La vida no es sino una sombra fugaz, un triste payaso que se agita y pavonea sobre el escenario para luego desaparecer, es un cuento de puro ruido y furia contado por un loco, que no significa nada.
Apenas ayer yo era objeto de hiperbólicas aclamaciones. Prodigado de mercedes por el Rey, las matronas arrojaban sus guantes a mi paso; las señoras y las doncellas, mascadas y pañuelos, y los nobles se inclinaban ante mí. ¡Ja!
En mi meteórica carrera seguí fiel los consejos de Polonio: No des boca a tus pensamientos; sé sencillo pero no vulgar; cuídate de involucrarte en disputas, pero una vez en ella asegúrate de que tu contrario se cuide de ti; presta oído a todos pero voz a pocos; escucha todas sus críticas pero reserva tu propia opinión y, sobre todo, sé sincero contigo mismo, y no podrás ser falso con los demás.
Así, apegado siempre a la ocasión, ascendí hasta la cima, creyéndome feliz y pleno, sin serlo en demasía…
Y ahora, al borde de este precipicio, mi memoria mengua en la amargura. Apenas recuerdo las murmuraciones que en mis oídos zumbaban como moscas, sospechas injustificadas, destierro de amigos, deserción de tropas, disolución de nupcias y no sé cuántas cosas más.
Luego aprendí esto: que somos para los dioses como las moscas para los niños traviesos, que nos matan por placer.
Dudar lo cierto, admitir lo dudoso. ¡Hazte pedazos, corazón, que mi lengua debe reprimirse!… Mas no permitas que enloquezca.
—¡Capitán!
—Diga usted, Señor…
—¿Cuáles son las novedades?
—Que el sucesor es usted, Señor, que no hay lugar a confusiones.
¿Ya ven? Que el sucesor soy yo. ¿Sabían eso? ¡Ánimo, señores, ánimo!
Ahora, déjenme solo…
Es el terror cobarde de su espíritu que no se atreve a actuar; no quiere resentir agravios que lo comprometan a dar una respuesta. Ya hemos visto lo mejor de nuestro tiempo: maquinaciones, falsía y otros desórdenes desastrosos que nos siguen con avidez hasta la tumba.
Y así fue como, rodeado de traiciones, ellos habían empezado el drama antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. Vinieron luego las malévolas insinuaciones, que los astros no me favorecían, untuosidades que sólo lograron echar más leña al fuego, hielo al humor glacial.
¡Los que tengan la lengua almibarada váyanse a lamer la estúpida grandeza y doblen las rodillas donde la lisonja encuentre galardón! Yo estoy atado a una rueda de fuego y mis lágrimas me escaldan como plomo derretido.
Con todo, más vale así, saberse despreciado que objeto de halago y desprecio a la vez… caer en lo peor… Si el cambio más lamentable es el que nos hace descender desde la cima, risueño se nos tornará lo peor entonces. El trato más ruin y abatido de la Fortuna aún conserva la esperanza y está libre de temor.
Y así fue como, rodeado de traiciones, ellos habían empezado el drama antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. Vinieron luego las malévolas insinuaciones, que los astros no me favorecían, untuosidades que sólo lograron echar más leña al fuego, hielo al humor glacial.
Pero no, no se atreverán, no podrán, no querrán hacerlo; cometerle a la dignidad ultraje tan violento sería peor que asesinar.
Pudiera yo estar encerrado en una cáscara de nuez y creerme soberano de un Estado inmenso, pero estos sueños terribles acrecen mi infelicidad. ¿Qué es más digno para el espíritu, sufrir los disparos, las flechas y las injurias de la fortuna o rebelarse contra ese mar de adversidades y así terminar con ellas?
¡Qué! ¿Nada merece un hombre en quien se ha cometido la más ruin anulación para despojarle del cetro y de la vida? ¿He de permanecer así, miserable, sin vigor y estúpido, adormecido, mudo, mirando con tal indiferencia mis agravios? ¿Soy cobarde yo? ¿Quién se atrevería a tanto? ¿Sería yo capaz de sufrirlo?
