El streaming argentino se mueve entre la improvisación y la hiperprofesionalización, entre la militancia sin filtros y la lógica empresarial. Ni televisión ni radio, pero con algo de ambas, este híbrido audiovisual multiplica audiencias y redefine la conversación pública, mientras ensaya un lenguaje propio en medio de la saturación digital.

Junto con el podcast y la newsletter, el streaming forma parte de la tríada mediática contemporánea de la oralidad. El podcast como un consumo on demand, de escucha privada y selectiva. La newsletter como el más oral de los textos, una especie de carta digital que busca reconstruir la intimidad del uno a uno. Y el streaming es flujo constante, una transmisión permanente, pero atomizado en sus momentos cumbres en microformatos y fragmentos propios de la cultura snack.
Esta tríada —streaming, podcast y newsletter— define parte del lenguaje de época. Una época en la que, por encima de cualquier formato, lo que todavía seguimos queriendo es escuchar buenas historias.
En Argentina existe un fenómeno singular. La aparición y consolidación de canales de streaming se dio luego de las transmisiones en vivo autogestionadas en plena pandemia con la llegada de nuevas celebridades digitales que se sumaron al ecosistema.
Los canales surgieron primero como respuesta a la cuarentena más extensa de la historia: plazas abandonadas, clubes cerrados, escuelas con pupitres sin libros ni útiles, niños y adolescentes confinados. Mientras el virus hacía estragos, las conexiones digitales funcionaron como venas virtuales que mantuvieron los lazos de la juventud. Luego, llegaron Luzu TV, creado por Nicolás Occhiato en 2021, y Olga, producto de la unión de Migue Granados con los empresarios Luis y Bernarda Cella en 2023.

Plazas abandonadas, clubes cerrados, escuelas con pupitres sin libros ni útiles, niños y adolescentes confinados. Mientras el virus hacía estragos, las conexiones digitales funcionaron como venas virtuales que mantuvieron los lazos de la juventud.
Pero los canales también son contemporáneos a otros fenómenos, como la compra de Twitter por Elon Musk en octubre de 2022, que transformó la red de un espacio comunitario a un campo de polarización; la consolidación de TikTok como territorio de micronarrativa audiovisual y la mutación de Instagram hacia un híbrido de reels, transmisiones en vivo e historias al estilo Snapchat. Cuando el ecosistema cambia, todas las especies se transmutan.
El streaming no puede pensarse de manera aislada: se desarrolla en paralelo a esa mutación. Su fuerza está en la generación de comunidad y en la viralización infinita de contenidos, un diálogo entre transmisiones en vivo y fragmentación transmedia. Mientras la televisión tradicional apostaba por formatos añejos y fórmulas repetidas, sin explorar el potencial de la interactividad, el stream reaccionó y se expandió rápido.
Luzu TV y Olga no solamente han generado un debate sobre si se trata de una moda pasajera, una burbuja mediática o una transformación estructural, sino que también reflejan un cambio en el ecosistema informativo del país. Según el informe del Reuters Institute para el Estudio del Periodismo de 2025 y estudios del Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina (MESO), de Eugenia Mitchelstein y Pablo J. Boczkowski, mientras los medios tradicionales decaen, surgen fuentes alternativas que prosperan:
El video online en vivo, que combina noticias y entretenimiento, surgió durante la pandemia y continúa creciendo. Por ejemplo, el 8% menciona como fuente informativa a Luzu TV: su canal de YouTube cuenta con más de dos millones de suscriptores, mientras que su principal competidor, Olga, suma 1.4 millones.
El informe indica que otros medios digitales y emisoras de radio siguieron la misma tendencia con transmisiones de programas de debate que “resultan populares y menos costosos de producir que el periodismo tradicional”.
Señala, además, que algunos fomentan la creación de comunidades mediante interacciones en persona con presentadores y celebridades, e incluyen shows musicales en vivo, mientras que su principal fuente de financiación continúa siendo la publicidad, tanto en sus propios canales como a través de las redes sociales.
El primer semestre de 2025 dejó una evidencia contundente: apenas cinco canales de streaming argentinos en YouTube concentraron casi 550 millones de visualizaciones, según datos de En Directo Stream, procesados a partir de la herramienta YouTube API + EDS.
El liderazgo correspondió a Olga con 197,253,071 views. En segundo lugar se ubicó Luzu, de Nico Occhiato, con 189,021,914 views.
Televisión barata, formato híbrido o la mula del audiovisual
No tiene sentido pensar el streaming en clave binaria, entre apocalípticos e integrados —como planteó Umberto Eco—. El streaming todavía está definiendo sus propios códigos, su gramática, e incluso aún no sabemos si va a constituirse como un género en sí mismo. Vivimos en un tiempo en el que los géneros audiovisuales tradicionales están debilitados o fragmentados, y en ese marco el streaming aparece como un formato híbrido, inestable, casi como una mula del audiovisual.
