Sobre la utilidad de la religión

A partir de John Stuart Mill

Mill razonará la existencia de un dios que difícilmente puede haber creado el mundo con el único propósito de hacer felices a sus criaturas paralelamente a miles de generaciones de hombres sabiendo que éstos serán echados al infierno.

“El actual análisis sobre la religión versa sobre la veracidad de ésta, pero también es de interés saber en qué puntos la moral religiosa es útil para el individuo y para la sociedad en general”. Que esta dicotomía no engañe al lector: las primeras líneas de Stuart Mill tratarán sobre la utilidad de la verdad para saber quiénes somos y dónde vivimos, dejando así bien claro que la veracidad de la religión es un elemento que superaría cualquier otra “utilidad”.

Tres son los ensayos de Mill sobre la religión1 y en ellos mantiene la existencia de un dios supremo pero en una forma distinta a la del credo cristiano. Dice que no se puede demostrar —de forma científica— la existencia de una causa primera pero que la prueba por designio (observar el orden de la Naturaleza) nos acerca a una Inteligencia de forma parecida a la humana pero prácticamente ilimitada. El ejemplo que usa es el del ojo humano, en el que encontramos componentes diversos destinados a una misma función y que, por ello, debieron necesitar de una Causa Común.

No obstante la existencia de un Ser en muchos modos superior al hombre, Mill expondrá la limitación de esa deidad: la necesidad de adaptar los medios a un fin y los males y las imperfecciones del mundo. El autor saltará el escollo de un dios limitado con un planteamiento dualista en el que existe una fuerza contraria —no creada— que marca un paralelismo con el sistema humano de vida y descomposición. A este dios que permite el mal lo que le sucede es que carece de la habilidad de controlar el universo de manera total y perfecta (su poder sí es limitado). Mill razonará así la existencia de un dios que difícilmente puede haber creado el mundo con el único propósito de hacer felices a sus criaturas paralelamente a miles de generaciones de hombres sabiendo que éstos serán echados al infierno (esa creencia será calificada como una idealización de la maldad).

Pero hay una forma de contradicción moral, inseparable a toda forma de Cristianismo, que ninguna solución ingeniosa puede resolver, ni ninguna sofistería puede eliminar. Ésta es que un regalo tan precioso, concedido a unos pocos, le haya sido negado a la mayoría; que a millones y millones de seres humanos se les haya permitido vivir, morir, pecar y sufrir sin esa única cosa necesaria: el remedio divino para que el pecado y el sufrimiento, que tan poco le hubiera costado a Dios dar a todos, en vez de otorgarlo por gracia especial a una minoría favorecida [pp. 101-107].

Aun analizando el fenómeno religioso en sí, John Stuart Mill argumenta que nada hay en contra del argumento de la inmortalidad del alma pero observa que en la Naturaleza todo perece y que tampoco hay pruebas de que con el alma no vaya a ser lo mismo. La capacidad de dignificación y esperanza que ésta aporta al hombre es innegable2 pero, ya más adelante, en la propuesta de una Religión de la Humanidad, defenderá el principio budista de la aniquilación del alma como el propio de aquellos que ya hayan vivido una vida plena.3

No obstante la existencia de un Ser en muchos modos superior al hombre, Mill expondrá la limitación de esa deidad: la necesidad de adaptar los medios a un fin y los males y las imperfecciones del mundo.

Ahora sí, en tono más crítico, y como consecuencia de la afirmación de un deísmo dualista, critica la religión cristina —pese a la admiración que afirma profesar a la figura de Cristo— como forma de adoración al poder.4,5 Como premisa anterior a su análisis pretende hacer resaltar la leve diferencia entre la religión en sí y las sanciones de la opinión pública.6 Su ejemplo será la moral laxa respecto de temas que aunque conlleven la lectura de pecado están bien vistos y permitidos socialmente —los duelos. Constituye aquí el quid del ensayo y éste es el poder de la religión en cuanto extensión y compendio de la opinión pública, remarcando que toda virtud ha sido educada en cuanto principio religioso y alzando la propuesta de una educación moral que cumpliría las necesidades de la religión pero sin los defectos de ésta.

