A propósito del reciente estreno de Santa Bárbara entrevistamos a la realizadora, quien habla acerca de la manera en que toca temas como la migración, la identidad sexual y la precariedad laboral, y de preguntas que no necesariamente tienen una sola respuesta.

Bárbara, una mujer joven de origen boliviano, lleva diez años viviendo en Barcelona. A pesar de su condición de inmigrante ha sabido adaptarse a la ciudad europea, trabajando como empleada doméstica, manteniendo una relación sentimental con una compañera del equipo de fútbol en el que juega los fines de semana y afecta al ocio nocturno del barrio latino. Hasta que una llamada telefónica altera su cotidianidad: Ulises, su hijo mayor, a quien dejó en su país natal y que no ha visto durante todo ese tiempo, se involucró en algún problema con la policía del que éste poco quiere hablar, y se ve obligada no sólo a recibirlo, sino a replantearse qué entiende ella como maternidad. Se trata de Santa Bárbara, segundo largometraje de la directora española Anaïs Pareto Onghena.
A propósito del reciente estreno de esta coproducción entre España y México compartimos la entrevista con la realizadora, quien habló acerca de la manera en que tocó temas como la migración, la identidad sexual y la precariedad laboral, haciéndose constantemente preguntas, las cuales no necesariamente tenían una respuesta única.
—En la edición del Festival de Cine de Morelia en la cual Santa Bárbara tuvo su premier mundial (2022), coincidieron otras películas mexicanas que, desde distintos ángulos y géneros, abordan la maternidad: en Huesera (de Michelle Garza Cervera), la protagonista empieza a tener una serie de dudas y temores en torno a cómo ejercerla y renuncia a ésta, mientras que en Días borrosos (de Marie Benito), el personaje principal se va obsesionando con la idea de ser madre. En tu película, Bárbara sí desea cumplir el rol materno, pero no sabe de qué manera acercarse a su hijo. Diera la impresión de que no fue casualidad el haber encontrado este interés en estas películas. En tu caso, ¿a qué responde la aproximación al tema?
—La semilla de esta película es una investigación para un documental llamado Tsunami, el cual codirigí hace diez años junto con Nati Vania y Viviana Villa, dentro de la maestría de Antropología Visual en la Escuela de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Ese documental, que se quedó más en el ámbito académico, estaba centrado en el equipo de mujeres latinoamericanas perteneciente a la liga de fútbol amateur de Barcelona, el cual aparece en Santa Bárbara, y ahí fue donde conocí a varias mujeres cuyas historias de vida me inspiraron a escribir esta ficción, bebiendo mucho de la realidad y así poder lanzar todas las preguntas respecto a las maternidades que me venían a la cabeza conforme las fui tratando y escuchando. Porque estas mujeres, después de vivir diez, doce años en otro país, no habían vuelto a ver a sus hijos, aunque en las conversaciones que sostenía con ellas constantemente afirmaban que era lo que más extrañaban. No digo que aquello no fuera cierto, pero había algo que no las dejaba regresar; hablaban acerca de cuestiones económicas, pero yo sentía que ahí había algo más.
Aunque como escritora de ficción una puede permitirse ciertas licencias, para mí era muy importante no sacar alguna conclusión; no me sentía con la autoridad para hacerlo. Yo quería llevar al espectador a esa realidad que descubrí en mi ciudad natal.
Esto me llevó a pensar en el concepto de la maternidad desde otro lugar y a imaginar: ¿qué pasaría si una de estas mujeres un buen día se trajera a su hijo? ¿Cómo podría encajar su nueva vida con esa maternidad, al menos como ella la tenía entendida? ¿Cómo haría el reajuste de todas sus circunstancias? Efectivamente, no es casualidad lo que señalas; la maternidad tiene muchas aristas posibles.