No es posible que sea yo como la paloma, que carece de hiel, incapaz de acciones crueles. De no ser esto, los milanos del aire ya se hubieran cebado en los despojos de aquel indigno, deshonesto, pérfido, seductor, feroz malvado, que vive sin remordimiento de su culpa. Pero no… seré ejemplo de paciencia, no diré más…
Morir, dormir, tal vez soñar. ¿Qué sueños podrían ocurrir en el silencio del sepulcro? Esta poderosa consideración es la que hace nuestra infelicidad tan larga Y así, la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia.
¿Pues quién soportaría la violencia de los soberbios y el desprecio de los soberanos cuando quien los sufre pudiera procurar su quietud con sólo echar mano del cuchillo?
¡Oh, malvado, malvado! ¡Halagüeño y execrable malvado! ¡Y tú, Fortuna, puta cínica! ¿Por qué no abres tus puertas a los desgraciados? Oh, dulce cielo… loco no, consérvame sereno…
¿Será generoso proceder el mío, que yo, de natural talante afable, desahogue con palabras el corazón, prorrumpa en execraciones vanas como una vil prostituta o un vulgar pillo de cocina? ¡Ni pensarlo! No, mientras esta máquina exista.
El abuso de la grandeza ocurre cuando en ella se divorcia la clemencia del poder. Ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo, sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque la causa sea pequeña, cuando es el honor lo que está en juego.
¿No será culpa mía tolerar que este monstruo exista para cometer, como hasta aquí, maldades tan atroces? ¡Ratero del imperio y el mando, doble, falso, malvado! ¡Ay de ti que te has arrepentido tarde! Tiembla, tú, miserable, que ocultas crímenes ignorados que la justicia no alcanzó a castigar. Escóndete ya, mano aviesa, tú, perjuro, simulador de virtudes. Si me pisoteas el alma ahora que estoy vivo, una vez enterrado ¿por qué no habrás de hollarme la cabeza?
Estremécete tú, infeliz, hasta hacerte pedazos, que yo soy hombre contra quien se ha pecado más de lo que él pecó, y las malas acciones, aunque toda la tierra las oculte, se descubren al fin a la vista de los hombres.
Estoy fatigado, sí, tengo exhausta la memoria. ¿No tengo razón acaso en verme pálido y sin vida? Quienes quieren salvarse huyen de mi lado porque el tiempo pone sobre mí un estigma.
Las gentes oyen ya tocar a muerto sin preguntar por quién, y los valientes expiran antes de que las flores se marchiten en sus gorras.
¡Que me rodeen hombres gruesos de cabellos alisados y que de noche duerman bien! Ese tiene aspecto enclenque, muerto de hambre, cavila demasiado: son peligrosos esos hombres, ¡Alguacil, bellaco, detén tu mano sangrienta! Yo en la gran mano del Señor me pongo para luchar contra el designio oscuro de una horrible traición.
Apágate ya, luz postrera. La vida no es sino una sombra fugaz, un triste payaso que se agita y pavonea sobre el escenario para luego desaparecer, es un cuento de puro ruido y furia contado por un loco, que no significa nada. ®
Nota: para la edición de este centón utilicé fragmentos de las siguientes obras de William Shakespeare: Hamlet, Macbeth, Coriolano, Julio César, El Rey Lear y Ricardo II. Salvo Hamlet y Macbeth (que consulté en las ediciones de Porrúa y Penguin Books) el resto pertenece a las ediciones eruditas de la colección Nuestros Clásicos de la UNAM, traducciones de María Enriqueta González Padilla. Las mínimas profanaciones obedecen a razones editoriales. Los errores son de mi responsabilidad (RCM).
Publicado originalmente en el diario El Universal, de la Ciudad de México, el 23 de marzo de 1999, en conmemoración de los cinco años del asesinato de Luis Donaldo Colosio.