Con selección y epílogo de Hernán Lara Zavala Ediciones Era publicó Tajimara y otros cuentos eróticos en 2010, una antología de cuentos de Juan García Ponce (1932-2003), recordándolo con esta agradecible reunión de ocho ficciones, publicadas originalmente entre 1963 y 1995.
Puede gustarnos o no pero es innegable que García Ponce es una de las grandes voces de las letras mexicanas y sin duda fue un gran promotor de ideas: en el terreno de lo erótico a través de sus traducciones se conocieron en castellano el tratado de Herbert Marcuse Eros y civilización, las inquietantes obras de Pierre Klossowski La revocación del Edicto de Nantes, Roberte esta noche y El Baphomet; como ensayista acercó a los lectores y escritores latinoamericanos a George Bataille, entre otros autores. Dirigió y colaboró en las grandes publicaciones culturales de su tiempo y fue contertulio de la llamada generación de la Casa del Lago, al lado de Huberto Batis, Tomás Segovia y una pléyade de pintores. Fue una figura señera a partir de los años sesenta.
Personalmente conozco poco de su extensa obra y muy poco de su vida, pero lo suficiente para imaginarlo como un erotómano y una persona de gustos, digamos, peculiares. Enfermo desde los 37 años fue quedando confinado a la inmovilidad, dictaba de memoria los textos a su amanuense —similar al caso de Borges—, aunque, y totalmente contrario al caso del argentino, de él he escuchado anécdotas propias de un maestro diletante de ceremonias voluptuosas, de un voyeurista implacable, que dan a entender que García Ponce no sólo insistió en los temas del erotismo desde la pluma —en narraciones, ensayos, traducciones y artículos— sino en su vida personal, e imagino que sus disertaciones pudieron seducir no solamente a las mujeres sino a su generación entera, figurándose, —desde su inmovilidad— como un adalid de la seducción perturbadora.
Soy incapaz de aportar un dato novedoso, cualesquiera, sobre García Ponce, sin embargo, el título del libro y los textos antologados dan para una revisión de los matices eróticos de su narrativa. Hace cerca de diecisiete años, después de haber conocido Los once mil falos, de Apollinaire, Federico San Juan me acercó el cuento de “El gato”, y también, como Lara Zavala, me lo anunció como un cuento erótico, aunque no me lo pareció así. Sensual sí, perverso sin duda (¡y bueno, sí!, ante una mirada “de bulto”: erótico —y esto sólo para connotar que la peculiaridad de los personajes tiene que ver con el sexo, pero ni siquiera es el cuento más perturbador de García Ponce). En esa época también comencé a leer la novela La cabaña y no logró atraparme. Volví a encontrar a un narrador oscuro con obsesiones de gusto ácido en el terreno del sexo, pero no un escritor erótico. Sí, definitivamente la narrativa de García Ponce tiene que ver con los temblores —y terrores— de los ejercicios e imaginaciones de la entrepierna, pero en muy contadas ocasiones de modo directo; todo es ambiente y conjeturas; todo es perturbación moral. Por supuesto los personajes tienen alguna conducta moral peculiar, pero en muy contadas ocasiones nos muestran la carne, la corporeidad de su pulsión. No va más allá de las circunstancias, relaciones, miedos, transgresiones y deseos de sus personajes, pocas veces nos conmueve con la descripción del encuentro de los cuerpos.
De no contar con ejemplos para establecer diferencias dentro de la misma muestra del García Ponce narrador, esto podría ser una simple bobería, pero no es así ya que en la reunión de los ocho textos hay ejemplos claros de las distintas coloraturas que ofrece la literatura sensual; cuando se propone inquietar, excitar o transgredir el terreno de la sexualidad —el erotismo— y las normas que lo rigen.
De no contar con ejemplos para establecer diferencias dentro de la misma muestra del García Ponce narrador, esto podría ser una simple bobería, pero no es así ya que en la reunión de los ocho textos hay ejemplos claros de las distintas coloraturas que ofrece la literatura sensual; cuando se propone inquietar, excitar o transgredir el terreno de la sexualidad —el erotismo— y las normas que lo rigen.
La mayor parte de los textos son más perversos que sensuales. La idea de García Ponce no es soliviantar los deseos, lo que busca es inquietar con sus sugerencias; cimbrar los preceptos morales que rigen el ejercicio erótico. Así “Imagen primera” (1963) y “Tajimara” (1963) juegan con la idea del incesto. “La noche” (1963) nos muestra los deslices de lo que pudiera ser una relación swinger mal arreglada (o sólo los desatinos de una pareja adúltera). “El gato” (1972) insinúa el exhibicionismo de ella, el voyeurismo de él y ¡claro! el del felino —aunque a estas alturas del partido ya resulta más bien un cuento “fresa”. Con “Envío” (1982) señala la doble moral, el desparpajo y se regodea con el cuerpo de las señoras bien.
Hasta aquí sus textos pueden ser transgresores, pero no transmiten una tensión erótica, su perversión dispara contra los cánones morales pero no solivianta la carne. (Eventualmente se podría acordar que el erotismo tiene una “potencia” política, y marcusianamente podríamos decir que es liberador del corsé social.)
Ahora bien, ¡claro que el maestro tiene joyas!, cuando el río suena, agua lleva: “Rito”(1982) nos entrega su fantasía y ceremonia más querida; el amante que ve entregarse a su mujer a otro y en ese acto consigue poseerla: “Desnuda e indefensa como la vida, la figura de Liliana, abierta a la contemplación, no tiene principio ni fin, como la vida. Liliana tiene que ser de todos porque no es de nadie y no siendo de nadie es como Arturo la siente suya”. Y describe la ceremonia, concita en nosotros no sólo la inquietud moral —que descoloca al invitado—, sino la señal en el bajovientre ante la seducción de Liliana y su entrega. Un cuento redondo en que coexisten ambas características de la literatura erótica: transgresión y sensualidad. Muchos años después, en 1995, García Ponce se permite editar un cuento muy simpático, tremendamente sexual y delicioso: “Un día en la vida de Julia”, donde cifra en una niña bien de veinte años una correría de elegante amor lésbico, compras, seducción y sexo en grupo. Finalmente, Lara Zavala y los amigos de Era —supongo que por no concluir con Julia, que hubiera dejado mal sabor respecto a la altura del bate— nos regresan a 1982, con el cuento “Enigma”, una pieza erótica muy bien lograda, que amalgama la tensión de entrepierna con el trayecto en que se abisma el doctor Rendón.
Tres cuentos estupendos, ni quién lo dude. De lo leído a autores mexicanos lo mejor.
Claro, el epílogo viene al final
¿Por qué lo editores abusan de la palabra erotismo como ensalmo para atraer compradores? Porque para hallar erotismo de verdad es necesario llegar al cuento del “Rito” y hubo de transcurrir 112 páginas para encontrar lo que prometieron. Si un lector novato se hubiera defraudado con “Tajimara” jamás habría llegado a leer las piezas eróticas que sí recopila el libro, ¡y qué sí!, que las pongan en un zócalo, pero, cuál era el problema: que les hubiera salido un libro más flaquito. Pos ni modo.
O plantearlo como prólogo: Señor lector, encontrará distintas coloraturas en los textos, en “…un intento editorial para seguir las huellas emocionales, eróticas y artísticas que fueron moldeando la imaginación de Juan García Ponce”. Si usted lo que busca es “octanaje” pase a la página tal.
Y tan-tan. No habría que estar leyendo reseñas pa’ enterarse de qué van los libros. ®