Salmos 5, 6 y 7

Los menesteres del ocio, XXI

La poesía es necesaria, pero no es suficiente.
Nunca se cumple, nos queda algo a deber
.

Una vieja cantina en Burgos, España.

Salmo núm. 5

Siento el chirrido y el peso de las alas
que instala en mis hombros el ángel de la muerte.
Seré en adelante mi propio guardián
y ángel de compañía en el laberinto
de borrosos días que me quedan por cursar.
Pues vivir no tuvo sentido,
¿morir acaso tendrá alguno?
Gasté mis días en infiernillos
que acaso sean las cerillas de un infierno mayor
o nubecillas de pólvora de un paraíso.
En el costado llevo las quemaduras
de las pipas de los marineros.
Mi andar fue torpe, como el de un pájaro
en asueto y una nube me estiba,
varado entre los escombros del desastre.
Siento esas alas como una mochila
que a menudo olvido en la silla de la cantina.
Esa sombra me inclina con su peso abatido
y hace que mi perfil muerda el polvo.
Cuento mis pasos, sorteando las alcantarillas,
entre los faroles que se apagan.
La última borrachera, la que más he temido
parece que no terminará nunca.

(Salmo núm. 6)

La poesía es necesaria, pero no es suficiente.
Nunca se cumple, nos queda algo a deber,
un adarme de sentido, un rayo de revelación
que ni la posteridad, con sus polvorientas ruedas,
con su monótona carga de piedras
habrá de traernos desde el futuro.
El poeta es anónimo, no menos que el lector
y nunca termina de descifrar su obra,
que empieza de nuevo cada día,
aunque el principio y el fin son ilusorios
en el trazado de cualquier línea recta,
curva o espiral. En balde se refleja a sí misma,
en su afán de adquirir volumen: las imágenes
son unidimensionales y deletéreas,
la perspectiva y el cuerpo no son menos ilusorios
que el clímax, inalcanzable porque ya sucedió
mientras lo buscábamos, porque en realidad
nunca ocurre (y ése era todo el misterio).

La poesía, Esfinge sin secreto, se despereza
en las arenas del silencio; nada tiene que decir
y si acaso responde alguna pregunta
lo hace con frases triviales, anodinas
que escandalizan a los sacerdotes y a los oráculos.
El lector, si es que existió,
ha agotado todas las preguntas, cuyo número
es menor siempre al de las respuestas.
La poesía del preguntar a veces es suficiente
y la poesía de las respuestas, sobreabundante.
Y la posteridad no es más que un parpadeo
de la Esfinge, en cuyo círculo visual
pasado y futuro son cuarteaduras sobre la arena,
sombra de nubes sobre la arena.
La poesía siempre nos queda algo a deber,
no cae el maná del sentido, eternamente
suspendido sobre las caprichosas
trayectorias que marca todo retorno.

(11 de septiembre de 2011)

(Salmo núm. 7)

Si el anciano es una carga, muerto será una pesadilla.
Prepara desde ahora su frágil esqueleto para volar,
duerme cada vez más, cada vez menos:
en la vigilia del gato, en la vigilia del perro,
el insomnio es el umbral de la revelación.
Dormita como un mendigo en los escalones
de la jamba de marfil y la jamba de cuerno,
sus dedos palpan en la escudilla
las (pen)últimas monedas para embriagarse,
pegajosas como unas obleas que atraen a as moscas.

Vivir no tuvo sentido: ¿tendrá alguno morir?
Febe prepararse para cualquier respuesta.
Como a Lear, no le asombra la ingratitud
ni la mala memoria de los hombres: él lanzaría
la primera piedra contra sus propios huesos
apolillados, roídos por el orín y la lluvia,
amontonados en el umbral de los escupitajos.
Retornará un día, en busca de una de esas bellas
mujeres, que prestan su cuerpo como sólidas
súcubas, para que reencarnen los muertos.
Mientras tanto, habrá de girar y aullar
en condición de fantasma, como el gallo
de una veleta que se presta a todos los vientos,
listo para cantarle al más propicio.
O refugiarse como un grillo,
entre la olla y la suela del zapato,
para conservar su brasa, escombro del verano.
Entre la anécdota y la broma, derrochando una sabiduría
hueca como un cacahuate, pus la mala memoria
que aqueja a los viejos, es la menos adecuada
para conservar una tradición. Esperando el momento, digo,
de lanzarse de espaldas desde la orilla,
hacia donde nadie lo espera, ni familiar
ni vecino ni pariente ni cliente, hacia la sombra espesa
que pesa más que su cuerpo atribulado, desvencijado. ®

(13 de septiembre 2021)

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Publicado en: Poesía

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