En todo el mundo las democracias van cediendo el paso a regímenes autoritarios de diversos signos ideológicos, y por lo general con el consentimiento de mayorías ciudadanas. ¿Cuáles son los medios por los cuales los autoritarios llegan al poder?

La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo.
—Friedrich Nietzsche
Hemos insistido mucho en el advenimiento de regímenes despóticos en el mundo, los cuales han traído como consecuencia que las democracias sean minoritarias en el planeta y se caractericen por su fragilidad, mientras que los regímenes autoritarios se propagan cada vez a más Estados.
¿A que se debe esto? Sin lugar a dudas, los liderazgos han sabido tocar el botón de las necesidades de los ciudadanos ávidos de soluciones y respuestas rápidas, que, aunque no llegan, se insiste por todos los medios posibles que todo lo que creen que les afecta no existe.
No ven violencia, crisis económica, desempleo, aunque todo eso les estalle en las narices, simple y sencillamente porque son solipsistas.
El solipsismo es una corriente filosófica que sostiene una idea audaz: sólo podemos confirmar nuestra propia existencia. Este concepto desafía nuestras percepciones comunes sobre la realidad y el conocimiento.
Mientras que la filosofía tradicional busca verdades universales, las ideas solipsistas se centran en el «yo». Si bien esa perspectiva es parte de un ejercicio intelectual, afecta de manera profunda la forma en que entendemos el mundo y nuestra relación con él.
El primer principio del solipsismo es la centralidad del «yo», dado que sólo podemos estar seguros de la existencia de nuestra propia mente. Todo lo externo queda en duda.
Esta teoría busca cuestionar y hacernos reconsiderar aquello que damos por sentado en la cotidianidad. Proporciona un marco para debatir temas como la conciencia, el conocimiento y la naturaleza de la realidad.
El primer principio del solipsismo es la centralidad del «yo», dado que sólo podemos estar seguros de la existencia de nuestra propia mente. Todo lo externo queda en duda. Este enfoque conlleva una visión única de la realidad.
Según el solipsismo, el mundo externo, tal como lo percibimos, podría no existir de forma independiente de nuestra conciencia.
Así las cosas, la realidad externa sería un engaño de nuestra imaginación. Tal y como cuando despertamos de un sueño vívido y nos percatamos de la ilusión de la que éramos presos, algún día podríamos despertar de un sueño en el que todo lo conocido fuera falso.
Lo anterior, dado el momento que vivimos, no resulta menor ya que la información falsa tiene un impacto social significativo; es indispensable tener en cuenta que la información transmitida por los medios clásicos o alternativos se hace notoria en el actuar social, de acuerdo con sesgos cognitivos que conllevan a un interés o desinterés por parte de los actores sociales a través de lo que reciben de información por parte de los actores políticos.
Es importante destacar que quizá la capacidad de mentir de los líderes sea involuntaria —aunque quizá no, como veremos más adelante—, ya que para comunicar algo es necesario manejar la información pertinente y tener conocimiento del tema que se trata.
La mentira es una palabra difícil de disociar del vocablo político; al parecer uno no vive sin la otra. Para el filósofo Juan Samuel Santos la definición tradicional de mentira —una persona le dice a otra algo falso con la intención de que esta última crea que lo que se le dice es verdadero)— es insuficiente para comprender la mentira que suele tener lugar en el ámbito político.
Sylvain Timsit establece que para la manipulación mediática de las masas influyen diversos factores: emisor, receptor, mensaje, interferencia, aptitud del receptor y la actitud de éste, lo que determina la interacción entre las partes. Allí se establece un control sobre la ciudadanía, que gradualmente obedece intereses políticos de grupos de poder. Señala diez estrategias para lograrlo:
1. La estrategia de la distracción: desviar la atención del público de los asuntos importantes.
2. Crear problemas y, después, ofrecer soluciones: este método consiste en crear un problema para causar cierta reacción en el público y que éste acepte de buen grado las medidas de solución que el poder quería implantar desde el principio.
3. La estrategia de la gradualidad: para lograr que la ciudadanía acepte medidas injustas éstas se van aplicando gradualmente, a cuentagotas, en años sucesivos.
4. La estrategia de diferir: otra manera de que el público acepte condiciones sociales injustas es presentarlas como algo “doloroso y necesario en el presente”, pero “mejor para todos en el futuro”.
5. Dirigirse al público como si fueran niños: utiliza discursos, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o poco inteligente.
6. Utilizar el aspecto emocional más que la reflexión: la utilización del registro emocional en la emisión facilita una respuesta emocional en la recepción, implantando en el público miedos y dudas, pero también compulsiones y deseos.
7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad: hacer que el público se aleje de la cultura, del saber y del conocimiento es mantenerlo en una suerte de esclavitud.
8. Estimular al público para que sea complaciente con la mediocridad: una ciudadanía banalizada es una ciudadanía inactiva, individualista y complaciente con los intereses de las oligarquías económicas.
9. La estrategia de la autoculpabilidad: hacer creer al ciudadano que solamente él es el culpable de su propia desgracia, por causa de su poca inteligencia, capacidades o esfuerzos.
10. Conocer con precisión los modos de actuación del público: las oligarquías podrán tener un mayor dominio sobre los ciudadanos en aspectos como publicidad, medios de comunicación, educación u opinión pública.
Lejos están de hacer conciencia de que los ciudadanos llegarán a no creer en sus discursos, que se cansarán de oír cotidianamente lo mismo, por ello, pronuncian cada día discursos más agresivos y polarizadores, endurecen el uso del aparato del Estado para intimidar a los rivales, descalificar a los medios y periodistas que digan la verdad y, sobre todo, propagar más mentiras.
Sin embargo, deberán considerar que la pérdida de confianza y de credibilidad en los gobernantes es una consecuencia lógica de la incoherencia habitual de un maniqueísmo recalcitrante que sólo pone las cosas en blanco o negro y, muy probablemente, en un futuro no muy lejano se verá reflejado en las urnas. ®