Mientras estás dentro del cine estás deslumbrado por lo que ves, pero cuando sales notas un vacío extraño que tal vez no sabes de dónde viene y tras enfriarse el momento descubres que lo que pasa es que si le quitas lo “spectacular, spectacular” a lo que acabas de ver, poca cosa queda.
He ido, como todo el tsunami de gente en España, a ver Lo imposible. Perdón por la metáfora pobre y básica, pero es la verdad: se ha convertido en la película española más taquillera en un sólo fin de semana de toda la historia, derribando a todos los Torrente, cosa que trae un poco de dignidad al cine español pues es indudable que está mucho mejor presumir hacia el exterior la película de Juan Antonio Bayona que las de Santiago Segura (con todo respeto a quien me parece una de las mentes más lúcidas del entretenimiento español). Así, en una de esas actitudes contradictorias de la sociedad, en las últimas semanas el cine español ha estado liderando la taquilla y además con propuestas muy diversas que van desde la animación (Tadeo Jones), la nueva película de un consagrado (El artista y la modelo), propuestas más arriesgadas (Blancanieves) y el cine-espectáculo, que es del que hablo en este caso.
Prolegómenos
Digo que en una actitud contradictoria de la sociedad por tres factores:
1. El actual gobierno ha recortado de tajo prácticamente el total de las ayudas al cine que, como todo el cine europeo, es de vital necesidad para su supervivencia. Esto no se entendería como motivo (las películas que he mencionado han sido realizadas naturalmente antes de los recortes) sino es porque en la sociedad española éste es uno de los pocos recortes que está bien visto por gran parte de la sociedad. En contraposición a su vecina Francia, donde a pesar de la crisis año tras año el cine cuenta cada vez con mayores ayudas y recursos, y la sociedad defiende a capa y espada la importancia cultural y social de su cine, en España casi no existe esa visión y difícilmente se mira más allá de un mero entretenimiento. Por lo tanto, si se hacen películas que no sean “entretenidas” y que además, por lo mismo, sean un fracaso en taquilla, la gente no entiende por qué se le debe dar dinero e invertir en él. La gente del cine, para parte de la sociedad española, es sólo una “parda de listillos” que, como se dice vulgarmente, no hacen más que “chupar del bote”, y que si a ellos no les subvencionan sus supermercados o ferreterías no entienden por qué el cine sí debe ser ayudado. Como si por el hecho de que el Reina Sofía o El Prado no ganen dinero se debería entonces negarle ayuda pública. Pero esta ecuación de inversión en lugar de gasto y de pensar el cine como arte y cultura es aún muy débil en un país como España, probablemente como rezago tardío de los tiempos del franquismo.
Juan Antonio Bayona definitivamente ya está en la historia del cine español, pero aún le queda un largo camino por recorrer y mucho que aprender si realmente quiere permanecer en esa historia como un gran director. Para ello, tal vez la primera decisión que debería tomar es cambiar de guionista o al menos reforzarlo con un equipo que le sepa dar historia y profundidad a las anécdotas que ha elegido contar.
2. Por lo mismo, el público español es muy desapegado a su propio cine y es, en ocasiones, excesivamente crítico y prejuicioso con él. Esto, desde mi punto de vista, se debe a que esa visión del cine marcada en el primer punto no sólo afecta a la sociedad sino a la gente misma que lo hace. Es decir, se pierde la visión del cine como cultura y voz de una sociedad y se busca simplemente hacer un entretenimiento, con la mala fortuna de que al querer emular a los amos del entretenimiento (los estadounidenses) se lleva mucho las de perder por cuestiones culturales y económicas: se intenta emular argumentos y situaciones que en el cine y la sociedad estadounidense pueden tener sentido, pero aquí terminan por ser una aberración y, para colmo, una aberración de mala calidad pues esa emulación termina en el concepto y no llega a equipararse en el presupuesto que es siempre muchísimo más modesto. Peor aún lo tienen los cineastas que quieren hacer algo diferente, entonces ahí sí que ni las moscas se acercan a ver ese cine “aburrido”, “intelectual” y “pretencioso”. Así, un público que casi siempre va al cine sólo para ver entretenimiento hollywoodense al presentarle una mala copia de él es natural que lo rechace y vaya mejor a la fuente. Lo bueno que ha traído esto: cada vez surgen más cineastas que comienzan a dominar ese tipo de cine (Balagueró, los hermanos Pastor, Amenábar, el propio Bayona); lo malo: que la negación del cine como cultura y de la producción de un cine con verdadera voz queda cada vez más relegada, aunque afortunadamente sigue habiendo buenos cineastas ahí afuera que dan la lucha (Armendáriz, Recha, Vila, Rebollo, Almodóvar…).
3. Si la sociedad y los cineastas mismos no ven en el arte audiovisual más que industria y entretenimiento, ¿qué podríamos esperar de este gobierno tecnócrata? La subida del IVA en el arte y cultura de 8% a 21% ha traído como consecuencia una subida en la entrada a los teatros y cines que llega a veces a 30%, lo que hace cada vez más prohibitivo asistir y más en un momento de crisis donde una cuarta parte de la sociedad española no tiene trabajo. Esta subida cabe mencionar que es un tanto ilegal pues va en contra de los preceptos de la Unión Europea que constata que el arte y la cultura deben tener una imposición preferente, cosa que en el caso de España se ha roto. Sin embargo, vistas las cosas, los comisionados europeos tienen otras prioridades antes que sancionar a España por esto.
