Una ciudad es famosa por sus antros. En la actualidad, Torreón es reconocido por La Rueda. No, no nos referimos a la rueda de san Miguel, hablamos del bar La Rueda. Un tugurio gay que se ha convertido en la trinchera favorita para que desoven sus huevos las “vestidas”. Si visita la ciudad, no deje de acudir a tan bonito establecimiento.
Un saludo recurrente en La Laguna es: ¿Qué, ni un putito ni nada? Para que no lo importunen a uno con tal cuestionamiento está La Rueda. Es sábado por la noche o como decimos acá: sabadancin. Lo primero que me encuentro en el tugurio es la sed del inmigrante. En la barra, dos mayates hondureños beben XX lager. La última versión del turismo sexual ya no impele a los torreonenses a viajar en busca de exotismo. Ahora, los ejemplares de la otredad viajan hasta nuestra mesa. En su paso por el norte de México los centroamericanos se detienen en Torreón. Suspenden su travesía, se quedan a prostituirse en la ciudad. El sueño americano ha cobrado un nuevo significado. Para qué cruzar la frontera. Para lavar platos. Mejor putear La Laguna, Monterrey, Ciudad Juárez o Tijuana.
Ah, qué bonito es observar la putidecadencia. So romantic. Pero lo verdaderamente elocuente en este congal son las “vestidas” leviatánicas. Antaño, Torreón era world famous por su zona roja. En el 91 Carlos Ramón Cepeda pegó “uruchurtazo” y la cerró regando la pus moderna por todo el primer cuadro de la ciudad. Prometieron reubicarla, la clausuraron porque teníamos el primer o segundo de infectados de VIH en el país, pero pura piña. Puras leyendas del sensacionalismo charro. Jamás reabrieron. Desde entonces La Rueda se ha convertido en el altar mayor del refuego.
Son las 12 de la noche. El antro se encuentra hasta la madre. Ir al baño es un auténtico viajezote. Se aperra tanto el lugar que al centro del bar se inaugura una avenida, sitiada por carne, para desplazarse hacia el urinario. En el trayecto te escanean y te basculean. Y es que caminar por esa cuerda floja imaginaria es declararse materia dispuesta para que te agarren las nalgas, los güevos, las chichis. Después del pasillo del placer mucha banda sale con ligue. Quien consigue abrirse paso hasta el mingitorio disfruta de un rectángulo descampado para que mientras se la maman pueda contemplar las estrellas y filosofar.
Después de las “vestidas” y los mayates extranjeros mi atención se centra en la pista de baile. Pululada por lesbianas y los jotitos habituales: consumidores de cholos, malandros y albañiles. Maratones en busca de sexo con piedra, o en un plan más vulgar y menos fashion, de la raya. Todo mundo ostenta chela en mano. A diferencia de lo que ofrece, La Rueda pide poco. Quince pesos por cerveza. La entrada tiene un cover de cuarenta y cinco, pero te regalan tres fichas de electropoin. Moneditas ochenteras que canjeas por Indio, Carta o Lager.
La Rueda tiene su historia. Ha sido clausurada varias ocasiones porque en sus entrañas se han cometido homicidios. Ahí le dieron “baje” a un compa del Cerro de la Cruz en agosto de 2001, cuando dos capos, el Toro y el Juarillos, irrumpieron en el bar, en donde tras una fuerte discusión asesinaron a dos personas cercanas al dueño del lugar. Sin contar el infarto masivo que sufrió en 2004 un individuo llamado Martín Sánchez Galindo. Además de las versiones que cuentan que… Pero esta noche lo único que me preocupa es que no aparezca mi primo el Negro. Y como una maldición, pienso en él y lo descubro en un extremo de la barra. Me hago el que la virgen me habla y avanzo en dirección a la pista. Pero el maligno nunca descansa. El Negro me alcanza para gorrearme una Indio.
Hasta nosotros llega la figura de Sebastián Margot. Putipoeta que ha hecho de La Rueda su propio Nueva York. Nos dice hola y se desvanece, susceptible, tras una quimera malandro. A lo lejos observamos a decenas de socialites de la putería. Jotitos pulcritos que se desviven saludando a cuanta loca se encuentran. Loca, “vestida”, lesbiana, machorra, buga, a cualquiera inundan de arrumacos y elogios. Primera regla del submundo de la putería: nunca sabes dónde te vas a encontrar el palo de tu vida, el mayate redentor que te haga soñar todo lo que dura la jornada en la maquiladora, en el salón de belleza, en la zapatería.
La Rueda es en realidad dos congales. El de adentro, donde la clientela baila y se agasajea. Delira y se la papea. Y el de fuera, donde se observan a las “vestidas” formaditas prostituirse para pagar los servicios en casa de sus santas madrecitas. Como era de esperarse, al Negro le fascinan las “vestidas”. Salimos a torear a alguna dispuesta a darle cachuchazo. “Cincuenta pesos”, le dice una que se parece a Fey, “cincuenta pesos por una mamada”. Juega, dice mi primo. Caminamos los tres hacia la acera de enfrente, donde se encuentra el mercado Alianza. Damos la vuelta y nos internamos en un callejoncito solitario y oscuro.
La “vestida”, una reina ella, se hinca frente al Negro para mamársela. Pero él la levanta y comienza a frotarle el miembro. “Pinche vestida mangueruda”, reclama. “Estás más dotada que yo”. La Fey se molesta. Considera una agresión que le toqueteen el “paquete”. Indignada comienza a caminar de regreso al bar. “Mis cincuenta pesos”, grita el Negro. La “vestida” no se detiene. Entones el Negro la alcanza y de un puñetazo la derriba al piso. “Patéala, patéala”, me ordena, pero me resisto. Prefiero volver a La Rueda antes de que el joto se grabe mi rostro y se peine con las otras vestidas y entre todas me pongan en la madre.
Adentro el ambiente pasa por su mejor momento. Observar a todas las “vestidas” pavonearse es un espectáculo homófago suculento. Son las indiscutibles. Las rotundas. Las imponderables. Ellas, la basura en la calle y los perros callejeros son lo que le otorga personalidad a esta ciudad. Sin su presencia seríamos otro pueblo bicirranchero más. Torreón se lo debe todo a las “vestidas”. Mientras las contemplo ruego porque no me vaya a reconocer alguien que le vaya con el chisme a mi vieja: “Vimos a Carlos en ese bar de putos”. ®
Raúl Linares
Jajajaja, chale, es buenísimo tu artículo. Neta. No me aguanto la risa ante tu tratado antropológico. Simplemente un excelso giro poético al sexy-lumpen-ludíco lugar jajaja.