica transparencia roja, de crepúsculo en el agua.
La aurora es roja como la sangre y su reflejo en el río es joven y elástico, una belleza que Roma no puede dominar porque es la fuerza de los nacimientos. La sangre saca las ilusiones de la desaparición que les impone el naufragio de la noche y ahora Roma tiene miedo.
El Tíber al amanecer es algo que Roma no puede dominar y en mi corazón surge la esperanza de que aquí algo puede ser mío; es ahí donde filtro, bajo el influjo del río, mi amor incierto para que el sol romano tenga algo de nosotros y, cuando la noche caiga, Roma no pueda evitar tenerme en su sueño susurrándote al oído, tan lejos y tan triste:
¿Cuántos rojos nos ha enseñado, cariño, la aurora, cuántos rojos nuevos para recordar el amor? ®