En una obra contemporánea la situación es igual al fenómeno religioso, lo de menos es la obra, lo trascendental de ella son los significados y las explicaciones del curador y del artista, y el peso que estas invenciones tienen dentro de su conjunto de creencias.
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Superstición © Eko
El origen de las supersticiones es el miedo. Creer en soluciones fantásticas o milagros sin justificación que transforman a la realidad permite vivir evadiendo responsabilidades a las que se les teme por incapacidad o debilidad. La superstición relega la lógica, el conocimiento, la sabiduría y antepone caprichos metafísicos, entelequias y otras ideas sin soporte para dar cabida a la irracionalidad. El supersticioso se encierra en la paranoia del odio y recrimina al escéptico su falta de fe. Porque para que una superstición sobreviva debe tener enemigos claros, que son los que atentan contra sus creencias. Esto se puede decir de los que acuden a chamanes en lugar de doctores, los que depositan el destino de un proyecto en manos de un santo y de la estructura de pensamiento de los artistas del arte contemporáneo y sus curadores.
El arte que vive de la superstición de un conjunto de ideas que no soportan el cuestionamiento ni la comprobación y que se ha asimilado socialmente como arte por hábito y apatía intelectual. Así como las curas milagrosas suceden por el poder de la sugestión, una docena de moscas muertas —la última “obra” de Gabriel Orozco— se convierten en arte por la capacidad del curador de creer en sus dogmas de fe. El arte, en lugar de ser una idea que se debate, se analiza y camina recordando los avances y las aportaciones que se dieron en el pasado, se convierte en un designio y el objeto adquiere cualidades invisibles para los ojos, como las podría tener un amuleto. Así, como los miembros de una secta, todos los que creen en este dogma se convierten en ciegos voluntarios ante la realidad y afirman que ese objeto —un colchón enrollado, una maleta atada a una cuerda, latas de cerveza dobladas— tiene virtudes extraordinarias que merecen admiración y respeto.
La creencia sin razonamiento en una idea es fanatismo, en la religión el gran anatema es preguntar y la exigencia para ver estas piezas es nunca cuestionarlas, sólo creer en ellas, admirarlas. La duda, que es el inicio para acabar con la ignorancia y el primer paso de la ciencia, derriba sus ideas, entonces dudar es de infieles o herejes y merecen ser perseguidos. Además, dudar es de ignorantes, es consecuencia de la falta de formación, porque en este arte, como en las religiones y en las sectas, toda la verdad oficial está contenida en cada obra y eso debe bastar para el espectador. Necesitan fieles sometidos mentalmente, no público inteligente. En las curaciones milagrosas es común que si el paciente no tiene mejoría no es culpa del charlatán que se hace pasar por médico, o de los falsos remedios que le suministran al enfermo, la nula recuperación es porque el enfermo no tiene fe, no cree en el tratamiento. Si vamos al museo o a la galería y no vemos en la obra expuesta —un móvil hecho con bolitas de algodón y unos espejitos— “la meditación y el aura extraterrestre del encuentro de diferentes paisajes que cambian con el simple factor del movimiento”, no es responsabilidad del artista charlatán y tampoco de que la receta-retórica del curador no funcione, es culpa de nuestros prejuicios y falta de fe que no nos permiten participar de la milagrosa transformación de unos espejitos rotos en un paisaje metafísico. Lo que se requiere es creer para ver. Aquí la frase de Tomas en la fábula bíblica se confirma como incorrecta, porque para que el fenómeno artístico suceda hay que creer antes y luego podremos presenciar el milagro. Creer que todo es arte, creer que el sacerdote supremo o curador tiene poderes extraordinarios y que el artista puede convertir el agua en vino. Las supersticiones hacen de la realidad algo irrelevante, porque sus explicaciones de los hechos son más importantes que el hecho mismo. Los mitos de la creación del mundo son absurdos y sin bases científicas, pero su importancia radica en que son una idea que desvirtúa un hecho de la realidad, para replantearlo bajo un punto de vista favorable al poder de la secta. En una obra contemporánea la situación es igual al fenómeno religioso, lo de menos es la obra, lo trascendental de ella son los significados y las explicaciones del curador y del artista, y el peso que estas invenciones tienen dentro de su conjunto de creencias. Para que funcionen los poderes de las reliquias religiosas y los amuletos que tienen la capacidad de cambiar el destino del creyente, lo primero es asimilar que no son lo que vemos, que son algo más que no se aprecia en su naturaleza.
Así, si como sucedió con las pruebas científicas, los huesos de Juana de Arco resultan ser de gato, es irrelevante, para los fanáticos son de una santa y se les debe veneración. Los adoradores de los objetos del arte contemporáneo reverencian unas sabanas sucias con sangre, cabello enmarcado y desperdicios alimenticios, porque al ser de un artista eso provoca que su naturaleza sufra un cambio igual al de la transustanciación, convirtiéndose en arte. Sin justificación, sin soporte intelectual, únicamente con el poder de la fe. El arte ha dejado de ser inteligente, es una superstición fanática, un espectáculo que se sostiene en dogmas y se apoya en las instituciones para legitimarse humillando a la luz de la razón. La historia del fanatismo es la de la barbarie, el odio al otro, la negación de la sabiduría. Al arrojar el arte a la superstición están lanzando a la humanidad en un retroceso peligroso y fatal. Esto va más allá de caprichos retóricos, es desechar el camino que nos ha sacado de un estado primitivo e ignorante. En nombre de un dogma han saboteado a las pasiones, al arte, a la belleza y a la inteligencia que son nuestra energía y los elementos esenciales para seguir evolucionando. ®