Muchos habitan una realidad distópica y anacrónica en la que convergen el pasado y el futuro como asociación imposible y disrupción temporal: el pasado como trauma y memoria; el futuro como anticipación de peligro y muerte.
La imagen del sol negro remite en algunas mitologías a días funestos y apocalípticos, pero esta película trata un tema que no tiene nada de mítico: la violencia en México. ¿Otra película sobre la violencia en México? Sí. Soles negros (Soleils noirs, 2018) es un documental escrito y dirigido por el cineasta canadiense Julien Elie, quien se inspira en el libro Huesos en el desierto (2002) de Sergio González Rodríguez. Escrito a modo de crónica, reportaje, testimonio y ensayo, Huesos en el desierto es una investigación ambiciosa que tiene como objetivo la reconstrucción de los expedientes relacionados con los feminicidios en Ciudad Juárez.
Impactado por la lectura de este texto, Elie se puso en contacto con González Rodríguez para manifestarle su interés en la realización de un documental basado en el libro. Sin embargo, el escritor y periodista mexicano incitó al director canadiense a expandir la investigación más allá de las coordenadas de Ciudad Juárez y del grupo social específico que representan las mujeres como víctimas de violencia, para realizar un trabajo más amplio que muestre que la violencia en México es un monstruo de mil cabezas. De este modo, Soles negros se convierte en un documental de relatos polifónicos que construyen un discurso heterogéneo sobre la violencia en México, ofreciendo otras versiones que cuestionan las verdades oficiales sobre el estado de la violencia en el país.
Esta cinta denuncia delitos graves cometidos en contra de mujeres, periodistas, estudiantes, campesinos y de la población mexicana en general, acusando una violencia preexistente que se dispara a partir de la militarización del país durante el sexenio de Felipe Calderón y cuyos efectos continúan desbordados hasta hoy.
Dividida en seis capítulos, Soles negros traza la cartografía de los focos rojos que se extienden por todo el territorio como puntos distantes entre sí pero unidos por la violencia. Ciudad Juárez, Ciudad de México, Ecatepec, Veracruz, Tamaulipas y Guerrero forman una constelación de soles negros que mantiene al país en una atmósfera de oscuridad. Los protagonistas de este documental son familiares de desaparecidos, de víctimas de feminicidios y homicidios, así como periodistas, sacerdotes y abogados que hacen eco de las voces enterradas en alguna fosa del país. El silencio es la estrategia de autoprotección y olvido más eficaz en un entorno dominado por la maldad y el terror. Sin embargo, estos sujetos convertidos en activistas —ya sea en solitario o en asociaciones y colectivos— enuncian el trauma de la pérdida y la obsesión por la búsqueda. Asimismo, señalan la impunidad y el disimulo de la información administrada a la ciudadanía con el objetivo de mantener el discurso del Estado, y afirman la relación corrupta entre las autoridades del país y el crimen organizado.
La estética en blanco y negro de Soles negros es un acierto pues, por un lado, dota de un aura pesadillesca y de un tiempo suspendido a los ambientes reales que sirven como escenario para el documental. Por otro lado, la cinefotografía captura la intimidad de los protagonistas. Por medio de primeros planos, la cámara de Elie nos presenta rostros esculpidos por el horror, el dolor y la tristeza, y profundiza en la psique de sujetos vulnerables que confiesan que su miedo transita por los límites de la locura. En este sentido, Soles negros, al igual que otros documentales como La libertad del diablo (Everardo González, 2017), se hacen necesarios para narrar la violencia en México no desde la frialdad de las cifras ni desde la reconstrucción de hechos, sino desde la perspectiva de los afectos y las emociones. La fuerza que tiene el lenguaje de este documental no radica en la representación de sentimientos sino en la exposición de los sentimientos mismos que configuran la cultura del miedo desatada en México desde hace un par de sexenios. Siguiendo las pistas, pero también las formas y los objetivos de Sergio González Rodríguez, Elie da voz a los fantasmas de las estadísticas de la violencia. El anonimato de las cifras y los huesos cobra rostro, cuerpo y afectos.
A lo largo del documental surgen algunas preguntas: ¿El fenómeno de la violencia y las desapariciones en México es similar a otros fenómenos en América Latina? ¿Se trata de un experimento político macabro? ¿Cuándo terminarán los días funestos en México?
En México todos creemos habitar el mismo país, pero los protagonistas de Soles negros confiesan no haber sido conscientes de otro México hasta que se convirtieron en víctimas de una violencia que se intuye como terrorismo de Estado y terrorismo de género, que para algunos sólo forma parte del universo discursivo de los medios de comunicación y de las redes sociales. Así, un sentimiento de desarraigo invade a una parte de la población cuando el país deja de ofrecerle condiciones de seguridad. Muchos habitan una realidad distópica y anacrónica en la que convergen el pasado y el futuro como asociación imposible y disrupción temporal: el pasado como trauma y memoria; el futuro como anticipación de peligro y muerte.
Soles negros es un documental valiente al igual que los testimonios expresados en él. Su lenguaje cinematográfico tiende un puente que comunica a los espectadores con aquellos que no tienen voz, y sirve como artefacto que refuerza el trabajo de activistas y periodistas. ¿Es un documental desesperanzador? De ninguna manera. La realización de este filme es una muestra de la potencia que la violencia tiene para generar discursos. Soles negros subraya ante todo la iniciativa de individuos y colectivos que han enfrentado el miedo y han salido a buscar con sus propias manos los restos de sus familiares desaparecidos ante la inactividad de las autoridades y la suspensión de la justicia. A expensas de su vida y movidos por la esperanza, una parte de la población civil se ha transformado de manera autodidacta en criminólogos, antropólogos forenses y abogados diletantes, así como en buscadores de huesos que se encuentran enterrados en algún páramo del país. Los restos óseos se han convertido en el tesoro más preciado para los buscadores más tristes de México. El sonido metálico de picos y palas construye la atmósfera acústica de esta cinta que se acompaña también por una música genérica atinada y por canciones como “El columpio”, escalofriante composición ranchera de Carlos Montiel, interpretada por María Eugenia Carreto, Salvador Ruiz y Luis Ignacio Machuca, así como “La viborita de la mar”, perteneciente a la música tradicional de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca.
A lo largo del documental surgen algunas preguntas: ¿El fenómeno de la violencia y las desapariciones en México es similar a otros fenómenos en América Latina? ¿Se trata de un experimento político macabro? ¿Cuándo terminarán los días funestos en México? Aunque quizás la pregunta más inquietante en este momento sea ¿Por qué? ¿Por qué la violencia? La ausencia de respuestas no convoca a un sentido conclusivo. Sin embargo, sí ofrece razones que justifican la realización de un documental como Soles negros: porque la vida, porque la memoria, porque la paz, porque la esperanza. ®