El burro macho se cruza con una yegua, mientras que para los burdéganos, la burra se cruza con un caballo. La mula no se puede reproducir: es un producto final, estéril, de la mezcla. Y el streaming hoy tiene algo de eso: una criatura intermedia, resultado de mezclar formatos anteriores, pero sin una identidad clara ni capacidad de evolución propia si no define sus reglas.
¿Por qué una “mula”? Porque, como ocurre en el cruce entre especies, este formato no es del todo una cosa ni la otra. En el caso de la cría de mulos, el burro macho se cruza con una yegua, mientras que para los burdéganos, la burra se cruza con un caballo. La mula no se puede reproducir: es un producto final, estéril, de la mezcla. Y el streaming hoy tiene algo de eso: una criatura intermedia, resultado de mezclar formatos anteriores, pero sin una identidad clara ni capacidad de evolución propia si no define sus reglas.
En ese sentido, definirlo como “televisión de bajo presupuesto” no debería leerse como un ataque, sino más bien como una descripción de parte de su puesta audiovisual. Hay gente sentada hablando de algo, opinando, presentando contenidos. Hay una economía de recursos y una estructura que prioriza la inmediatez, o la espontaneidad a la profundidad o la innovación visual. Eso no es ni bueno ni malo en sí mismo.
Hay antecedentes en la televisión tradicional de Argentina que se pueden asociar con lo que hoy entendemos como streaming en su estructura narrativa. Programas como La Noticia Rebelde en los ochenta, Mañanas Informales en los 2000 o incluso CQC Caiga quien Caiga en los noventa tenían esa lógica coral, de conversación, de análisis del presente con algo de humor, algo de crítica, algo de provocación. Hoy, muchos canales de streaming retoman esa fórmula, aunque con menos puesta en escena y con estéticas más precarias o deliberadamente informales.
En la discusión sobre los costos de producción conviene desterrar la épica del “con poco se puede hacer mucho”. Sí, hay excepciones, pero lo barato casi siempre resulta apenas funcional o, peor, decepcionante. Olga es un ejemplo opuesto: detrás de la imagen de Migue Granados hay una inversión inicial potente que explica su despliegue con recitales, eventos y la presencia de invitados de alcance global. La apuesta tecnológica es de última generación: más de quince cámaras distribuidas estratégicamente, un sistema de iluminación móvil y un audio digital que marca distancia con la radio clásica. En un ecosistema en que la televisión aún opera con engranajes aceitados, la precariedad no compite; la inversión, sí.
Un lenguaje propio o un volver al futuro
Los contenidos del streaming no son innovadores en sí mismos, pero lo novedoso está en otra parte: en la manera en que se desjerarquizan las agendas, o la incorporación de entrevistados o figuras ausentes de la narrativa televisiva. Lo que antes era pirámide ahora se transforma en un plano presuntamente horizontal. Ese quiebre con la lógica de la agenda mediática tradicional abre un territorio nuevo, incómodo para quienes aún miran la televisión con las categorías del siglo pasado.
La comunicación militante aparece sin pudor en varios canales, con una frontalidad que en los medios generalistas siempre se enmascaró bajo el rótulo de neutralidad. Ese gesto, más allá de lo atractivo o no, marca una diferencia.
Hay algo más: la explicitación ideológica. No se esconde, no se disfraza, no se busca un simulacro de objetividad. La comunicación militante aparece sin pudor en varios canales, con una frontalidad que en los medios generalistas siempre se enmascaró bajo el rótulo de neutralidad. Ese gesto, más allá de lo atractivo o no, marca una diferencia.
En el plano del lenguaje todavía no hay un registro propio, pero sí una mezcla de géneros que en términos narrativos resulta potente. Unas entrevistas suenan a El Perro Verde, otras evocan a Fabián Polosecki, algunas buscan la incomodidad punzante de Jorge Lanata y otras se acercan más al desconcierto calculado de Susana Giménez. El streaming ensaya su gramática en esa fusión: el arte de apropiarse de estilos ajenos para inventar una forma todavía indefinida.
Hay también una apropiación de los códigos de la televisión de los años noventa, sobre todo de los programas deportivos. En esos espacios, los entrevistadores solían tener cierta afinidad —o directamente relaciones amistosas— con los entrevistados. Eso generaba un código compartido en el que la entrevista funcionaba como un intercambio de anécdotas, un clima de camaradería. Muchas veces, esas entrevistas se quedaban en la superficie, en lo anecdótico, sin llegar a capas más profundas.
Dentro del ecosistema argentino actual —una auténtica selva mediática— las mulas comparten estructuras audiovisuales similares, pero abordan temáticas completamente diferentes. El recorrido que va desde Alejandro Fantino hasta Pedro Rosemblat: un abanico demasiado amplio como para encerrarlo en una sola categoría.