Esta nueva Religión de la Humanidad pretende, mediante la educación,

una moralidad fundamentada en amplias y prudentes opiniones sobre el bien común, sin sacrificar totalmente los derechos del individuo a favor de la comunidad, ni los de la comunidad a favor del individuo; una moralidad que reconozca, de una parte, los compromisos del deber, y, de otra, los de la libertad y la espontaneidad [pp. 35–36].

Además, afectaría las naturalezas “menos nobles haciendo que esos sentimientos fuesen cultivados en la medida de su capacidad, ayudándose con la fuerza del temor a la deshonra” [p. 36]. Pretende también liberarse del egoísmo (“tientan al hombre a mirar el cumplimiento de sus deberes para con los demás como medio principal de alcanzar su propia salvación eterna […] ya que presentan a la imaginación egoísta un bien y un mal de magnitudes tan tremendas, que es difícil para quien crea en su realidad el poder entregarse generosamente a otros ideales” [pp. 100, 101]7) 10, y del infructuoso sistema de castigo que sitúa éste muy lejano;8 para así alcanzar la satisfacción personal mediante el reconocimiento social (“porque el sólo pensamiento de que nuestros padres y amigos muertos hubiesen aprobado nuestra conducta no es una motivación menor que la de saber que quienes todavía viven también la aprueban” [p. 98]).

John Stuart Mill amparará su propósito en una visión de la historia como progreso,9 confiando así en la capacidad humana de mejorar hasta alcanzar un estado ideal,10 y salvará su proyecto de una definición en el marco de una “ética” de vida cuando resolverá la religión como “una fuerte y determinada orientación de las emociones hacia un objeto ideal, reconocido como algo excelente en grado sumo y como algo que tiene absoluta supremacía sobre todos los objetos egoístas del deseo” [p. 99].

¿Y la vida futura? Ya hemos mencionado anteriormente la visión oriental del autor y es que desarrolla que conforme mejore la calidad de vida del ser humano éste se preocupará menos por la promesa de una vida futura, puesto que son “los que nunca han sido felices quienes tienen este deseo”.11 Es en ese estado de felicidad social donde el hombre “pensaría que ya ha vivido lo suficiente y se dispondrían gustosos a entregarse al eterno descanso [p. 114]”.12 La teología de Mill se enmarca así en una línea oriental (dualismo y extinción del alma) defendiendo la aniquilación del alma frente a “una existencia consciente que dudosamente quiera conservar para siempre” [p. 117].

Lamentablemente la obra de Stuart Mill se deja llevar impregnada por el optimismo ilustrado y tal vez merezca una revisión por la omisión de las ventajas de ciertos elementos religiosos. En primer lugar el autor omite en las conclusiones una pequeña joya suya que merece ser mencionada:

La religión y la poesía están vinculadas, al menos en uno de sus aspectos, a la misma parte de la constitución humana. Ambas satisfacen la misma necesidad: la de procurar conceptos más grandiosos y más bellos que los que vemos realizarse en la vida prosaica de los hombres [p. 91].

Otro elemento religioso que omite el autor es la desnudez del hombre ante la falta de “grandes relatos” o “metarrelatos” (condición de la posmodernidad según Lyotard), dejándole en un camino de ida y vuelta entre el relativismo y el nihilismo. Esa falta provocará la aparición de “falsas conciencias”, como las ONG,13 que ofrecen “la oportunidad de colaborar en algo grande”, y es que al ver que no podemos salvar a todo el mundo nos suscribimos a las llamadas “microideologías”.

John Stuart Mill amparará su propósito en una visión de la historia como progreso, confiando así en la capacidad humana de mejorar hasta alcanzar un estado ideal, y salvará su proyecto de una definición en el marco de una “ética” de vida cuando resolverá la religión como “una fuerte y determinada orientación de las emociones hacia un objeto ideal…

Y no sólo aparecerán las “falsas conciencias”, sino que se permite que surjan teorías conspirativas y del fin del mundo para suplir la tendencia teleológica humana. También parece que el autor se olvida de que el proceso nacionalista es fruto de la revolución industrial y la desaparición de la religión; cuando el hombre necesita un elemento que le una a sus compañeros y lo encuentra en las raíces culturales puesto que la antigua fraternidad necesita de un padre común que ahora no se sabe si existe.