Al escribir y posteriormente dirigir Santa Bárbara quise dejar esas y otras preguntas para el espectador. Aunque como escritora de ficción una puede permitirse ciertas licencias, para mí era muy importante no sacar alguna conclusión; no me sentía con la autoridad para hacerlo. Yo quería llevar al espectador a esa realidad que descubrí en mi ciudad natal, no deseaba delinear una historia con una estructura convencional en la que necesariamente se brindaran respuestas.
—Un aspecto de la película que debe resaltarse es el retrato que hace del fenómeno migratorio. Bárbara convive con los problemas económicos y las presiones cotidianas, pero es notorio que ya se encuentra adaptada a esa nueva ciudad. No es el relato de una mujer que padece avatares sin fin. ¿Cómo fuiste tocando ese tema en el guion para que no corrieras el riesgo de caer en lugares comunes al respecto?
—Creo que la migración es un tema al cual siempre acabo volviendo desde distintos puntos, en historias que me inspiran o tocándolo en los guiones que escribo. Mi madre también es inmigrante y yo lo he sido, viviendo en Cuba y México. Los problemas y las desventajas de la migración son retóricas que he escuchado toda mi vida. Creo que por eso es que me cuestiono la migración desde hace mucho tiempo y, en el caso concreto de Santa Bárbara, lo que yo vi es que estas mujeres que conocí, las cuales normalmente me encontraba en narrativas en torno a vidas llenas de penurias, de pronto también tenían una parte de su vida muy luminosa al estar en una tierra extranjera, por lo que me pregunté: “¿Por qué esto no se ve nunca en las narrativas y los relatos?”, y me quedó claro que la gente necesita evadirse, que la gente se conecta entre parecidos como forma de sobrevivencia, y de ahí pasan cosas: nacen romances, nuevas familias, nuevas tradiciones, fiestas, momentos de gozo, etcétera. De esa manera, la idea de otra cara de la migración fue adhiriéndose al guion de la película.

Una constante al escuchar a estas mujeres es que hablaban de historias muy jodidas en sus países de origen, de experiencias de juventud muy fuertes y de cargas familiares muy pesadas. Ahí me volví a cuestionar: “¿Y si la migración se volvió de algún modo en una liberación para estas mujeres, por más que no estaba en sus planes abandonar su país? ¿No será que al desligarse de cargas y obligaciones empezaron a ser ellas mismas?” Por lo mismo, siempre tuve muy claro que quería que la película empezara con Bárbara bailando y dándolo todo en un momento de diversión y desfogue.
Curiosamente, en alguno de los talleres en donde mostré el work in progress de la película, dentro de la retroalimentación, me preguntaron por qué no empezaba con el personaje trabajando, en su rutina como empleada doméstica, y así no quemar tan rápido el perfil del personaje, su afición a la fiesta y la relación sentimental que mantiene con una de sus compañeras del equipo de futbol. Para varias de las personas que participaron en aquel taller Santa Bárbara empezaba muy arriba con esa presentación del personaje, pero yo respondí que justamente quería empezar de esa manera y marcar un poco el tono de la propia película.
—Como espectador, uno no sabe gran cosa de Bárbara y va intuyendo detalles de su vida a partir de las rutinas que realiza (la tirante relación que mantiene con su propia madre, esto a juzgar por lo poco que se escucha en las llamadas telefónicas a larga distancia que semanalmente mantienen, o la inestable situación económica que atraviesa, esto viéndola abocada en su segundo empleo como afanadora en una tienda de muebles). ¿Cómo tomaste la decisión de que la manera en que íbamos a conocer al personaje no sería a través de un arco narrativo, sino por medio de detalles?
—Habiendo presentado a Bárbara moviéndose en la vida nocturna y en el fútbol, quería mostrar su día a día, su normalidad y cómo ésta se rompe con la llegada del hijo. Busqué marcar muy bien los contrastes que vive el personaje. Aunque la película no se trata acerca de la precariedad laboral y las desigualdades sociales, aspirando al cine de Ken Loach, no quería dejar de lado la monotonía y la pesadez en los trabajos de estas mujeres. Generalmente, las opciones que tienen se limitan al empleo doméstico o al cuidado de personas mayores o con alguna discapacidad, cubriendo jornadas muy largas, saliendo muy temprano de casa y regresando a la medianoche. El de las mujeres trabajadoras es un mundo complejo y espero haberle hecho justicia por medio, justamente, de los detalles.