Tras esta larga exposición introductoria de por qué pareciera contradictorio este liderazgo de las películas españolas en la taquilla (siempre queda pensar que no sólo la calidad de estas películas las hace dignas de verse naturalmente, sino que un despecho y nacionalismo oculto asalta a las sociedades en tiempos de crisis), hablemos de la mencionada película.
Lo imposible
Una vez estando conscientes de que lo que vamos a ver es una de esas emulaciones de blockbuster hollywoodense de desastres naturales y, por lo tanto, que se trata de mero teatro-filmado que reduce el lenguaje cinematográfico a funciones sólo dramáticas y narrativas, encuentro lo siguiente. Lo primero que resalta de la película de Bayona es su excelente factura. No sólo en el nivel técnico donde los efectos visuales logran meter al espectador dentro del arrasador tsunami (al menos así lo atestiguan los desmayos documentados en las proyecciones, de los cuales yo fui espectador de uno), sino en el nivel de actuación tan acorde y en tono con el pretendido melodrama. Puede ser que esto último sea lo mínimo a esperar de histriones de la talla de Naomi Watts o Ewan McGregor, pero los tres niños resaltan también por su tono y naturalidad. Los cinco actores están al mismo nivel y viviendo la misma tragedia. Incluso, me atrevo a decir que la escena en la que el personaje de McGregor habla por teléfono es, para mí, uno de los mejores momentos de su carrera.
El asunto se tuerce con todo lo demás. Lo que pasa con Lo imposible es lo mismo que pasa con películas como, por ejemplo, Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001). Esto es, que mientras estás dentro del cine estás deslumbrado por lo que ves, pero cuando sales notas un vacío extraño que tal vez no sabes de dónde viene y tras enfriarse el momento descubres que lo que pasa es que si le quitas lo “spectacular, spectacular” a lo que acabas de ver, poca cosa queda. El mayor problema de Lo imposible es que no tiene historia. Tiene una anécdota devastadora y de gran interés, pero nunca pasa de ahí. No existe historia alrededor de esa anécdota, no hay descripción de personajes, no hay profundidad psicológica y, para ponernos académicos dentro de lo que una película de teatro-filmado como ésta debería de ser, el avance y el cambio que hay en los personajes queda muy lejos de ser tan grande como la travesía por la que acaban de pasar. Lo único que vemos es a los personajes ir de A a B (y, para colmo, si nos hemos enterado ya un poco de la historia, sabemos que llegarán, por lo que hasta el factor sorpresa queda minimizado) pero sin conocerlos jamás verdaderamente. Sólo empatizamos con ellos por la terrible tragedia que están sufriendo pero no porque nos sintamos identificados con ellos como personas a un nivel interno. Poco sabemos de los personajes antes del tsunami, durante, o después de él… y esto no ayuda en nada a desarrollar una historia. Además, ya que se va a perder la oportunidad de profundizar en los personajes principales, se pierde la oportunidad de contar historias paralelas (que además sería la norma en las películas de tragedias naturales) y al menos con ello darle profundidad dramática al relato. Y es que, precisamente, puede ser que se confunde profundidad dramática con melodrama. Es decir: pareciera aquí que se cree que ya que se está contando una anécdota de gran interés, en la que los personajes tienen acciones y reacciones fuera de lo normal y lloran hasta deshidratarse todo el tiempo, entonces ya no es necesario contar algo o desarrollar una psicología de personajes. Se confunde sufrimiento con drama, básicamente.
No sé si todo esto se debe a lo que intuyo es el problema de fondo: el guión. No sé si por querer permanecer lo más fiel a la historia o por simple flojera no se ha escrito un verdadero guión y eso provoca todo lo descrito anteriormente. El guionista se ha limitado en describir los hechos por los que sufrió la familia dentro del tsunami pero no se ha molestado en ir más allá. Además, para colmo, a momentos no ha podido contener las ganas de invadir el guión con frases hechas y diálogos facilones, típicos de los melodramas hollywoodenses que más que acercarte a la historia te sacan de ella por lo forzado e inverosímil que resultan. Lo mismo pasaba a momentos con El orfanato (Bayona, 2007), guión firmado igualmente por Sergio G. Sánchez. En él también lo inverosímil, las frases hechas y la falta de investigación en los personajes estaban latentes, pero intuyo que el buen hacer del director y el hecho de que se tratara de una película de suspenso (que emulaba sin descaro a algunos clásicos del género) y no de un melodrama, ayudaron a minimizar estos problemas.
La lección que debería quedar de esto es que un tsunami no es suficientemente grande como para obviar armar una historia y profundizar en los personajes. Juan Antonio Bayona definitivamente ya está en la historia del cine español, pero aún le queda un largo camino por recorrer y mucho que aprender si realmente quiere permanecer en esa historia como un gran director. Para ello, tal vez la primera decisión que debería tomar es cambiar de guionista o al menos reforzarlo con un equipo que le sepa dar historia y profundidad a las anécdotas que ha elegido contar. Si un tsunami no te puede librar de ello, nada lo hará. ®