La anteriormente citada tendencia teleológica —necesidad de fe en algo— ha aumentado las llamas de la superstición —son crecientes en la parrilla los programas de tarot, astrología y chamanes— y la deificación de la ciencia —en la Universidad de Harvard ya se han organizado campañas de firmas contra la superchería científica.

La ausencia de justicia y dignidad divinas provocará que, dentro del marco teórico humano, éste trate de saciar su sed de justicia con profundas lagunas: los errores y la incapacidad utópica del comunismo son una muestra junto al proceso de dignificación animal ya que el hombre, al ser incapaz de justificar su dignidad como “criatura divina”, debe otorgar esa dignidad a todo ser viviente, con resultados surrealistas como el movimiento “biocentrista” deep ecology.14

También era una función religiosa la sacralización del cuerpo15 y la normativización de la vida matrimonial y religiosa. La religión permite crear un discurso sobre el cuerpo16 —regular el descanso e incluso marcar el régimen alimenticio— y un control sobre la natalidad. Estupendo como ejemplo el punto 2335 del Catecismo de la Iglesia Católica que define que “la unión del hombre y la mujer en el matrimonio es un modo de imitar, en la carne, la generosidad y fecundidad del Creador”, y el 2350, que afirma que “el placer sexual es moralmente desordenado cuando se busca a sí mismo, aislado de las finalidades de procreación y unión”. Ya se ha demostrado que la pornografía hace que perdamos interés por nuestra pareja habitual y que aumente nuestra violencia sexual, buscando cada vez estímulos más fuertes y potentes.17 En la línea matrimonial la indivisibilidad de éste aportará estabilidad social y el carácter cerrado del matrimonio en otras religiones —algunos turcos deben matar a su hermana si ésta se casa con un hombre de otra religión—, aportará seguridad y control sobre todos los “miembros del clan”.

Así pues, parece que John Stuart no profundiza lo suficiente en su análisis religioso en el que descarta con demasiada rapidez la relación entre las costumbres virtuosas, la religión y la opinión pública y que a su vez merece la mención de muchísimos más elementos: la figura de la diosa o virgen como consuelo para “volver a la madre”, la necesidad del entierro ya defendida por los pedagogos como forma psicológica de dar un necesario último adiós, una sed de inmortalidad que a veces no puede ser saciada con palabras,18 la revisión histórica del carácter religioso de muchas de las mayores expansiones bélicas… Stuart olvida que no todos comparten su filantropía, olvida que “si dios no existiera, todo estaría permitido”, que “no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir y que si Dios no existiera, sería necesario inventarlo” [Dostoievsky, Sartre y Voltaire].

Este texto no pretende pues ser ni una apología ni un ataque a la religión. El carácter utilitarista de la revisión puede parecer una revisión más actual del fenómeno bajo el criterio de control social pero sólo pretende resaltar los claroscuros de un proceso sin pena ni gloria en el que el positivismo y el emotivismo moral aparecen como soluciones perecederas.

El análisis de los defectos de la religión queda en manos del actual examen popular y aún merecen otras páginas la “idealización delmal” (cómo un dios teóricamente tan bueno como para entregar a su propio hijo y encerrarlo en una forma de pan puede soportar la visión de nuestra patética condición). Si el hombre pretende pues desligarse del hecho religioso deberá procurar no caer en trampas aún más grandes y es que, si como decía el recientemente fallecido Christopher Hitchens,19 “cualquier religión se ofrece como una solución idiota que promete arreglarlo todo”, parece ser que el hombre ha cumplido así con la predicción de Fernando Pessoa: “Pasar de los fantasmas de la fe para los espectros de la razón no es más que un cambio de celda”.20 ®

Notas
1 La utilidad de la religión, La Naturaleza y El teísmo.