—¿De qué manera fuiste dándole forma a la personalidad de Bárbara junto con Anabel Castañón, tu actriz protagónica?
—Por suerte o por azares de la vida, tengo muchos actores y actrices a mi alrededor, amigos y conocidos, lo cual me ayuda mucho a pensar con anticipación en rostros y voces, imaginármelos ya interpretando los personajes en las historias que quiero escribir; digamos que el actor me inspira cosas para el personaje y viceversa. Eso me ocurrió en Santa Bárbara. Conocí a Anabel Castañón por medio de Pedro Hernández, mi pareja, porque ellos son muy buenos amigos; algún tiempo después pensé en ella, incluso antes de terminar el guion o siquiera proponerle participar en el proyecto (risas). Ya posteriormente platicamos en forma y ella me habló desde su experiencia; al ser del norte de México, de Coahuila, para ser más precisa, conocía muchas historias parecidas protagonizadas por familiares y su gente cercana. Además, tiempo atrás Anabel se fue a estudiar teatro a Londres, por lo que conocía lo que es sentirse en una tierra ajena. Así comenzó una retroalimentación entre las dos para terminar de construir al personaje.
Varias de las mujeres mencionaban que al llegar a España y entrar en contacto con el equipo de futbol coquetearon por primera vez con la posibilidad de tener una pareja de su mismo sexo, algo que en sus países de origen hubiera sido impensable por lo estigmatizado y mal visto que está ese tema en muchos lugares.
—Otro de los rasgos del personaje es la manera en la que vive su identidad sexual. Al inicio parece que la asume como tal, la muestra a todo el mundo, la disfruta en su cotidianidad. Sin embargo, el punto de quiebre, que significa la llegada de su hijo, provoca que empiece a ocultarla, a dudar, a replantear el estado de su relación sentimental como si no se hubiera podido desprender del todo de su pasado. ¿De qué modo fuiste incorporando ese elemento a tu guion?
—En nuestras conversaciones, varias de las mujeres mencionaban que al llegar a España y entrar en contacto con el equipo de futbol coquetearon por primera vez con la posibilidad de tener una pareja de su mismo sexo, algo que en sus países de origen hubiera sido impensable por lo estigmatizado y mal visto que está ese tema en muchos lugares; aunque tampoco en España estemos tan adelantados al respecto, ellas notaron más apertura de la sociedad en ese sentido. Además, provenir de ambientes machistas y nocivos tampoco les permitía explorar su sexualidad. Pero cabe decir que, aunque estaban viviendo abiertamente sus relaciones sentimentales con otras mujeres, ellas no se consideraban homosexuales; veían esas relaciones como solución a su soledad o como la posibilidad de mostrar sus afectos desde otro lado, y ese fue el acercamiento que quise hacer al tema en la película.
—¿Cómo fue el proceso de producción de Santa Bárbara?
(En ese momento, al escuchar la pregunta, la directora esboza una sonrisa, como si de golpe le hubieran llegado todos los recuerdos de lo que significó esa etapa).
—¡Complicado! En un inicio quería hacer Santa Bárbara como se suelen hacer las películas de este tipo, por medio de fondos y subvenciones; sin embargo, se cruzó un momento complicado en el ámbito político en España, y las inversiones a la cultura se pusieron en pausa. Como yo llevaba casi tres años con el guion en las manos y la historia en mi mente, no vi como opción esperarme indefinidamente a conseguir un apoyo, por lo que decidí aventarme y empezar a hacerla con unos ahorros que tenía. A la fecha no sé si fue la mejor decisión, pero Santa Bárbara es lo que es.
