Sobre la brevedad en los libros

Reflexiones sobre el libro y la lectura

¿Cuántas páginas debe tener un libro? ¿Son necesarias más de treinta? ¿Por qué hay volúmenes tan voluminosos? Juan Rulfo, el mejor narrador mexicano, escribió sólo dos libros muy breves: un conjunto de cuentos y una novela que es un conjunto de fragmentos oníricos.

Encuentro entre Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, Ciudad de México, 1973. Fotografía de Rogelio Cuéllar.
Yo no tengo obra, sólo soy autor de un conjunto de textos dispersos.
—Jorge Luis Borges

Soy lector desde muy joven, pero no rindo culto al libro. La mayoría de los que he leído me parecen sobrescritos, en especial las novelas y los tratados académicos. Quizá porque mi mente tiende a sintetizar, estimo que casi todos los libros podrían ser escritos en una tercera parte o menos de las páginas que contienen. En cuanto a las descripciones literarias minuciosas, entiendo la importancia del detalle, pero me basta leer un solo detalle significativo para captar la idea que el autor desea transmitir.

Prefiero los textos breves sustanciosos y contundentes que no me lleven más de veinte minutos de lectura concentrada, aunque estén reunidos en libros. En apoyo a esta preferencia están las neurociencias, que sostienen que el límite de tiempo de concentración de la mente humana es justamente veinte minutos, después de lo cual la mente empieza a divagar. Hay que tomar un receso de cinco a diez minutos para reanudar la concentración —si la lectura te deja picado, lo que no siempre es el caso—. Uno percibe cuando le están dorando la píldora literaria.

Permanece la cuestión: ¿Por qué los libros son voluminosos? Creo que influye el hecho de que el primer libro impreso fue la Biblia, lo cual fijó un estándar. Pero la Biblia no es un libro sino un conjunto de textos breves reunidos por la tradición. Influye también la novela por excelencia, el Quijote, pero resulta que ésta tampoco es un libro, sino un conjunto de cuentos que pueden ser leídos en forma independiente.

Más influyentes me parecen los estándares técnicos e industriales: los libros deben tener cierto volumen para ser encuadernados, con ancho de lomo suficiente para imprimir en ellos el título de la obra y el nombre del autor, de modo que puedan ser identificados cuando yacen verticales en libreros. La Teoría de la relatividad de Einstein, que tiene quince páginas, se perdería asfixiada entre grandes volúmenes.

No digamos los autores académicos, que atiborran sus ensayos con centenares de citas con tal de ser aceptados por los comités de evaluación. Y hay de aquel que no escriba libros. Hay una tensión entre lo que el autor tiene qué decir —en treinta páginas como máximo— y el fetiche de escribir libros.

Condiciones como éstas han condenado a los autores al martirio de atiborrar páginas con tal de completar volúmenes que sean aceptados por los editores, sabiendo que bastan unas cuantas páginas para decir lo que tienen en mente. No digamos los autores académicos, que atiborran sus ensayos con centenares de citas con tal de ser aceptados por los comités de evaluación. Y hay de aquel que no escriba libros. Hay una tensión entre lo que el autor tiene qué decir —en treinta páginas como máximo— y el fetiche de escribir libros.

Los autores literarios, por su parte, son presionados por el imperativo de formar una obra para ser considerados escritores. Así se ven forzados a practicar el arte de obrar.

Octavio Paz, cuya formidable obra es un conjunto de textos breves, enfrentado al fenómeno Borges dijo que éste había erigido una obra “sobre la idea vertiginosa de la ausencia de obra”. Vaya paradoja. Juan Rulfo, el mejor narrador mexicano, escribió sólo dos libros muy breves: un conjunto de cuentos y una novela que en realidad es un conjunto de fragmentos oníricos sin relación de continuidad entre ellos.

No puedo terminar esta nota sin mencionar a Gabriel Zaid, el mejor escritor mexicano vivo, cuyos libros son recopilaciones de artículos y ensayos muy breves que nos dejan clavada la espina de la reflexión por su originalidad y gran estilo. Qué decir de Nietzsche, el filósofo más influyente de la era moderna, aforístico y poético de la mayor intensidad y provocación.

En suma, lo que un escritor puede decir puede ser escrito en unas cuantas palabras. Por desgracia, la tradición y la industria lo obligan a llenar volúmenes. Dicho lo anterior, la poesía sigue siendo el género supremo. ®

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Publicado en: Ensayo

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