Sarita

Tomó el maniquí y se lo colocó con cuidado, estaba hecho a la medida, así que cada parte embonó a la perfección. Le puso un poco de rubor en las mejillas, sombra bronce en los ojos y un poco de brillo labial.

Fotograma de la película Prompthunt.

Sarita planchaba, la tela se extendía sobre la tabla, acomodaba ordenadamente cada uno de los pastelones del vestido y pasaba la plancha por encima, respirando el delicado vapor olor a flores del campo que emanaba al contacto de la plancha con la tela rojo brillante. Eran delicados sus movimientos, casi tan meticulosos como los de un cirujano que extirpa un corazón, y que debe, cuidadosamente, colocar uno nuevo. Ella observaba la tela, la acariciaba con la yema de los dedos sintiendo su suavidad, imaginando la sangre que acaba de salir de un cuerpo y que conserva aún la calidez de la vida.

Tomó el vestido tibio y caminó hacia el espejo de la sala de la casa, lo sostuvo a la altura de sus hombros y sonrió mientras daba pequeños giros frente al espejo.

—Eres una muñequita —dijo en voz baja y sonrió.

—Pero una muñeca vieja —dijo una voz detrás de ella.

Soltó el vestido y la sonrisa se desdibujó del rostro, siguió viéndose fijamente al espejo y observó las arrugas que había alrededor de sus ojos, las ojeras pronunciadas y las mejillas un poco caídas, acarició su pelo blancuzco. Los brazos, el cuello y el rostro entero parecieron envejecer de pronto, cien años, todo el tiempo del mundo pareció caer sobre su cuerpo.

—Muñeca pelona —dijo la voz a su espalda y soltó una breve risilla burlona.

A Sarita se le erizó la piel, vio de reojo la mirada en el reflejo del espejo, recogió el vestido y regresó a la habitación.

La caída le había hecho un par de arrugas al vestido, así que tendría que empezar de nuevo, el agua de la plancha se había terminado, tomó el frasco y salió dando saltitos a la cocina tratando de no voltear a la sala y encontrar otra vez la mirada. Sólo la risita burlona se escuchó nuevamente.

El vestido quedó hermoso, igual que los otros que había confeccionado, los pastelones habían quedado perfectamente alineados.

Tomó el maniquí y se lo colocó con cuidado, estaba hecho a la medida, así que cada parte embonó a la perfección. Le puso un poco de rubor en las mejillas, sombra bronce en los ojos y un poco de brillo labial. Sarita acariciaba con delicadeza el pelo largo color azabache, lo cepillaba un poco con el cepillo, un poco con los dedos, observaba el rostro de la mujer, pasivo, hermoso.

—Eres una muñeca —le dijo acariciándola.

Con mucho cuidado la sacó de la casa, la subió al coche y se dirigió al centro de la ciudad. Las luces de los vehículos le lastimaban los ojos, pero ella conducía con cuidado. Más de un vehículo pasó a su lado con rapidez, sonando el claxon o gritando alguna obscenidad al momento en que las ventanillas se cruzaban. Pero ella seguía imperturbable, de vez en vez veía de reojo el rostro del maniquí sentado a su lado, inmóvil.

—Vamos a ir al teatro —le dijo—, hace años he querido ver la obra que presentarán. Ya me contarás.

Se estacionó frente a la entrada trasera y la bajó con cuidado, la sentó junto a la entrada, se aseguró de que el vestido quedara impecable, le acomodó el pelo y se aseguró de que las piernas le quedaran muy juntas.

—Disfruta la función, Sarita —le dijo al oído antes de retirarse.

Sarita regresó a casa, durante el trayecto lucía una sonrisa en el rostro.

Al llegar a una calle vio a una chica que esperaba el transporte público. Sarita detuvo el coche y se acercó, la saludó con amabilidad.

—Gustas que te lleve a casa —le preguntó—. Es peligroso que estés sola a esa hora en la calle —le dijo con una sonrisa amable.

La chica iba a responder cuando de pronto sintió que algo le oprimía el rostro y la nariz se le impregnaba de un olor que le fue adormeciendo las manos, las piernas, el cuerpo.

Cuando Sarita llegó a casa llevaba a la mujer casi arrastrando, lo hacía con cuidado, no quería lastimarla.

—Loca —gritó la voz de la sala.

Sarita pasó de largo.

Tomó las medidas al cuerpo tendido de la mujer y empezó a confeccionar un vestido rojo brillante. ®

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