Rosita Quintana, única presentación

Una entrevista afortunada

El pasado lunes 23 de agosto murió Rosita Quintana, y el autor recuerda una entrevista que el destino le puso en las manos un día de 1990.

Rosita Quintana, Buenos Aires, 16 de julio de 1925–Ciudad de México, 23 de agosto de 2021.

Era de noche, 3 de marzo de 1990, iba manejando rumbo al hoy extinto café Treve, todavía quedaba muy lejos cuando se me atravesó en los ojos, por la Avenida Américas, la marquesina del restaurante La Troje, entre Pablo Neruda y López Mateos; decía con letras rojas, grandes y luminosas:

ROSITA QUINTANA, ÚNICA PRESENTACIÓN

Sin pensarlo dos veces estacioné mi carro y me bajé con mochila al hombro y grabadora en mano. Tuve suerte, todavía faltaba algo de tiempo para la presentación. La señora estaba de buenas en su camerino y accedió amablemente a concederme la entrevista, siempre y cuando fuera breve. Así que sin haber planeado la entrevista, muy en contra de mi costumbre, me puse a garrapatear unas cuantas preguntas en mi libreta cuando me avisaron que podía pasar.

Ahí estaba Carmen, esa mujer por la que Bibiano (Pedro Infante) mandó a Chabelo (Joaquín Pardavé) a ordenar que desplegaran todas las banderas del barco Río Blanco en el puerto de Veracruz en honor al Colegio Jardín, después de cantarle al piano “Te miras remona / de pies a cabeza / pareces muñeca de un aparador” y de invocar a las barbas de Ne’tuno en El mil amores.

Ahí estaba la criada malora que abofeteó despiadadamente a Tin Tan después de llamarlo despectivamente “diantre de trompudo” y de reventarse un buen boogie woogie en Calabacitas tiernas.

Ahí estaba Susana, carne y demonio, empapada por la tormenta con el vestido pegado al cuerpo despertando las miradas y el deseo, peinándose a contraluz en la ventana, enamorando al hijo y al padre y a quien se dejara…

Ahí estaba la hacendada de Escuela de valientes que a toda costa hizo al Piporro defender sus tierras, hacerse pasar por el temible Tigre Lemus y hasta echarse unas caídas de lucha libre. Eso sí, ahí los dos se cantaron de aquí pa allá y de allá pa acá, fue parejo.

Ahí estaba Susana, carne y demonio, empapada por la tormenta con el vestido pegado al cuerpo despertando las miradas y el deseo, peinándose a contraluz en la ventana, enamorando al hijo y al padre y a quien se dejara…

—La actuación es una gran necesidad para mí, una gran necesidad de tener contacto directo con el público, una gran necesidad de expresar algunas cosas. Claro, no se pueden expresar todas, porque de repente uno quisiera cantar o poner en el repertorio de siempre otro tipo de canciones, con más mensaje, con más profundidad, pero la gente que va a divertirse pues necesita escuchar, o espera recibir, el show que quiere ver.

—En el cine mexicano usted tiene películas memorables tanto en comedia como en drama, ¿dónde se siente más a gusto?
—Si el papel es bueno, me siento cómoda en todo. Tengo más carácter para la comedia, pero me gusta el melodrama y el drama… Me gusta todo.

—En Susana carne y demonio…
—¡Hoy la pasaron por televisión!
—Cierto.
—Bueno, esa es la única película donde estuve un poco dudosa de que diera yo físicamente con el personaje. No me sentía yo así “tan sexy”, “tan bonita”, tan “no sé cómo” para el personaje… Lo hice con bastante timidez. Claro, muy bien dirigida.

—¿Cómo fue su experiencia con Luis Buñuel?
—Muy hermosa. No sólo como el gran director que todos saben que fue, sino como una persona llena de ternura, un ser sumamente informado, culto… Una persona excepcional.

—¿Y Fernando Soler?
—No, bueno, don Fernando… —la señora Quintana suspira—. Hice muchas películas con él, lo quise mucho, es una gente a la que quise mucho.

—En su trabajo de comedia trabajó con dos de los más grandes cómicos del cine mexicano…
—¡Con Tin Tan! —interrumpe entusiasmada—. Tres películas seguidas al principio.
Calabacitas tiernas…
Soy charro de levita y No me defiendas compadre.

—¿Cómo lo conoció?
—Cuando me contrataron para trabajar con él. Lo conocía de saber quién era, pero no como persona, hasta en esa filmación. Estábamos los dos muy jóvenes y nos divertimos mucho filmando juntos.

—¿En cuál película se divirtieron más?
—En Calabacitas tiernas —responde sin dudarlo ni un momento—.

—¿No le costaba trabajo seguirle el ritmo a Tin Tan cuando improvisaba?
—No, a mí no me dio ningún trabajo. No sé si a los demás.

—El otro gran cómico al que me refería es a don Eulalio González Piporro.
—¡Ay! Sí, también —dice francamente emocionada—.

—Escuela de valientes.
—Hice varias, Calibre 44, ya no me acuerdo bien de esas películas… Me gustan valentones… Y en esta última etapa El chubasco. Tin Tan y el Piporro son muy distintos. Piporro es un personaje definido. Tin Tan, a pesar de que era el pachuco y todo, era un hombre completamente musical, muy musical, y era un hombre que salió, al igual que yo, del teatro de revista. Yo pienso que la gente que sale del teatro de revista es bastante completa, por lo menos en nuestra época así era. Con Tin Tan nunca hice teatro, con Pedro (Infante) sí hicimos juntos muchas presentaciones.

”No puedo comparar a Tin Tan con Piporro. Es lo mismo que cuando me preguntan por mis películas con Luis Aguilar, Pedro Infante o Pedro Armendáriz, son todos distintos, depende también mucho de los personajes.

—¿Ve cine mexicano actual? ¿Qué le parece lo que ha visto?
—No mucho. Se ha ido por otros rumbos, no me siento capaz de opinar, pero de todas maneras, dentro de todo eso que se está haciendo que la gente de repente critica, yo hice una película, van a hacer dos años, con el señor Ramón Obón, se llama Hasta que la muerte no separe. La hice con Hugo Stiglitz, creo que finalmente le pusieron La casa del terror o algo así. Muy buena película, quiere decir que hay gente que puede hacer buen cine todavía.

—¿Y los actores? ¿Igual de buenos? A usted le tocó trabajar con prácticamente todos los grandes, y no me refiero solamente a figuras estelares, sino a gente de reparto tan grande como el Bigotón Castro.
—No, de eso no opino lo mismo. Me van a perdonar, pero no opino igual de eso, lamentablemente; digo por la experiencia que me ha tocado a mí, ¿no? A no ser por la gente que tenga la escuela de aquella época, pero… Lamentablemente la gente, la poca gente que me ha tocado últimamente de esta época, mmm… Y no es crítica porque “los tiempos de antes fueran mejores”, no. Tampoco opino de su calidad de actores o de actrices, opino en su disciplina, en su profesionalismo, en eso sí opino abiertamente: no me agrada.

Hoy, 23 de agosto de 2021, a los 96 años, murió Rosita Quintana, y yo por mi parte me tomaré un café especial como los del Treve y le pondré como homenaje la serenata que le da Pedro Infante:

Más allá de tus labios,
del sol y las estrellas,
contigo en la distancia,
amada mía, estoy. ®
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Publicado en: Apuntes y crónicas

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