Chukri afirma que la tradición oral milenaria sahariana de historias, cantos, mitos y cuentos terminó en unos años con la llegada de la televisión. Bowles afirma que los viajes, y los verdaderos viajeros, se terminaron con la llegada del avión.
Tánger es, por supuesto, donde tiene lugar este libro, El recluso de Tánger (Cabaret Voltaire, 2012), que es un poco memoria, un poco diario, autobiografía, algo de panegírico y mucho de rendición de cuentas entre Mohamed Chukri, la voz de esta narración, y de muchas otras que Paul Bowles, el sujeto en cuestión de la historia, escuchaba y traducía para su publicación.
Mohamed Chukri nació en el Rif, su lengua materna fue un dialecto bereber; a los once años se salió de su casa huyendo de la extrema violencia de su padre —una entrada de Wikipedia dice que su padre había matado a su hermano pequeño, otra dice que había matado a su madre y a su hermano pequeño—. En el puerto aprende el español, el árabe y el árabe marroquí; para poder sobrevivir la niñez recurre al tráfico, el robo, las drogas y la prostitución, hasta que a los veinte años termina en la cárcel donde aprende a leer y a escribir. A su salida se matricularía en la escuela primaria para continuar su camino por las letras.
Bowles comienza a traducir al inglés los textos de Chukri, sirviéndose del español como lingua franca. De aquí en adelante fungiría como representante, agente y traductor cobrando 50% de las regalías. Traduttore, traditore! Chukri piensa que esto es un robo, Bowles piensa que es lo justo: You speak, I write.
Paul Bowles es, por su parte, músico, compositor de bandas sonoras de películas, y también escapó de manera intempestiva de la disciplina abrumadora de su padre hacia París, donde fue acogido en el círculo de las artes y las letras de Gertrude Stein, quien lo empujó hacia la escritura. Austero y reseco. Aunque tuvo algunos amoríos gays, formalmente tendría que ser bisexual, pero con más precisión podríamos llamarlo asexuado. Después de pasar una temporada en el Sahara para escribir su novela El cielo protector decide tomar Tánger como refugio y pasa ahí más de cincuenta años, junto a su compañera y esposa Jane Bowles, escritora, una mujer con un carisma que llenaría un cuarto, también con inclinaciones sexuales ambivalentes, pero a quien amó sin titubeos y acompañó en su acechante depresión, sus internamientos al psiquiátrico y su alcoholismo, incluso cuando él era terriblemente tacaño no dudaba en pagar sus cheques sin fondos o saldar la cuenta en los bares. Jane escribía para satisfacer los ánimos de Paul, y Paul dejaría de escribir tras la muerte de Jane.
Bowles comienza a traducir al inglés los textos de Chukri, sirviéndose del español como lingua franca. De aquí en adelante fungiría como representante, agente y traductor cobrando 50% de las regalías. Traduttore, traditore! Chukri piensa que esto es un robo, Bowles piensa que es lo justo: You speak, I write. Para su novela más famosa, El pan a secas, Chukri cuenta no haber recibido un centavo de regalías y que el editor inglés Peter Owen, quien se tomaba por un gángster de las letras, le pagó tan sólo cien libras como anticipo en un contrato que Bowles redactó sin siquiera levantar la mirada de su máquina de escribir, apresurado y con una mueca de sorna, y que firmarían los tres. Es así como las historias de viva voz de escritores marroquíes terminaron en la bolsa de las editoriales. Chukri afirma que la tradición oral milenaria sahariana de historias, cantos, mitos y cuentos terminó en unos años con la llegada de la televisión. Bowles afirma que los viajes, y los verdaderos viajeros, se terminaron con la llegada del avión.
Todo esto con Tánger como escenario de fondo: el de Bowles, perpetuo extranjero y extraño, con dinero y encanto, en ese oasis distinguido de Las mil y una noches, en compañía de Tennessee Williams, Truman Capote, William Burroughs, con impermeable y pistola; en contraste con el de Chukri, más a tono con Los olvidados, de raigambre, polvo y tragos suplicados, junto a Mohamed Mrabet y Ahmed Yacoubi. El primero más ocupado en sus gatos, el segundo en la remembranza. ®