Por su naturaleza, quise probar hacer una ficción con una estructura y un modelo de producción de un documental, con un crew muy pequeño. Empezamos filmando las secuencias en las que Bárbara aparecía sola, haciendo la limpieza en la tienda donde trabaja, caminando por las calles o en una cabina telefónica, realizando su llamada semanal a su mamá, y comencé a ver que narrativamente aquello funcionaba. Sin embargo, a la mitad del proyecto, me quedé sin dinero, tuve que pedir prestado y atravesar todas esas historias de penalidades económicas propias de la producción independiente (risas).
La filmación tuvo que parar un tiempo, pero aprovechamos esa pausa para seguir buscando al actor que iba a interpretar a Ulises, el hijo de Bárbara, porque pasaba el tiempo y no habíamos podido encontrar un actor con el perfil que necesitábamos, y también para repensar la producción de la película. Cuando resolvimos el tema del financiamiento y finalmente encontramos, de una manera muy fortuita, a Alberto Silva, quien interpreta a Ulises, hicimos una segunda etapa que duró tres semanas, y así pudimos terminar de filmar la película.
Si bien la esencia de la película, con esa particular relación madre–hijo, se conservó bajo las nuevas condiciones de producción, hubo varias cosas en el guion que se vieron alteradas, secuencias que se tuvieron que filmar de manera distinta o que simplemente ya no se hicieron; como la película bebe del documental, yo quería mostrar muchos aspectos respecto al entorno del personaje. Después pensé que por algo pasan las cosas y que tal vez no era tan malo que hubieran sucedido estos cambios en esta película.
—Ahora que mencionas lo difícil que resultó encontrar a tu coprotagonista, ¿cómo fuiste conformando el elenco?
—Después de pensar en Anabel Castañón como Bárbara tuve en mente a Mercedes Hernández para que interpretara a Santita, la entrenadora del equipo de fútbol, y fue muy padre que al momento de proponérselo ella quisiera incorporarse al elenco y apostar por un proyecto tan chiquito. Para casi todos los demás personajes hice casting en Barcelona. Inicialmente, mi idea era mezclar actrices profesionales con actrices no profesionales, era una idea que me fascinaba, y lo intenté, por ejemplo, el personaje de Maribel, la novia de Bárbara, originalmente lo iba a interpretar una de las chicas de la liga de fútbol, pero al final, aunque quería hacerlo, se volvió muy complicado para ella dejar de trabajar durante varios días y de hacer sus cosas, y no pudo participar. Paulatinamente, fui descartando mi idea inicial. A la postre, el personaje de Maribel lo terminó interpretando Ilona Muñoz Rizzo, a quien conocí en un casting, una actriz maravillosa que además hizo muy buena química con Anabel, algo que, creo, se nota en la pantalla.
El único que no es actor profesional es precisamente Alberto Silva. Yo tenía muy asumida la idea de que iba a resultar muy complicado encontrar en España un actor profesional de la edad y las características físicas del personaje, por lo que se volvió un trabajo intenso y una gran aventura dar con él. Además de hacer un pequeño papel, Pedro Hernández se sumó como uno de los productores de la película, entonces los dos estuvimos caminando y recorriendo los barrios barceloneses donde vive y se concentra la comunidad latina, entramos en todo tipo de locales y negocios, colgando carteles, preguntando a la gente si conocía a alguien con las características que necesitábamos; varias personas nos llegó a mostrar las fotos de su sobrino, del primo, del nieto, incluso, algunos eran chicos que acababan de llegar al país y que tenían una historia similar a la del personaje.
Ahí empezamos a conocer a Alberto y a hablar con él. Sin embargo, el muy cabrón no se presentó al casting que habíamos agendado y durante varios días estuvimos localizándolo, casi persiguiéndolo, hasta que finalmente pudimos concretar un casting en el que le explicamos la trama de la película.
