Sobre leer

Pensar con alguien más

Leer no es una herramienta en contra del olvido, dice la autora, sino una manera de pensar sobre la experiencia. Por eso leer es personal y al mismo tiempo colectivo; pensar es algo solitario, pero pensar con alguien no.

Alejandra Pizarnik.

A nadie le importa el libro que estás leyendo o todos los libros que has leído. Eso lo aprendí cuando leía libros de fantasía en secundaria y no encontraba la forma de meterlos en la conversación. Quien ha leído unos cuantos libros sabe que leer es una experiencia, a lo sumo, personal. En primer lugar, porque se tiene que hacer en silencio.

Podrían decir que todo tipo de arte es una experiencia personal, y tienen razón. Pero la gente se reúne en un museo para ver una obra de arte, en un concierto para escuchar una canción, en un cine para ver una película. Cuando pienso en alguien que lee lo veo solo, en su propio mundo, aunque se encuentre en medio de algo, entre conocidos o en el transporte público.

Es distinto, porque leer un libro requiere imaginación. Es un ejercicio que demanda práctica, en el que los caracteres se vuelven imágenes, un ejercicio que se usa en menor medida en otras formas de arte.

Con esto no quiero contribuir al mito de que leer es para gente inteligente o implica más orgullo que consumir cualquier otro tipo de arte. Leer es igual de importante o insignificante que escuchar música o visitar un museo. Pero, repito, hay algo personal en leer.

Muchas veces he pensado que estoy destinada a recordar una y otra vez lo que ya pensaba cuando tenía quince años y olvido constantemente. Ideas tan abstractas y absolutas que son conclusiones de procesos de pensamiento aún más complejos. Ideas como “nada tiene sentido” o “no hay que tomarse la vida tan en serio” se me han aparecido muchas veces ya.

No se trata simplemente de saber historias, aunque es importante saberlas. Un escritor una vez dijo que la diferencia entre la gente que no lee y la que lee es que la gente que no lee piensa que todo lo que le pasa es muy importante. He leído muchos libros en mi vida y no recuerdo casi ninguna de las tramas. Hace poco compré La insolación, de Carmen Laforet. Mientras pasaba las páginas un sentimiento de familiaridad me empezó a molestar. No fue hasta la página 40, cuando leí cierta frase, que me di cuenta de que ese libro ya lo había leído tres años antes. Lo renté en la biblioteca de la universidad, lo devolví y lo olvidé.

Subrayar es una forma de intentar que una frase se quede más tiempo en tu sistema. Una herramienta ante el olvido que funciona poco. Es algo bueno no tener buena memoria, mezclar las ideas, dar espacio a las nuevas. Muchas veces he pensado que estoy destinada a recordar una y otra vez lo que ya pensaba cuando tenía quince años y olvido constantemente. Ideas tan abstractas y absolutas que son conclusiones de procesos de pensamiento aún más complejos. Ideas como “nada tiene sentido” o “no hay que tomarse la vida tan en serio” se me han aparecido muchas veces ya.

El punto de leer no es necesariamente saber historias. En mi humilde opinión, el punto de leer es aprender a pensar. Tengo una relación extraña con mis pensamientos; desde que tengo memoria hay tres o cuatro muy recurrentes que, intuyo, son heredados. Por ejemplo, muy joven pensé que la gente en general era mala. Es una idea que en diferentes puntos de mi vida me ha atormentado y no me la he podido sacudir. La forma en la que pensamos está ligada a nuestros traumas. Si tenemos los mismos tres o cinco pensamientos por el resto de nuestras vidas, todo lo que nos pasa, lo que vemos, lo que sentimos nos confirmará de alguna forma u otra la veracidad de nuestra manera de pensar.

Es fácil actuar de esta forma, entender el mundo de cierta inamovible manera. Pero es desgastante y, sobre todas las cosas, es aburrido. Yo he huido con ganas de quienes se creen lo que piensan. Dudar, cuestionar, equivocarse construye un arco de trascendencia. Y no hay nada más disruptivo en ese aislamiento que constituye pensar, que conocer los pensamientos de alguien más: leer.

Joan Didion escribió: “En muchos sentidos, escribir es el acto de decir yo, de imponerse a los demás, de decir ‘escúchame, míralo a mi manera, cambia de opinión’. Es un acto agresivo, incluso hostil”. Estoy de acuerdo, aunque es verdad que, si estás realmente arraigado a pensar de cierta forma, cualquier libro también te confirmará lo que sea que pienses. Doris Lessing escribió en el prólogo de El cuaderno dorado que es una empresa muy ambiciosa esperar que el lector entienda perfectamente lo que quieres decir. El lector va a tomar lo que le resuene, lo que le sirva, y olvidar el resto.

Hay que intentar soportar esa ambición hostil de la que habla Joan Didion y que es leer, admitir que no lo sabemos todo, que no lo hemos pensado todo. Aceptar que nuestro solo razonamiento puede llegar hasta cierto punto. Entender que la forma en la que vemos el mundo está irreparablemente sesgada por nuestra experiencia.

Y pensé que si Walter Benjamin, Jorge Luis Borges o Alejandra Pizarnik habían sufrido por amor, habían sido rechazados, no tenía por qué sentirme avergonzada. Alguien ya lo ha vivido, ya lo ha pensado, y me puede ayudar a vivirlo y pensarlo de manera distinta.

Lo que más me consuela en la vida es la experiencia, la propia y la ajena. Saber que no es la primera vez que vivo algo y que no soy la única que lo ha vivido. En una clase de literatura de la Universidad de Buenos Aires nos dieron a leer el Diario de Moscú, de Walter Benjamin. En él cuenta los meses que pasó en la capital rusa visitando a su amor no correspondido, la anarquista Asia Lascis. Me pareció en su momento una lectura rara, considerando la cantidad de ensayos e ideas importantes del autor. ¿Por qué estábamos leyendo sus apuntes y observaciones de viaje, los detalles de su rechazo?

Después, cuando terminé una relación, recordé el diario. Y pensé que si Walter Benjamin, Jorge Luis Borges o Alejandra Pizarnik habían sufrido por amor, habían sido rechazados, no tenía por qué sentirme avergonzada. Alguien ya lo ha vivido, ya lo ha pensado, y me puede ayudar a vivirlo y pensarlo de manera distinta.

Leer no es una herramienta en contra del olvido. Es una manera de pensar sobre la experiencia. Por eso leer es personal y al mismo tiempo colectivo. Porque pensar es algo solitario, pero pensar con alguien no. ®

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Publicado en: Ensayo

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