2 “Esa esperanza, aunque carezca de un adecuado respaldo científico-racional, trae consigo efectos beneficiosos que no pueden desestimarse: estimula nuestra generosidad y delicadeza para con los otros; alivia la sensación de absurdo que nos produce observar la decadencia y finitud naturales que afectan a todas las cosas; nos da mayor fuerza y otorga “mayor solemnidad” a todos los sentimientos que nuestros prójimos y la humanidad en general suscitan en nosotros” [p. 31].

3 Eso no le impedirá lamentarse de la consecuente incapacidad de reencontrarse con los seres queridos.

4 “Quien probablemente saldrá de este embrollo con menos daño moral será el que jamás intente reconciliar las dos normas”, se refiere a las del Dios Creador en contraposición al Dios de la Revelación, “y admita que los propósitos de la Providencia son misteriosos, que sus designios no son los mismos que los nuestros, y que su justicia y bondad no coinciden con la justicia y bondad que nosotros podemos concebir y con cuya práctica nos beneficiamos” [p. 104].

5 Pese a los argumentos anteriormente mencionados jamás otorgará a la religión la carga de las guerras por no ser ello un elemento diferencial de éstas sino más bien un elemento propio de formas particulares.

6 “Pero sin las sanciones añadidas por el peso de la opinión pública, las meras sanciones impuestas por la religión misma jamás habrían ejercido —salvo en individuos de un carácter excepcional, o en muy particulares estados de ánimo— una influencia muy poderosa, una vez pasados los tiempos en que se suponía que, de modo habitual, tenían lugar castigos y recompensas temporales por obra divina” [p. 69-70].

7 El hábito de esperar recompensas en la otra vida por lo que ha sido nuestra conducta en ésta, hace que hasta la virtud misma no sea ya un ejercicio de nuestros sentimientos generosos [p. 102].

8 Arguye que los sistemas primitivos de castigo divino en vida era mucho más fructuosos pero al no verse realizados la pena debió situarse en el inconsciente colectivo después de la muerte, debilitando su peso por lo lejana que le parece la muerte al hombre.

9 Eso sí, sin tener en cuenta la relación entre la aparición del cristianismo y la transformación de una visión circular del tiempo a una visión lineal.

10 Y en una capacidad de superar las barreras del proceso de identificación —nacionalismos— hacia un sentimiento de integración entera del género humano.

11 “Quienes han poseído la felicidad pueden soportar la idea de dejar de existir; pero tiene que ser duro morir para quien jamás ha vivido” [p. 112].

12 “Y que no es antinatural pensar que una parte de la vida feliz sea el hecho de que ésta haya que terminarse cuando lo mejor que ella puede dar haya sido disfrutado plenamente durante un largo lapso de tiempo, y cuando todos sus placeres, incluidos los de la benevolencia, se hayan experimentado y no quede ya nada que estimule nuestra curiosidad y mantenga vivo el deseo de prolongar la existencia” [p. 116].

13 Los mitos actuales al descubierto, Javier Barraycoa.

14 Dentro del marco teórico de una dignidad que no es monopolio del ser humano y amparado por la sed de justicia, lo lógico es que si los humanos molestan al resto de ser vivos merezcan ser castigados pues nada les otorga más categoría. La sed de justicia e igualdad llega así en su último término en la propuesta de la extinción humana para que el resto de seres puedan vivir en paz.

15 Es por eso que en la cultura occidental elementos como el piercing tomen la forma de ruptura, por ser un elemento que “penetra” en la sacralidad del cuerpo.

16 Hablamos de una fuente de biopoder.

17 Un dato revelador serían los más de cien mil registros .xxx —para designar en internet las webs de contenido pornográfico y sexual— durante el año 2011 y la proliferación de películas snuff.

18 Una constante preocupación de mi destino de ultratumba, del más allá de la muerte, una obsesión de la nada mía, Unamuno, Diario Íntimo.

19 Autor de Dios no es bueno y Dios no existe.

20 El análisis y la numeración se basan en la edición de Alianza Editorial (H44929) que cuenta con un magnífico y esclarecedor prólogo clave para este texto de la pluma de Carlos Mellizo.

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Publicado en: Enero 2012, Política y sociedad

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