Finalmente, encontramos a nuestro actor en la fila del antro donde filmamos las secuencias de fiesta y diversión nocturna. Resulta que el lugar es un antro de música latina, de reguetón, bachata y salsa. Como empezamos a ir de manera frecuente, los empleados de seguridad y los cadeneros, todos tipos muy simpáticos, nos fueron conociendo y nos contaron que un par de días a la semana en el antro se organizaban una suerte de tardeadas libres de alcohol, donde iban chicos entre los dieciséis y dieciocho años, y nos sugirieron que tal vez ahí podríamos encontrar a la persona que estábamos buscando. Así que decidimos probar y un día Pedro, Anabel y yo fuimos; estábamos afuera del lugar, viendo a los chicos que se encontraban formados esperando poder entrar, incluso los empleados de seguridad nos señalaban a algunos de esos chavos, porque ya conocían a la mayoría.
Y de pronto, entre la gente, vi a Anabel y con su sola mirada me estaba indicando que había hecho un hallazgo. Era Alberto. En un momento Pedro, Anabel, un cadenero y yo, nos fuimos encima de él y sin muchos preámbulos le dije: “Oye, ¿te gustaría hacer una película?” Ahí empezamos a conocer a Alberto y a hablar con él. Sin embargo, el muy cabrón no se presentó al casting que habíamos agendado y durante varios días estuvimos localizándolo, casi persiguiéndolo, hasta que finalmente pudimos concretar un casting en el que le explicamos la trama de la película. En ese momento, como que no acababa de creérsela. Él estaba en un año sabático, había terminado la preparatoria y no sabía si quería seguir estudiando o no. Estaba un poco perdido. Y creo que se agarró de la película para poder tener una experiencia distinta a su cotidianidad. Cabe mencionar que él es hijo de ecuatorianos y en el proceso de hacer la película me llegó a explicar que la historia de Santa Bárbara era una cuestión que familiares cercanos habían vivido. Entonces su presencia se convirtió en algo increíble.
—Dentro de la película, una canción inédita, que se inscribe precisamente en ritmos de ascendencia latina, se convierte en el leitmotiv que va acompañando los pasos de Bárbara. ¿Cuál es el origen de esa composición?
—Esa canción surgió de una colaboración con Alma Chávez, una artista mexicana con quien ya había trabajado en mis proyectos anteriores. Como suele suceder en producciones de este tipo, todo va tomando forma por medio de favores. Entonces, cuando íbamos a filmar la secuencia del karaoke, un espacio importante en la vida social de estas mujeres, reparamos en que no teníamos una canción representativa que pudiéramos utilizar y que estuviera libre de derechos de autor. La secuencia estuvo a punto de venirse abajo. Sin embargo, en ese momento, a Pedro se le ocurrió hablarle de emergencia a Alma y a Hernán Romo, quien es la persona con la que ella trabaja, para ver si nos podían ayudar.

Nos acercamos a ellos, les contamos de qué trataba la película y lo que necesitábamos: una balada o un bolero, algo romántico, algo que se pudiera escuchar fácilmente en el barrio latino de Barcelona. Y justo un día antes de que filmáramos esa secuencia Alma nos mandó la canción, la cual se llama “Delirio”, y no pudo ser más perfecta. Yo no le había pedido que la canción tuviera que ver necesariamente con la trama de la película, eso fue una aportación de ella. Cuando la escuchamos a todos se nos salió la lagrimita y creo que algunas de las mejores secuencias de la película se consiguieron en el karaoke.
En la etapa de postproducción me di cuenta de que en realidad la película no necesitaba demasiada música original, pero en un momento se me ocurrió que la misma canción podía tener una versión en cumbia para un montaje que me interesaba hacer, así que Alma y Hernán nuevamente entraron al rescate. Asimismo, una versión de la canción sin vocales se convirtió en el leitmotiv que acompañaría a los dos personajes principales para poder mostrar así una historia con fricciones y desencuentros, pero en la que también hay mucho amor. ®