Lo novedoso no está tanto en la forma ni en el fondo, sino en la configuración del ecosistema: en cómo conviven estéticas, posturas ideológicas y registros discursivos sin jerarquías claras. Y en cómo la audiencia acepta esa mezcla como una ‘nueva narrativa’.
Modelos de negocios divergentes: ¿hay dinero en la jungla?
Los modelos de negocio en los canales de streaming son variados. Algunos trabajan con esquemas de suscripción y aportes colectivos —como el caso de Gelatina—, mientras que otros dependen de medios de comunicación tradicionales que atraviesan una etapa exploratoria. A su vez, hay proyectos que ya funcionan como súper empresas, con estructuras profesionales consolidadas, donde la pauta publicitaria y el sponsoreo son sus principales caballitos de batalla.
Dentro de esa diversidad hay algo clave: los canales de streaming pusieron en evidencia la lentitud con la que los medios tradicionales reaccionaron ante la necesidad de explorar nuevas vías de financiamiento. En muchos casos, los proyectos de streaming muestran una capacidad de diversificación de las propuestas que resulta notable, no sólo desde lo económico, sino también desde lo narrativo.
Los canales de streaming que aspiren a sostenerse en el tiempo necesitan definir con claridad ciertos códigos de funcionamiento, tanto en el ámbito editorial como en el institucional, especialmente si proyectan un crecimiento o incluso si simplemente buscan mantenerse en una línea de flotación.
En cuanto a la consolidación de las marcas hay canales que lograron construir identidades muy sólidas, con audiencias segmentadas. Esas audiencias se parecen más a hordas de fanáticos que a comunidades colaborativas: hay un nivel de adhesión emocional fuerte, una lógica de fidelidad intensa, casi simbiótica, entre productor y consumidor. Es lo que algunos teóricos como Henry Jenkins describen como “cultura participativa”, aunque en este caso con una dinámica más verticalizada. Seguir al líder a cualquier precio.
Lo que es lealtad poderosa en primera instancia también puede ser altamente vulnerable a mediano plazo. Basta con una decisión editorial, una alianza cuestionada o una reconfiguración del tono para que esa relación entre en tensión. Se trata de un modelo de dependencia afectiva que alimenta el vínculo pero que puede romperse con facilidad.
En medio de la jungla y de la saturación de proyectos, los canales de streaming que aspiren a sostenerse en el tiempo necesitan definir con claridad ciertos códigos de funcionamiento, tanto en el ámbito editorial como en el institucional, especialmente si proyectan un crecimiento o incluso si simplemente buscan mantenerse en una línea de flotación.
De todas formas, todo esto debe pensarse caso por caso. Los proyectos son muy disímiles entre sí, tanto en sus estructuras como en sus apuestas ideológicas, sus modelos de financiamiento y sus vínculos con la audiencia. La única generalidad posible es que no hay generalidades posibles: el streaming es, todavía, un campo en disputa, en plena etapa de consolidación, donde conviven lo experimental con lo empresarial, y lo comunitario con lo hiperestructurado.
Los canales militantes contra la objetividad
El surgimiento de canales de streaming militantes es un signo de la época. Mientras la polarización persista habrá más y más estrategias de comunicación política por estas vías. Por citar dos proyectos que están en las antípodas, Gelatina levanta la bandera de un peronismo despojado de solemnidad: Pedro Rosemblat convierte la militancia en entretenimiento, combina ironía con frontalidad y construye comunidad. En la vereda opuesta, Carajo asume la retórica libertaria con la misma lógica performática: irreverencia, provocación y un discurso que se celebra “cancelable” como marca identitaria.
Hasta el vocero presidencial Manuel Adorni inauguró su propio streaming: Fake, 7, 8, una clara parodia al cuestionado programa 6–7–8 que se emitió en la TV Pública durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández y se centraba en la crítica mediática.
Lo concreto es que estos canales están muy lejos del periodismo, casi en las antípodas, buscando argumentos de militancia y apelando a las audiencias para consolidar ideas preexistentes. Generan una especie de juego refractario de espejos que refuerza esas ideas hasta el infinito, apuntando más a la emocionalidad que al pensamiento crítico, con contadas excepciones.
Quizás, en unos años, miremos este tiempo como el laboratorio en el que el audiovisual buscó reinventarse. Hoy el streaming todavía es una mula: fuerte, resistente, híbrido y hasta estéril en ciertos aspectos. Pero su potencia no está en lo que inventa sino en lo que mezcla. En esa fusión caótica late la posibilidad de un nuevo lenguaje, uno que todavía no tiene nombre, pero que ya marca la agenda cultural y política de la Argentina contemporánea. ®